VII Encuentro Mundial de las Familias Del 30 de mayo al 3 de junio se celebró el último Encuentro Mundial de las Familias, bajo el lema: “La familia: el trabajo y la fiesta”. La crónica es de nuestro enviado especial en Milán
Grupos procedentes de todos los continentes llenan las calles del centro, en un derroche de voces y colores. El entorno del conocido Cuadrilátero de la moda y del Teatro La Scala es una explosión continua de pancartas y de banderas, mochilas y gorras. En los alrededores, la Milán trabajadora y acogedora de siempre, se prepara para ir a los lugares de trabajo, mezclándose de forma ordenada con la multitud de fieles en las estaciones de metro. La imagen sonriente del Papa, junto con el logotipo del Encuentro Mundial de las Familias, campea por todas partes y también por todas partes se cruzan los rostros felices y encendidos de cuantos, codo con codo, caminan hacia Fieramilanocity, el lugar en el que oficialmente se alzará el telón de este evento.
El Congreso teológico pastoral – En la entrada de la Feria, un grupo de Zimbawe improvisa una danza al ritmo de tambores, turbantes y trenzas multicolores. Un poco más allá, una pareja venezolana saluda con entusiasmo a unos chavales brasileños y argentinos que conocieron en la JMJ de Madrid un año antes. Junto a ellos, se encuentran las familias milanesas y lombardas con las que vivirán hasta el encuentro con el Papa. Desde Sri Lanka a Estados Unidos, desde Filipinas a Australia, un río de peregrinos cruza el umbral del pabellón, bordeando los puestos comerciales y sin ánimo de lucro en busca de libros e imágenes, telas bordadas y gadgets, como recuerdo del evento.
En el piso superior, una ola festiva se abre paso hacia la sala del congreso. A poca distancia del mosaico de la Sagrada Familia, el icono del evento, una abuela cuida a su nieta discapacitada. Muchos se familiarizan con los cascos para la traducción simultánea. Algunos sacerdotes italianos invitan a sus hermanos africanos a sentarse a su lado, mientras un grupo de cardenales alcanza la entrada diseñando una estela de color púrpura, entre los flash de las cámaras de fotos y los aplausos de los presentes. Es el momento para que los padres y las madres prepararen carritos y biberones y para que los últimos en llegar vayan ocupando asientos. Todo listo: se comienza, no sin antes haber rezado por las víctimas del terremoto que, no muy lejos de aquí, ha afectado gravemente numerosos pueblos y ciudades. Es el primer paso de una carrera de solidaridad que movilizará muchas personas en los días sucesivos.
El descanso llega puntual y agradecido como siempre; un café no se rechaza nunca. Somos muchos, unos 7.000 según los datos oficiales: una babel de lenguas y razas pero, sobre todo, una familia de familias. No lejos de las mesas del bar veo a los Gómez con sus cuatro hijos, la simpática familia mexicana que poco antes ha pasado el testigo del evento a la italiana Invernizzi: padre, madre y dos hijos. Las tranquilizantes camisas blancas de los voluntarios, con cuello y mangas rojas, están por todos lados. Son más de 5.000 ángeles de la guarda que cuidan también a los más pequeños, ayudándoles a vivir tiempos, espacios y contenidos a la medida de su edad. Un guión que se repetirá a lo largo de los tres días del Congreso, durante los cuales acudirán más de un centenar de relatores que se alternarán para proponer análisis y las reflexiones.
La visita del Papa – En la céntrica plaza del Duomo, allí donde está prevista la llegada del Pontífice, algunos chicos distribuyen botellas de agua: un alivio para los que echan de menos los espacios climatizados de la Feria. En esta Milán cálida, con los sentimientos a flor de piel, miles de personas se preparan para acoger a Benedicto XVI. Hay quien lo espera ya desde primera hora de la tarde y quien ha llegado en el último momento. No faltan los curiosos: estudiantes, hombres de negocios y turistas que están de paso. Más allá, una tímida protesta contra la Iglesia que nada puede contra el coro de los 60.000 que celebran esta fiesta. A la llegada del papamóvil está todo lleno de banderas que se agitan, pañuelos y pancartas de bienvenida. Una demostración de cariño y también un estímulo para el sucesor de Pedro, en una de las fases más complicadas de la historia reciente de la Iglesia. Un baño de multitudes, el primero de tantos, que se cierra con la sorpresa del “Oh mia bela Madunina”, la célebre canción dedicada a la Virgen de la Catedral de Milán.
¡Cuántas emociones!, pero también… ¡Cuántos actos previstos en programa ! Y no sólo para los adultos. El encuentro con los que recibirán o han recibido la confirmación en el estadio Meazza-San Siro, la » Scala del fútbol«, es para los jóvenes de la diócesis ambrosiana, la ocasión para dar un afectuoso abrazo a Benedicto XVI y para gritar al mundo entero la alegría de estar con él: «Hemos venido hasta aquí, hemos venido hasta aquí, para ver a Su Santidad». Padres y catequistas, padrinos y madrinas, pero sobre todo ellos: los protagonistas de la fiesta. Envueltos en vistosos chalecos de colores, caminan en orden hacia los accesos con frescura y espontaneidad, preparados para zarpar con Pedro, tema elegido para el encuentro de este año.
Coros, músicas y coreografías que permanecerán por mucho tiempo en el corazón y en la mente de todos aquellos que de aquí a poco sumarán una multitud de 350.000 cubriendo el aeropuerto de Bresso, a las puertas de Milán, para la Fiesta de los Testimonios: una hora de diálogo con el Papa y un gran espectáculo para grandes y pequeños. Lo primero que se ve al llegar es el majestuoso escenario de madera, coronado por una cúpula trasparente: parece una iglesia. El área de las pistas y del campo de vuelo es infinita. Son muchas las familias, numerosísimos los chavales. Muchos de ellos montarán una tienda de campaña en el parque y pasarán la noche aquí. En poco tiempo, la espera deja lugar a la música, las canciones y las historias. Una ovación acoge «Emmanuel», que se ha convertido en el himno de todos los encuentros de jóvenes con el Papa, después de la JMJ de Roma 2000. Y después, poco a poco, viene todo lo demás… Hasta la llegada de Benedicto XVI. Una hora de conversación, mirándose fijamente a los ojos, y un vertiginoso sucederse de estados de ánimo. Como cuando habla el griego Nikos Paleologos, sobre el tema de la crisis económica, o la dulce Cat Tien, de apenas 7 años, que consigue arrancar del Pontífice confidencias sobre el pequeño Joseph Ratzinger y su familia. Al finalizar, muchos prefieren irse, como el Papa, con la esperanza de recuperar energías para el último acto de este encuentro mundial: la solemne celebración eucarística.
Al día siguiente, el despertador suena pronto. Sobre el prado de Bresso, abren sus puertas, una a una, las tiendas de los que han decidido permanecer allí. Hay quien se preocupa de preparar el desayuno, agitando los termos de café con leche, o quien prefiere permanecer en el saco de dormir, aprovechando el sueño hasta el último momento. Los voluntarios vigilan con generosidad. Los primeros grupos comienzan a llegar poco a poco. Una marcha alegre pero cansada, comenzada por muchos al amanecer, en autobús o en metro, a pie o en bicicleta. En pocas horas la pista del aeropuerto es un manto variopinto de pancartas y carritos, de banderas y, sobre todo, de esperanza. Españoles, portugueses, italianos y muchísimos latinoamericanos. Un millón de peregrinos procedentes de más de 150 países. El ritmo de himnos, cantos y pruebas de audio entretienen el tiempo de espera, más allá de los límites de las vallas. Y, por fin, la Santa Misa y el encuentro con el Papa. Una vez más palabras de ánimo para todos, y también la absoluta defensa de los valores de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Es el último baño de multitudes milanesas para el Papa Ratzinger. Cansados pero felices, Erika y Mukuambi, envueltos en su túnica blanca bordada en negro, vuelven a Angola con una fe renovada en el futuro. Y, como ellos, todos los participantes. A la espera de volver a encontrarse juntos una vez más y festejar el octavo Encuentro Mundial de las Familias: en el 2015, en Filadelfia (EEUU).