Había una vez tres pequeños gatitos de nombre Matisse, Bizet y Menù, hijos de una bonita y elegante gatita, Duquesa.

Vivían todos juntos en una villa parisina grande y lujosa, con la dueña de la casa, ya anciana.

La señora, debido a su avanzada edad, un día decidió hacer el testamento y, ya que no tenía herederos, decidió con su abogado la posibilidad de dejar todo a sus gatos.

El mayordomo no se tomó bien la noticia, porque se creía el único destinatario posible de la herencia. Enfadado, por la desilusión y el deseo del dinero, ideó un plan para librarse de los gatitos.

Los durmió con un somnífero y salió de noche llevándose a los gatitos para dejarlos al borde de una carretera, lejos de casa.

Es la historia de los Aristogatos, un clásico de Disney, dirigido por Wolfgang Reitherman, en 1970.

Cualquiera que haya visto estos dibujos, podrá preguntarse conmigo: ¿qué hubiera sido de estos gatitos si no hubiera intervenido el cómico, guapo, valiente – y un poco imprudente – Romeo?

Romeo es un gato callejero, que vive día a día, pero está acostumbrado a buscarse la vida en la calle, y hacer frente a los peligros que la vida presenta continuamente.

Será él quien determine el éxito del viaje de vuelta de Duquesa y de sus crías.

Además, Duquesa y Romeo, durante el viaje se enamorarán y volverán a casa juntos: ella tendrá finalmente un marido y sus hijos un padre, del cual, como ellos mismos dicen varias veces, sentían la falta.

Lo que surge de forma clara y distinta en estos dibujos animados es que Duquesa y Romeo, dentro de la nueva familia que van a formar, tienen roles complementarios y diferentes.

Ella es dulce, acogedora y cariñosa; parece que ha nacido para cuidar, lamer las heridas, consolar y animar.

Él es audaz y tenaz; dispuesto a sacrificar su vida para poner a salvo a los pequeños y a su mujer; parece haber nacido para guiar y proteger a la familia de los peligros.

Ella es buena con las palabras; atenta a las relaciones sociales y a la sensibilidad del prójimo; él es más rudo, poco capaz de resolver los problemas hablando, pero muy “concreto” y directo cuando es necesario.

Ella parece ser para los pequeños un puerto seguro, lista a ahogarles en un abrazo si es necesario; él más bien un rayo que les lanza hacia el mundo exterior, que les ayuda a no tener miedo de involucrarse.

En dos palabras, que lamentablemente se corre el riesgo de caigan en desuso, ella es madre, él es padre.

Te hace pensar, viendo estos dibujos animados, por qué se quiere a toda costa destruir o ignorar las diferencias entre hombre y mujer, entre padre y madre, cuando la realidad habla todavía fuerte y claro.

Realmente no es necesario tomar los Aristogatos como autoridad moral para sostener que familia hay solo una; solo se quiere decir que incluso unos dibujos animados antiguos, que hablan de gatos, logran mostrar la belleza y la naturaleza de la colaboración entre hombre y mujer en la generación y en el cuidado de los hijos. Quizá deberíamos hacer dos o más preguntas sobre lo que le está sucediendo a la familia en este tiempo.

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