Breaking Bad: la inocencia perdida del antihéroe
Albuquerque, Nuevo México. Un profesor de química en un instituto, al enterarse que está enfermo de cáncer, comienza a producir en secreto droga sintética para ganar dinero y asegurar un apoyo económico a su familia cuando él muera. Así Walter White, ayudado por un ex alumno toxico dependiente, abandona su vida de pequeño burgués de provincia y se entrega a una espiral a la deriva..
Con maniobras rocambolescas para defender la fachada -un hombre honrado, enamorado de su mujer, que está embaraza de un niña, buen padre de un hijo mayor adolescente al que quiere mucho- Walter entra en el mundo de las bandas. Tratará con los cárteles mexicanos, matará y se convertirá en un narcotraficante.
Es la historia que se cuenta en las cinco temporadas (2008-2013) de Breaking Bad, coproducida por Sony y AMC, el canal por cable estadounidense que ha retransmitido la serie. Un éxito de crítica sin precedentes; un poco menos éxito de audiencia: la serie fue seguida por un millón y medio de espectadores, que subió a cinco en la última parte de la última temporada. Algo que sucede a menudo con las series retransmitidas por los canales de pago.
Breaking Bad representa el culmen de una poética del antihéroe, es decir, de un tipo de personaje moralmente dañado, uno que se desvía y realiza malas acciones (el título se podría traducir por “hacerse malo”, “perder el norte”). Es la óptica con la que la serie explora el tema de la responsabilidad moral. Para ser más precisos, el tema de las consecuencias de la conducta inmoral. Cada paso del protagonista hacia el mal, de hecho, tiene repercusiones tales que hace la recuperación cada vez menos viable. Como si lo quisiera castigar, el destino lo persigue por vías tortuosas haciéndole pagar a distancia, y por sorpresa, cuentas muy altas.
Uno de los muchos aspectos por los que la serie es interesante es su escritura cuidada, que consiente que el público no se moleste por las fuertes sombras del protagonista. El creador de la teleserie, Vince Gilligan, subraya algunos elementos esenciales para mantener la empatía del público con el protagonista que óbra el mal: la gran interpretación de Bryan Cranston, la genialidad del profesor en su materia y en su saber salir adelante, la piedad que suscita cuando le vemos maltratado por los alumnos o enfermo. Sobre todo cuenta, sin embargo, el hecho de que el personaje tenga “profundidad” humana.
Mr. White ama a su familia. Lo que hace, lo hace por ellos. Lo repite continuamente. Y mr. White tiene conciencia. Es un profesor de la vieja escuela y un padre a la antigua. Un maestro forjado en los buenos modos, a disgusto con la desenvoltura de lenguaje juvenil, molesto por la relajación de las costumbres, que enseña bien y cree en la educación. Uno que cuando hace mal sabe que lo está haciendo. Sufre por ello. Y se ha tenido que vencer a sí mismo para hacerlo. Por ejemplo, en la primera temporada, captura a un traficante de drogas que quiere matarlo y, al descubrir que se estaba liberando, Mr. White lo mata después de un largo tormento. Habiendo sopesado (¡incluso anotándolo en un folio!) los muchos contras y el único pro: “si no lo hago, él matará a toda mi familia”.
Durante buena parte de la serie es el amor por sus seres queridos lo que da al profesor White el arrojo de proceder sobre el mal camino. A la vez es consciente, de modo grandemente doloroso, que su conducta criminal es incompatible con los lazos que más valora. Emblemático resulta un pasaje del tercer episodio de la segunda temporada. El descubrimiento de un segundo teléfono móvil hace sospechar y preocupa a la mujer del profesor, ya bajo presión por la enfermedad del marido y por su misteriosa desaparición durante días, al final de la cual Mr. White ha ingresado en el hospital con un sospechoso estado disociativo.
Nadie sabe que Walter, saliendo a escondidas del hospital, ha vuelto a casa. Mr. White esconde dinero “sucio” y una pistola. Sin ser visto, observa a su familia. En ellos ve su inocencia perdida. Con este sentimiento, siempre escondido, sale de casa. Vaga por la ciudad. Y vuelve al hospital, donde se somete a la quimio. En la pared que tiene frente a él, ve el cuadro de un hombre que rema en un barco en un lago, alejándose de sus seres queridos, que quedan en tierra. Walter se conmueve inevitablemente. El espectador entiende: en ese cuadro se revela su destino, se anuncia que la fuerza del mal le alejará de sí mismo.
El escalofrío de la transgresión y la fascinación del mal, que también son ingredientes de la serie, no lo son todo. En Breaking Bad está la tensión de una inocencia perdida, el sentido de un alejarse doloroso de esa condición.
En coherencia con su idea inicial, la serie lleva a las consecuencias extremas la deriva del personaje. Walter White es, en la quinta y última temporada, otro hombre. Se identifica con el malo nacido y crecido dentro de él. Pero también entonces el espectador tiene presente cómo ha sufrido las prácticas del mal vivido por el protagonista a lo largo de la serie. Tiene presente la fatiga del largo desapego de la mejor parte de sí, de los afectos más íntimos. También cuando Walter, en el último episodio, confiesa a su mujer que ha entendido que todo lo ha hecho por sì mismo, “para sentirse vivo”, no por su familia. También cuando, herido de muerte, acaricia en el laboratorio el equipo con el que se ha convertido en el mejor productor de droga del mundo. También entonces, el público le quiere porque t sigue viendo en él la humanidad del personaje que se ha ido disolviendo poco a poco. Porque tiene en los ojos la caricia del adiós que Walt, antes del último tiroteo, ha dado a la hija, dormida en su cama, inocente.
Resumen de un artículo titulado «La crisi del padre en las series estadounidenses: los casos de Mad Man, Breaking Bad e In Treatment», publicado en Comunicazioni Sociali, 2014, n.2,, http://comunicazionisociali.vitaepensiero.it/scheda-fascicolo_contenitore_digital/autori-vari/comunicazioni-sociali-2014-3-engendered-creativity-actors-agencies-artifacts-001200_2014_0003-252087.html