Tres películas que invitan a amar la vida incluso en la enfermedad
Uno de los temas de tendencia en la filmografía reciente es el de la dignidad de la vida cuando está marcada por la enfermedad o ha llegado a su última etapa.
En otro artículo, El cine y la ficción a prueba de cuestiones bioéticas, señalábamos que el cine y la ficción muestran a menudo cómo el valor de la vida se subordina al de la autonomía de elección. Basta pensar en Yo antes de ti (2016, dirigida por Thea Sharrock), en la que Will, un joven y adinerado banquero confinado en una silla de ruedas tras un accidente, decide proceder al suicidio asistido, a pesar de haber encontrado una vida plena con Louisa. La presencia de la chica, a quien considera maravillosa, no se convierte en una razón suficiente para seguir viviendo.
Pero también hay películas profundas y delicadas que cuentan la enfermedad como una oportunidad para captar lo que realmente importa, que recuerdan la dignidad de la existencia humana en todas sus condiciones, y que nos recuerdan lo importante que es vivir plenamente y hasta el final. Aquí le sugerimos algunos títulos.
La familia Savages (2007). Dirigida por Tamara Jenkins
John y Wendy son un hermano y una hermana que viven lejos y que rara vez tienen noticias el uno del otro.
Ambos están insatisfechos con sus vidas, tanto en su dimensión relacional como en la profesional. De repente se reencuentran por tener que cuidar a su anciano padre, que sufre demencia y con quien no tienen muy buena relación. Los dos jóvenes, obligados a verse de nuevo para cuidar de su progenitor, se conocerán mejor y restablecerán los lazos familiares enterrados desde hace tiempo.
Una película que, con realismo y sin caer en el melodrama, relata la enfermedad como un recurso de sentido, como una oportunidad para redescubrir el afecto en el sufrimiento.
La escafandra y la mariposa (Le scaphandre et le papillon, 2007). Dirigida por Julian Schnabel
Jean-Dominique Bauby es redactor jefe de un periódico, «Elle». Mientras conduce, llevando en el coche a uno de sus hijos, tiene un ataque cerebral.
Despierta tras un largo coma en una cama de hospital y descubre que su cerebro ya no tiene ninguna conexión con el sistema nervioso central. Está completamente paralizado. Ni siquiera puede hablar y ha perdido el uso de su ojo derecho. Perfectamente capaz de entenderlo todo y plenamente consciente de sí mismo, percibe su cuerpo como una jaula: lo llama «escafandra».
Sin embargo, aún puede mover el ojo izquierdo, que utilizará para comunicarse de nuevo con el mundo exterior. Ante preguntas precisas (y con la ayuda de las letras del alfabeto ordenadas en una secuencia concreta) podrá decir «sí» parpadeando una vez o «no» parpadeando dos veces. Así dictará un libro entero publicado en Francia en 1997 con el título que ahora tiene la película: Le scaphandre et le papillon.
«Las oportunidades que no quise tomar, los momentos de felicidad que dejé escapar. Estaba ciego y sordo. O quizás necesitaba la luz de una enfermedad para ver mi verdadera naturaleza», dice el protagonista de esta película, basada en la historia real de su protagonista.
Intocables (Intouchables, 2011). Dirigida por Olivier Nakache, Eric Toledano
Driss tiene una relación turbulenta con su familia y se pasa la vida entrando y saliendo de la cárcel, en perpetua búsqueda de ayudas del Estado. Hasta que ocurre algo impensable: el multimillonario parapléjico Philippe lo elige como su asistente personal. Driss debe estar con Philippe todo el tiempo, moverlo, vestirlo, lavarlo, ayudarlo con rehabilitación fisoterapéutica.
El entorno que frecuenta Philippe no tiene nada que ver con el mundo que Driss ha conocido hasta ese momento. La película establece un contraste tragicómico entre la «Francia blanca y rica» y la «Francia pobre y con problemas», que incluye a muchos extranjeros marginados, como Driss,.
Mezclando realidad y ficción (se incluyen «hechos reales» y esto se puede ver en la apertura y el cierre con los rostros de los personajes reales), la película pone en escena una historia que calienta el corazón y da esperanza.
El espectador ríe y llora junto a los protagonistas y es llevado a pensar que la verdadera amistad logra hacer valiosa hasta la vida más difícil, porque hace experimentar que es insustituible.
Nubes (Clouds, 2020). Director: Justin Baldoni
Zach, un chico de 17 años apasionado por la música, descubre que tiene una enfermedad terminal debido a un cáncer incurable. El guión está inspirado en el libro biográfico Fly a Little Higher: How God Answered a Mom’s Small Prayer in a Big Way, escrito por la propia madre del joven poco después de su muerte.
La película, no es una historia de lágrimas, como tampoco el libro en el que se basa: el protagonista no es un joven que se está muriendo, sino un chico que lucha por vivir plenamente.
«Soy un luchador», declara desde el principio. Zach no piensa en sí mismo, sino que intenta «darse a todos», es decir, mostrar simpatía y cooperación, recibiendo a cambio la amistad de sus compañeros de colegio y el afecto de su familia (dos padres y tres hermanos) en lugar de lástima.
Conmovedora, pero no desgarradora, es la secuencia en el baño y frente al espejo tras aprender que su enfermedad es terminal. Intenta ejercitarse en sonreír, a pesar de la angustia que le asalta. Luego se matricula en la universidad, aunque sabe que no podrá ir (al fin y al cabo, ¿quién está realmente seguro del futuro?) y cuando le propone al profesor la idea de dejar los estudios, éste le responde: «Abandonar no es una opción».
Todos los que le rodean le ofrecen razones para vivir. Rodeado del cariño de su familia, de un amigo y de su novia, consigue que los últimos meses de su vida sean magníficos y estén llenos de significado.