Los matrimonios más “felices” serían los que no tienen hijos: lo afirma un estudio inglés realizado por la Open University.

Según la investigación, elaborada a partir de una muestra de 5.000 personas, las parejas con prole estarían más insatisfechas de su vida conyugal que las que no tienen hijos.

Por lo tanto, o los hijos son “enemigos” de la felicidad conyugal, y en consecuencia deben ser evitados “para estar a gusto en pareja” (cosa que, a largo plazo, llevaría a la extinción de la humanidad), o es verdad esta frase de una joven esposa: “los hijos son como el techo de una casa: si las bases son sólidas, el techo hace que la casa esté completa; de lo contrario, todo se desmorona”.

En síntesis, quizá los hijos son como el “termómetro” de la calidad y solidez de una unión.

Indirectamente, la encuesta de la Open University plantea muchas preguntas: ¿qué entendemos por felicidad conyugal?; ¿qué esperamos de la vida y del matrimonio?; ¿somos capaces de ver y apreciarla belleza del sacrificio?; ¿es culpa de los hijos, o quizá es que los cónyuges no somos capaces de “aliarnos”, de entregarnos a un proyecto compartido y de saber hacer eslalon entre tantas obligaciones para encontrar tiempo para nosotros?

De estos temas y otros hemos hablado con una joven madre estadounidense de 26 años, que vive en Alemania y se licenció en filosofía en Roma: Alicia Duren, casada desde hace cuatro años, y madre de dos niñas. Es especialmente receptiva al papel y al futuro de la familia en la sociedad, y muy interesada en buscar motivaciones y respuestas al problema del descenso de la natalidad.

En su opinión, ¿por qué los hijos pueden ser percibidos como fuente de infelicidad para la pareja

A menudo la felicidad se identifica con el placer, con la “tranquilidad externa”, con la ausencia de preocupaciones. Se tiene una concepción hedonista de la felicidad. Si pensamos así, entonces los hijos no nos hacen “felices”. Porque comportan «desorden», imprevistos, nos quitan horas de sueño

Pero si la felicidad es «darse» y construir juntos -¡también con fatigas!- algo hermoso y duradero, ¡entonces sí que la familia es fuente de alegría!

Mi marido y yo nunca nos hemos reído tanto como en estos años: nos alegra escuchar las voces de las niñas, ver la comunidad fraterna que están creando entre ellas. Para nosotros, la verdadera felicidad, la verdadera serenidad, es ésa. Claro que hemos experimentado muchos momentos de caos y de preocupación, pero nunca podremos decir que no somos “felices” por ser padres.

Los hijos, sin embargo, quitan tiempo a cada uno de los padres y a la pareja. ¿Qué puede decir a los que, por este motivo, tienen miedo a abrirse a la vida?

Que es más hermoso vivir para otro que para uno mismo. Si tú no te das, no perderás nada, pero si no te das, no recibirás nada y te perderás a ti mismo.

Cuando yo vivía sola, sin marido y sin hijas, la vida era mucho más sencilla. Tenía más tiempo para “mí misma” – solo debía pensar en mí-, pero no tenía nada que me impulsara a mejorar. La vida en familia, en cambio, es un continuo darse, un darse que no sólo mejora la comunidad que has creado, sino que te mejora a ti misma.

Muchos querrían llevar una vida de eterno noviazgo. Otros desean tener hijos, pero lo retrasan continuamente, negándose la posibilidad de vivir con los hijos los mejores años de sus vidas.

Piensan que tener niños implica una pérdida del amor que hay entre ellos, cuando en realidad es una manifestación de ese amor.

Entonces, los hijos no son nunca la “verdadera causa” de la infelicidad de los esposos…

Puedo decir con toda sinceridad que, después de casi cuatro años de matrimonio, quiero más a mi marido. Porque ahora nos hemos entregado del todo. Tenemos algo único (nuestras hijas) que nos une de un modo absolutamente irrepetible.
Este don, este «Sí» a la vida, nos ha unido mucho más.

Vivimos el matrimonio como “aliados”, hacemos equipo, y nos esforzamos por no descuidarnos en nuestras cosas, a pesar de lo mucho que hemos de hacer.
Y ahora, como tenemos que hacer un “esfuerzo mayor” para encontrarnos, es aún más hermoso estar juntos.

Si darse a los demás lleva a la felicidad, ¿por qué muchos se encierran en sí mismos?

En mi opinión, quienes solo buscan su «libertad», los que hacen lo que quieren sin pensar en los demás, simplemente tienen miedo. Porque amar te hace vulnerable.

Cuando tuve en mis brazos a mi hija recién nacida, sentí como un golpe en mi alma, sentí un deseo “puro” de darme. En aquel momento, estaba segura de querer morir por ella; era un sentimiento fuerte, que seguramente por mi egoísmo nunca había sentido. Y morir por otro, aunque sea maravilloso, da miedo.

Una última pregunta. Las parejas que eligen tener muchos hijos a menudo son tildados de “irresponsables” o «masoquistas». ¿Qué piensa de la decisión de tener una familia numerosa?

Soy la mayor de cinco hermanos y soy consciente de que el mayor regalo que mis padres nos han hecho ha sido decir “sí” a la vida. Muchos deciden no tener más hijos, porque piensan no poder darles lo mejor. Pero… ¿qué es exactamente lo mejor? Cuando estaba en la universidad hacía de canguro de familias ricas, que tenían todo, excepto la felicidad.
Sí, es verdad, hay cosas necesarias, como un techo, comida, educación, pero un iPhone no hará más feliz a tu hijo.

Un hermano al que poder querer es el don más precioso que se puede recibir.

Mi marido y yo tenemos dos niñas, y queremos formar una familia numerosa, no nos ponemos límites. Cuando digo esto, la primera reacción es de sorpresa, a la gente le cuesta creerlo, como si estuviéramos completamente locos. Es cierto que esta apertura incondicional a la vida no es para todos, pero hay algo cierto: nuestra cultura ve la vida como algo que encadena…, cuando la verdadera cadena es la esclavitud del egoísmo, contra la que todos -¡y yo la primera!- debemos luchar para ser de veras felices.

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