El veredicto de la Alta Corte británica, de diciembre 2020, sobre el caso Keira Bell ha llegado a los titulares de la prensa mundial: “decretar que los niños no tienen capacidad para dar su consentimiento a tratamientos que bloquean la pubertad es una victoria del sentido común”, dice el diario londinense The Times. La revista The Economist, más liberal, simplemente constata que “el veredicto tendrá repercusiones mundiales”. Esperemos. Lo que pocos saben, incluso entre los periodistas advertidos, es que un libro bien documentado de la comunidad académica británica denunciaba ya hace un año la “fabricación pseudocientífica” del transgenderismo: Inventing transgender children and young people, publicado en noviembre del 2019 por Cambridge Scholars Publishing y editado por Heather Brunskell-Evans and Michel Moore.

La historia de Keira Bell, la chica británica de 23 años que a los 16 años comenzó la transformación en hombre y que ahora lamenta la elección, está viajando por todo el mundo. Keira acusa a la clínica de Londres donde se había embarcado en la transición, de no haber investigado suficientemente los motivos de su solicitud de cambiar de sexo y de haber obtenido un consentimiento que un joven de esa edad no puede expresar con plena conciencia. También denuncia la excesiva rapidez con que los niños y adolescentes se someten a terapias hormonales para cambiar de sexo.

La historia de Keira lleva a los reflectores de la atención pública un tema muy complejo pero poco debatido: el tratamiento de la disforia de género en adolescentes y niños. Los autores del libro mencionado expresan sin ambages sus preocupaciones sobre los enfoques terapéuticos en niños transgénero; terapias que se están extendiendo a otros estados desde Inglaterra y los Países Bajos. Los editores del volumen son Moore, profesor honorario de la Escuela de Salud y Asistencia Social de la Universidad de Essex, en el Reino Unido, y editor de la revista internacional Disability and Society, y Evans, filósofo y teórico social, especializado en el campo de la medicina, en particular con respecto al cuerpo sexuado y el género. Ambos han estado estudiando el tema durante años y están empeñados en la difusión de un conocimiento crítico del fenómeno del transgenderismo y ladisforia de género.

Un libro que ayuda a reflexionar sobre el tema del cambio de sexo

El libro contiene ensayos y reflexiones de académicos, psiquiatras y padres, e incluye también relatos de jóvenes adultos que lamentan haberse embarcado en la transición del sexo biológico al percibido, y tiene como objetivo demostrar que el transgénero no es una realidad biológica, sino un concepto inventado, sin base alguna en la neurociencia, la psicología o la psiquiatría. Los autores sostienen que hay poca evidencia que respalde las afirmaciones de que el cerebro está sexuado y ninguna evidencia atestigua que algunos fetos se desarrollen con cerebros y cuerpos que no coinciden.
En particular, los autores señalan: «la idea de que el transgénero es un fenómeno pre-social interno que ha existido a lo largo de la historia no es un hecho que tenga evidencia científica, sino solo una suposición, una hipótesis».

¿Propaganda ideológica o libertad científica?

La propaganda ideológica protegería las prácticas médicas utilizadas para apoyar la transición hasta el cambio de sexo; prácticas que, como destaca el texto de Moore y Evans, también se llevan a cabo en adolescentes y niños pequeños y consisten en la administración de drogas para bloquear la pubertad, esperando que el sujeto decida a qué género pertenecer. Esto es lo que sucede en Inglaterra, en Londres, con la contribución del sistema nacional de salud, en el Centro Tavistock, la clínica responsable del tratamiento de la disforia de género y que en los últimos años ha registrado un aumento significativo incluso presentando largas listas de espera.

El libro aborda la controvertida práctica médica de administrar hormonas a niños y adolescentes sanos, con una edad promedio de alrededor de 12 años, poniéndolos en riesgo de esterilidad, para respaldar su percepción de una identidad de género distinta del sexo biológico. El tratamiento se extiende a la práctica quirúrgica para eliminar las características sexuales secundarias, con el fin de «acompañar» y preparar la transición, incluso anatómicamente, al otro sexo.

El texto argumenta que la “afirmación positiva” perjudica a los niños. «Afirmación positiva» significa la aceptación indiscutible del deseo expresado por los niños de pertenecer al género distinto al biológico; y que se traduce en aconsejar a los padres que sigan esta idea del niño, dándole prioridad sobre el hecho de su conformación física. La «afirmación positiva» suele ir acompañada de una «transición social»: los niños pueden adoptar un nuevo nombre, adoptar pronombres y ropa asociados con el sexo opuesto y obtener acceso a espacios antes no permitidos para ellos. Además, durante este proceso, los niños transgénero se hacen famosos: testimonios de audacia y emancipación.

Sin embargo, los autores del libro señalan que si apoyar la adquisición de una nueva identidad puede ‘congelar el desarrollo’ al evitar la maduración de la sexualidad, también puede aumentar la confusión en el niño debido a la desalineación entre el desarrollo del cuerpo y el de la mente.

¿Qué se puede hacer entonces?

Durante años, muchos se han estado preguntando qué hacer para afrontar el fenómeno de la disforia de género. El texto intenta dar una respuesta, destacando la necesidad de romper primero la «conspiración del silencio» hacia las voces críticas con la mentalidad presuntamente dominante, tanto en las esferas sociocultural como médico-científica, que promueve la aceptación del proceso de transición desde la edad pediátrica. De hecho, el miedo a ser acusado de oscurantismo, intolerancia, transfobia, lleva a muchos a tenerse para sí sus convicciones, o a perplejidades y temores sobre este tema.

No hay que olvidar, como recordaba un artículo publicado en la revista médica científica The Lancet en 2018, que el sexo biológico está determinado inmutablemente por dos cromosomas específicos en el momento de la concepción, mientras que el género es una expresión social. Ciertamente, el profundo sufrimiento que situaciones como la disforia de género y la incomodidad por no aceptar el sexo biológico crean en la persona son un problema real. Pero igual de real es la manipulación de la pubertad con el uso de drogas nacidas para otros fines. Sin embargo, las consecuencias de las intervenciones médicas invasivas irreversibles y sin riesgo deben evaluarse rigurosamente.

Sin negar la complejidad del asunto, sería deseable una sociedad que escucha y acompaña a los jóvenes en un proceso de crecimiento en el desarrollo saludable de la percepción de su cuerpo e imagen, ayudándoles a apreciarse a sí mismos tal como son. Los padres y los modelos de referencia deben jugar un papel importante en este camino en una sociedad madura que protege a los miembros más frágiles de la autolesión.

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