Paola es una mujer que vive en Italia central. Es un nombre ficticio, y para respetar el anonimato tampoco diremos su ciudad.

Tiene entre 40 y 50 años, y para ayudar a otras personas, se presta a realizar entrevistas, coloquios y conversaciones privadas. Quiere explicar cómo se ha curado, y lograr que quienes le escuchen no caigan en sus mismos errores, y decidan acudir a un tratamiento si sufren su misma patología.

Paola sonríe cuando me ve. Y comprendo que es la sonrisa de quien lo ha conseguido, ha salido del túnel, y tiene que decir gracias muchas veces.

Porque Paola terminó realmente en un túnel que la llevó a la desesperación: se convirtió en dependiente del sexo, después de haber comenzado, sólo por juego, a frecuentar los sitios de encuentro, las charlas abiertas a cualquiera con acceso totalmente libre. Cayó en la trampa de Internet.

«No debemos demonizar este instrumento, también tiene muchas potencialidades positivas

– subraya la terapeuta que asiste a la entrevista – pero debemos ser conscientes de sus peligros«.

En Family and Media conocemos el percal: sabemos que Internet puede ser un instrumento útil para facilitar la vida diaria, y una ayuda en la educación, pero también puede causar daños enormes en diversos campos, incluida la esfera íntima de las personas (sobre la plaga de la pornografía se pueden ver : nuestra entrevista al prof. Lickona o este artículo sobre su relación con la violencia de género.

Esos vacíos de amor que dejan huella

Los problemas y las debilidades de Paola proceden principalmente dedificultades vividas en su familia: vacíos de amor y carencias que la marcaron.

Paola es madre, y tiene un marido que la ama, pero en el umbral de la cuarentena, emergieron los sufrimientos interiores, los dramas nunca resueltos.

Es más, Paola vivió un período muy oscuro, caracterizado por un fuerte estrés. Su padre estaba enfermo, necesitaba una asistencia continua, y luego su fallecimiento le produjeron una fuerte desorientación.

Se sintió vacía, sin horizontes, perdida. Su vida le parecía carente de estímulos y así, sólo por curiosidad, explica, decidió “buscar algo que la hiciera sentirse viva”. Comenzó a entrar en las webs “para hacer amigos”, para conocer gente. “Admito que al principio quería hacer una nueva experiencia, quería probar a salir con una mujer», dice con total franqueza. Luego, el vértigo: Paola fue absorbida por un tornado más grande que ella.

La dependencia hace perder el contacto con la realidad

Enseguida, el “juego” se transformó en obsesión, se pasaba día y noche en línea. No lograba desprenderse de las redes.

Aquellas webs, las conversaciones con desconocidos, se convirtieron para Paola en una droga.
Nunca sabía quién tenía en frente, y esto a veces la asustaba, pero la adrenalina, la excitación que le provocaban ciertas conversaciones, era demasiado fuerte, y cada vez le resultaba más difícil resistir.

Además, la pantalla parecía protegerla, asegurarle de que no le sucedería nada malo.

Como si tuviera todo controlado. “Pero no es así – precisa – tuve miedo. Si entras en un mundo similar, caes en situaciones peligrosas…».

No quiere decir más, y respetamos su silencio.

La realidad es que Paola perdió la paz interior, no lograba estar tranquila con su familia. Su marido se dio cuenta del malestar y fue determinante para el buen fin de la historia: hizo todo lo posible para que Paola aceptase dejarse curar.

De un vacío de amor a una gran prueba de amor

Si un vacío de amor condujo a Paola a convertirse en una larva, a dejar su intimidad en manos desconocidas, a no reconocer su inmenso valor y malvenderse en relaciones venenosas, un acto de amor la salvó. Su marido, a pesar de que no logró prevenir su desliz, no la abandonó. Con una lucidez y una atención extraordinarias, la perdonó en primer lugar aquellas traiciones repetidas, y después trató de ayudarle a curarse, de lo que, efectivamente, era “una enfermedad”. Hay que ser claros: no sólo existe la dependencia de las drogas o del juego. También la hay del sexo.

Mauro – nombre ficticio – se puso en contacto con una organización que ayuda a las personas con adicciones de diverso tipo, y llevó allí a su mujer, apoyándola durante el camino hasta la curación. Tomó parte activa en la terapia.

Estuvo a su lado también “en las penas, en la enfermedad, en la pobreza”, cuando muchos otros se habrían fugado.

A Paola le brillan los ojos, cuando habla de su marido. “¡Es un hombre realmente fuerte!», le digo. Ella aprueba, y sonríe.

Sabe bien que es una de las muchas personas a las que debe dar las gracias.
Quizá el “gracias” más grande.

Pero también hubo otras figuras importantes en su camino hacia la libertad, sin las cuales hoy no tendría la sonrisa de quien lo logró: los integrantes de la organización a la que se dirigió para desintoxicarse, y las terapeutas que han unido profesionalidad y dulzura con el fin de hacerle llegar a una nueva conciencia de sí misma y ayudarla a salir de la prisión en la que se había metido.

«Quiero decir a todo el mundo: no busquéis amor en ese modo»

“Si te encuentras mal, pide ayuda, no hagas lo que yo. Al principio, puede parecer una cosa normal, inocua. Pero no lo es. Acabaréis destruyéndoos”.
Así contesta Paola a la pregunta: «¿qué mensaje quiere lanzar para que otros no caigan en la misma trampa?»

Está preocupada por la facilidad con que se puede quedar atrapado en un mundo que nos supera.

“A las amigas de mi hijo, que publican fotos en sostenes, les quiero decir: ¡mucho cuidado!».

Paola sabe que la web está llena de lobos y que los jóvenes son carne fresca, preparada para el matadero. Quiere decir, sobre todo a las chicas, que sean precavidas. Que no mantengan chats con desconocidos, que no busquen cariño de quien, de hecho, no se lo dará. No hay que malvender el cuerpo, sino custodiarlo. Y pedir ayuda sólo a personas de confianza, no a los nombres ficticios, detrás de los cuales se esconden personas sin escrúpulos o, quizá, aún más frágiles que nosotros.

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