“Si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”. Esta cita pertenece a George Orwell, escritor inglés que criticó en varias ocasiones la conexión entre las ortodoxias políticas y el envilecimiento del lenguaje. Suyo es el ensayo Politics and the English Language, de 1946, en el que demuestra la conexión entre ideología y lengua. Sostuvo que el lenguaje político está “diseñado para hacer veraces las mentiras y respetables los asesinatos, y para dar una apariencia de solidez al puro viento”.

 El contexto del que habla Orwell

Orwell fomentaba la concreción y la claridad en lugar de la vaguedad y la individualidad personal en lugar del conformismo político.

El escritor tenía en la cabeza la política británica de su tiempo y explicaba que el objetivo de los políticos era “la defensa de lo indefendible”. Se refería esencialmente a situaciones como la continuación del dominio en India, las purgas, las deportaciones rusas, el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón…

¿Cómo defender estas acciones, sin herir la sensibilidad del pueblo? Se puede hacer únicamente enmascarando la realidad con eufemismos.

Las ideologías de hoy y la utilización de los términos

¿Estas operaciones poco honestas no ocurren también en nuestra sociedad actual? ¿No hay también hoy ideologías que se apoyan en la manipulación del lenguaje? ¿No es cierto que muchas verdades se han ofuscado por el uso impropio de las palabras? Veamos algunos ejemplos de apropiaciones indebidas de términos o de eufemismos destinados a hacer que la gente acepte realidades que, de otra manera, serían rechazadas por un gran número de personas.

  1. El útero de alquiler pasa a ser ‘gestación para otros’

Un valor muy apreciado en las sociedades occidentales con raíces cristianas es la solidaridad. La fe es cada vez menos importante en la vida de la gente en esos países, pero algunos principios cristianos permanecen a nivel cultural: hacer algo por los demás se considera noble.

Vender o comprar un niño son acciones que no tienen nada que ver con la solidaridad y el vientre de alquiler no es otra cosa que otra forma de “trata de seres humanos”. Llevar un hijo en el seno materno y después venderlo es, sin endulzar la realidad, prostitución. Una mujer es explotada, vende su cuerpo, amamanta a un hijo que después es separado de ella, creando en el menor traumas psíquicos importantes, para darlo a alguien que no considera el hijo un don, sino un derecho.

¿Cómo podemos dulcificar esta práctica, detrás de la cual hay diversos intereses, incluidos los económicos? Cambiando las palabras. El vientre de alquiler se convierte entonces en “gestación para otros”. Se introduce la dimensión de la solidaridad y “la píldora baja mejor”.

  1. Tener un hijo “a cualquier precio” se convierte en un “derecho fundamental de la persona”

En este sentido, podemos reflexionar sobre qué aspectos de la vida humana hoy se definen como “derechos humanos”. Si leemos la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, vemos qué se consideran “derechos” en ese texto: la vida, la libertad y la igualdad, la seguridad de la persona, no ser sometidos a torturas ni a penas o tratamientos crueles, inhumanos o degradantes, ver reconocida la propia personalidad jurídica. ¿Tener un hijo a cualquier precio puede considerarse un derecho? ¿No es, en cambio, la parte más débil – por lo tanto, el niño – a tener el derecho a ser tutelado?

La paternidad y la maternidad no son derechos, son deseos – también sanos – que sin embargo necesitan ser encauzados hacia el bien del menor. No existe un derecho a la paternidad y a la maternidad, pero para que se acepten algunas prácticas dirigidas a satisfacer la voluntad de unos pocos individuos, es necesario transformar los “deseos” en “derechos”.

  1. Considerar que una vida es digna desde la concepción es “misoginia”

Hay personas que consideran sagrada e inviolable la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural. Es la posición de los llamados provida. Hay otros que no apoyan esta idea y consideran que la mujer tiene que poder decidir libremente si tener o no un hijo concebido.

Habrá, quizás, personas que manifiesten ideas provida y al mismo tiempo ideas machistas (igual que habrá personas ecologistas que se adhieran a la postura proabortista), pero ser provida y ser misógino no son dos posiciones necesariamente relacionadas. De hecho, en muchos casos, una persona que ama y apoya la vida desde la concepción tiene una sensibilidad particular para la vida en cuanto tal, también la vida de las mujeres y considera que el aborto no es un bien ni siquiera para la mujer. No obstante, hablar de misoginia, sin hacer distinciones, refuerza las ideas de aquellos que defienden ideológicamente el aborto.

  1. Practicar un aborto no es otra cosa que “interrumpir un proceso iniciado contra la propia voluntad”.

Si buscamos una definición del aborto en Wikipedia, encontramos esto: L’aborto (del latino abortus, derivado de aboriri, «morir», compuesto de ab, «privado de», y oriri, «nacer») es la interrupción y finalización prematura del embarazo de forma natural o voluntaria, hecha antes que el feto pueda sobrevivir fuera del útero. Un aborto puede ser espontáneo o inducido.

La misma etimología menciona la palabra “perecer” que a su vez se vincula necesariamente a la muerte. Ya que se tiende a mistificar la realidad (“el aborto no mata a nadie”) no se puede pronunciar una palabra que contiene un significado de muerte. Es mejor poner el acento en otro concepto: la voluntad de la persona, el derecho a la autodeterminación. Por tanto, cada vez más, en vez de decir que “se ha realizado un aborto”, se dice que se ha recurrido a una IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo).

Consideraciones finales: ¿Orwell tenía razón?

Habría muchos más ejemplos: engañar a través del lenguaje es todo un arte y muchos son maestros en ello. Entonces, ¿cómo puede uno defenderse? Estudiar, llegar al fondo de las cosas, intentar descubrir la verdad de los hechos sin detenerse en las vaguedades de la política es la única manera de no caer en las trampas de la ideología y de llamar a las cosas por su nombre.

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