Buenas y malas noticia sobre uno de los grandes males del siglo XXI. Hay buenas y malas noticias sobre la pornografía.

La mala noticia es que algunas mujeres piden a gritos poder utilizar al igual que los hombres la industria del porno; la buena noticia es que los hombres están abandonando esa porquería.

Esto es a grandes líneas, pero los detalles son igualmente inquietantes por un lado y alentadores por otro.

En primer lugar, las mujeres. Solo Dios sabe lo difícil que es mirar desde una nueva perspectiva aniversarios como la jornada internacional de la mujer, y ha sido chocante encontrar en “La Conversación” (The Conversation) un llamamiento a los gestores de los contenidos de porno femenino a favor de un acceso más igualitario a las mujeres a este mercado.

The Conversation es un forum internacional en el que académicos pueden dar a conocer sus trabajos y que está financiado por algunas instituciones académicas. Sus artículos pueden ser sometidos a licencias de publicación, llamadas “creative commons license”. El Slogan come se presenta el portal es: “Academic rigour, journalistic flair” (Rigor académico, buen periodismo).

Espero que Zahra Zsuzsanna Stardust, la doctoranda australiana (y ex candidata parlamentaria por el Sex Party australiano) que ha escrito el artículo titulado “Las mujeres en el sector porno necesitan derechos y adecuada retribución, no gestos simbólicos”, haya mostrado mayor rigor académico en su amplia investigación indagando también en los rincones oscuros del porno femenino. Ser parte ella misma de este negocio debe haberla ayudado.

En lo que se refiere al “buen periodismo”, ella se debería atribuir el mérito de despachar por llamamiento a la justicia social la promoción de una subcultura degradante.

Los lectores deberían sentirse indignados por las mujeres líderes de la industria del porno online, cuyos capitanes – mejor dicho, piratas – les han pedido compartir su trabajo gratuitamente en IWD a cambio de una “exposición masiva”.

La forma en la que Z. Z. Stardust muestra las características monopolísticas del sector que alimenta tal descaro es una maravilla de análisis marxista. Si el tema no fuera tan podrido, sería para reír.

La vida es una lucha también en el sector del porno. No solo las mujeres y los otros pequeños productores y sus actores deben hacer las cuentas con los monopolistas por encima de ellos, sino también con tacaños por debajo de ellos que no quieren pagar. “Los actores están empujando a los consumidores a las fórmulas ‘paga para el porno’ y ‘vota con la cartera’ como modalidad de consumo ético del porno”.

Sus esfuerzos creativos están limitados por leyes, su trabajo está estigmatizado.

Contra todo pronóstico, estos “valientes” están tratando de “tomar las riendas” de la producción y de la distribución. Así de míseros son sus ingresos que, sin embargo, podrían verse obligados a encontrar un trabajo de día, como se esperaría en una economía capitalista decadente:

Heather Berg, de la Universidad de California, sostiene que esto es parte de una tendencia más amplia del tardo capitalismo: trabajo y vida están mezclados, los actores son animados a asumir su identidad profesional veinticuatro horas al día, siete días a la semana y se espera que interpreten por amor y no por dinero.

Stardust, se debería añadir también, no ha tenido que financiar por sí misma la investigación. Ha obtenido una beca de estudio llamada “Australian Postgraduate Award”, financiada por los impuestos de los contribuyentes. Si alguien puede obtener un doctorado por esto, pobre Australia y, aún más, pobres mujeres.

Y ahora las buenas noticias

Tenemos que dar las gracias a dos hombres, un jugador de fútbol americano de color, convertido en actor, y un atleta neozelandés, que viven en Estados Unidos.

Ya han pasado un par de años desde que Terry Crews, el Muhammad Ali de los anuncios del after shave para hombres, se hizo famoso por haber denunciado y combatido públicamente la propia “dependencia de la pornografía”. El mes pasado publicó un vídeo en Facebook en el que confirmaba que ya estaba limpio.

Crews casi destruye su matrimonio y la felicidad de sus cinco hijos con este vicio. Lo había escondido durante años y consiguió combatirlo solo yendo a rehabilitación, después del ultimátum de su mujer, Rebecca King Crews.

En el primer vídeo, que tuvo tres millones de visualizaciones solo en las dos primeras semanas, Terry dice:

“Algunas personas dicen ‘venga, amigo… no puedes ser realmente dependiente de la pornografía’. Pero os digo una cosa: si el día se convierte en noche y tú estás todavía viendo, probablemente tienes un problema. Y yo lo tenía”.

“Cambia la forma en la que piensas en las personas. Las personas se convierten en objetos. Las personas se convierten en sus partes del cuerpo; se convierte en cosas para usar, no personas a las que amar”.

En el vídeo, Terry habla de cómo Internet ha permitido que el vicio se extienda, que crezca y de cómo “decírselo a alguien” ha roto su poder. Él dice a las mujeres que tienen sospechas (estás escuchando, Stardust?):

“Mujeres, no debéis tener miedo. Tenéis que hablar con vuestros hombres sobre el problema. No debéis aceptar la pornografía en vuestra vida”.

Y describe el porno como un asesino de la intimidad.

“Cada vez que veía pornografía, me creaba un muro. Cada vez añadía otro ladrillo entre mi mujer y yo. Y la verdad es que todo lo necesario para vuestra intimidad está en tu pareja”.

Después fue el turno del neozelandés Nick Willis, quien confesó su obsesión con el porno. Wills, 32 años, padre de un niño de dos años y seleccionado para las Olimpiadas de Río, ha contado su historia, similar a la de Terry Crews y usó la misma red social, Facebook, para hacerlo público.

Como Crews, Willis atribuye a su mujer, Sierra, los méritos de su inversión de tendencia. Ambas parejas eran cristianas y su fe parecía haber incrementado la vergüenza de confesar esta costumbre, pero parece que precisamente la fe ha hecho posible, finalmente, la admisión.

Hacer pública su lucha ha sido un estímulo más para cambiar y, en términos de feedback, positivo por parte de miles de personas a quienes les ha dado un apoyo enorme.

Ambos se han reconocido “dependientes” de la pornografía. Entre otras cosas, permanece una tentación; después de haber dejado el porno durante dos años y medio, Willis todavía tiene que luchar con las imágenes que vuelven de forma espontánea.

Para él, ha dicho, todo comenzó cuando era un adolescente solitario. Se ha expuesto a revistas y vídeos que parecía que le daban “una forma de intimidad, de la que era profundamente carente”. Después ha visto que no se trataba de intimidad, sino de una solución “no natural” y “temporal”, que le dejaba después una sensación de “vacío” y una soledad todavía más grande y que lo ha llevado a mirar a las mujeres, en particular a su esposa, como objetos.

Debería alarmarnos realmente el hecho de que la posibilidad de acceso al porno crece de forma descontrolada, desde que Willis era solo un adolescente, y se ha convertido casi en algo omnipresente, tanto que pocos chicos adolescentes quedan “ilesos”. Willis y Crews ofrecen consejos para la prevención y el cuidado: hablarlo, no dejar que se pudra dentro, no dejar que la vergüenza bloquee.

Estos dos hombres han hecho un servicio enorme a la sociedad, descubriendo una maldición que tiene el poder de desfigurar conciencias, matrimonios, vidas familiares de una generación, y aún más. Cuánto es dolorosamente irónico que un grupo de mujeres liberados en materia de sexo, ayudadas por el sistema académico, afirmen que hacer porno es un arte creativo y un trabajo honesto para las mujeres.

Nota: Con licencia de Mercatornet.

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