Una de las mayores preocupaciones que tienen los padres y educadores a la hora de elegir la programación audiovisual para niños es saber si su contenido es adecuado.

Hay portales y sitios web que orientan con criterios que ayudan a decidir.

Pero, ¿qué sabemos realmente sobre los efectos de la violencia en el cine y la tv, de las películas de terror y la sexualidad explícita en los niños…y en los no tan niños, en la audiencia?

Cuánto influyen los medios

Que la pornografía hace daño a los adultos solo lo niegan ya los comerciantes del sexo. Algunos agentes sociales, como la Iglesia Católica en lo Estados Unidos, apoyada en estudios serios, está luchando por combatir esta adicción que arruina muchos matrimonios. Recientemente, algunos personajes famosos, tras declarar el problema a sus mujeres, han decidido confesarlo además a la opinión pública para fortalecerse en su decisión y ayudar a otros.

Sobre los efectos de la violencia mediática se ha investigado mucho y se ha escrito más, con resultados dispares, contradictorios y nunca definitivos. Mucho depende, en esos estudios, de qué se mire y a qué se mire. De lo que no hay duda es que los contenidos violentos han aumentado en los últimos 60 años. Además, resulta probado -y esto nadie sensato lo discute- que una predisposición violenta por carácter, desequilibrio o fragilidad psíquica y familiar lleva a consumir contenidos violentos. Y que, en casos de fragilidad, la probabilidad de comportamientos violentos aumenta está fuera de duda.

¿Qué sucede con las películas de terror? La violenca asusta, pero el terror es específicamente distinto. Puede haber terror sin violencia. Las emociones en juego ante el terror son otras. Actualmente el factor “terror” no está incluído entre los parámetros obligatorios por ley que, en algunos países, advierten a los padres si los films son desaconsejables según las edades, a diferencia de lo que ocurre con el sexo, palabras “crudas”, imágenes violentas, etc. Y, sin embargo, hay un dato empírico significativo para postular una mayor atención al “horror”: Un 90% de nosotros adultos recordamos perfectamente una escena de un film que la causó terror y a un 21% le queda “terror residual”


Miedo, ansiedad, trastornos del sueño y películas de terror

Laura J. Pearce y Andy P. Field, de la Universidad de Sussex, han presentado las conclusiones de su riguroso estudio “El impacto de la televisión y películas de miedo en las emociones internalizadas de niño: un meta-análisis”, en un artículo publicado por la revista académica Human Communication Research. Estos investigadores sociales han cribado 25 años de estudios sobre cómo los niños interiorizan algunas emociones –el miedo, la ansiedad y la tristeza- y si sufren trastornos del sueño tras ver films o programas televisivos de terror. Resumimos sus conclusiones:

  1. Hay suficiente evidencia empírica que demuestra que jóvenes y niños internalizan respuestas de ansiedad, miedo, depresión y trastornos del sueño como efecto de ver ese tipo de films o programas de tv.
  2. El desarrollo cognitivo modera esos efectos. Los niños por debajo de 10 años son mucho más vulnerables.
  3. Las diferencias metodológicas de los estudios realizados en estos 25 años (estudios de laboratorio con pequeños grupos, muestras representativas de la población infantil y juvenil, diferentes escalas para medir los efectos, tipo de programas examinados, etc.) no permite concluir con certeza si los efectos varían significativamente según los contenidos sean de ficción o factuales, o con el perfil psicológico del individuo. Un dato menor, pero significativo, es que los resultados son constantes con independencia de quien responde las preguntas del cuestionario, sean los niños o los padres.

Alcance del estudio

Hay muchos trabajos sobre efectos externos mensurablestras haber visto de contenidos mediáticos violentos, como un comportamiento agresivo, etc. Este es el primero que se hace sobre la interiorización de los efectos, lo que podríamos llamar “salud emocional”, relativo a contenidos de “horror”, es decir lo que en inglés llaman “scary movies”.

Se trata de un meta-análisis, es decir, un estudio sobre otros estudios. La validez de las conclusiones, en estos casos, depende de la honradez intelectual de los autores para “no mezclar peras y manzanas”. No todos los estudios miden lo mismo, no lo hacen con las mismas herramientas ni con poblaciones comparables. Pearce y Filed han hecho un trabajo de filtro metodológico impecable para obtener lo común de lo que se puede comparar.

Los autores se muestran cautos para explicar las notables diferencias halladas entre los resultados de experimentos de laboratorio y los de amplias muestras.

Conclusiones

Más allá de los imprescindibles “caveat” metodológicos que cualquier estudio empírico social impone, hay que reconocer que las averiguaciones del artículo de estos investigadores tienen una doble importancia. Por un lado se da explicación al aumento de la ansiedad en los jóvenes y su relación con los contenidos y, por otro, es un buen punto de partida para que los padres, los responsables de los medios y los políticos tengan una mejor información sobre el impacto emocional de los contenidos y se tomen medidas oportunas para protegerlos.

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