Una de cada dos personas en el mundo
está presente en una red social al menos. En concreto, de los 7.600
millones de personas que viven en nuestro planeta,

3.400 millones son usuarios activos de las redes sociales

. Un número realmente apabullante. Basta pensar que, en un solo año, de
enero de 2018 a enero de 2019, se ha producido

un aumento de 288 millones de nuevos inscritos en las redes
sociales

, lo que supone un incremento del 9%. Esto es lo que
resulta de la última investigación publicada por

We are social

. Se trata de un informe anual sobre la penetración de Internet y los
medios digitales en el mundo.

Cada vez somos más digitales, más sociales, y la frontera entre nuestra
identidad off-line y la on-line es cada vez más débil e imprecisa.

De la identidad real a la virtual

Digámoslo claramente:

el tiempo que estamos inmersos en nuestro mundo de las pantallas,
aumenta cada día más

. Sólo en las redes sociales, siempre según el estudio de We are social
2019

, estamos conectados una media de 2 horas y 16 minutos al día.

Hace 5 años, en 2014, era una hora menos.
En total pasamos en Internet, por entretenimiento o
por trabajo, 6 horas y 42 minutos. ¡Más de una cuarta
parte de la jornada!

Nuestra presencia en Internet se está convirtiendo en una obsesión,
algo casi compulsivo. La Red se ha convertido en el

canal principal a través del cual construimos y ofrecemos la imagen
de nosotros mismos y nos relacionamos con los demás

. Si lo pensamos bien, la primera tarjeta de visita es una cuenta de
Facebook, Instagram o Linkedin. Los tweet o los post se han convertido
en el modo principal de comunicarnos, expresar los sentimientos, ideas
y pensamientos, los estados de ánimo.

A través de las frases, imágenes y vídeos que publicamos cada día,
construimos, de modo consciente o inconsciente, nuestra
identidad digital.
Por este motivo, es fundamental ser

conscientes de la biografía que construimos a diario en la web,

y darnos cuenta de cómo cada detalle contribuye a ese relato y a la
definición de nuestro ser social y de nuestra reputación.

En las redes sociales, ¿nadie es “de verdad”?

La pregunta surge espontánea:

el conjunto de nuestros status, los álbumes de fotos y videos
que publicamos, los posts, los intercambios y los like, ¿realmente nos representan?

Es cierto que estos elementos contribuyen a definir y a exponer una
identidad. Pero quizás es una identidad que no nos representa al cien por
cien. En la vida física o no desmaterializada, con los colegas de trabajo o
con nuestra familia, somos diferentes, peores o mejores, pero diferentes. ¿

Cuál es la gran diferencia entre identidad corporal y digital?

En los social media, en el fondo, nadie es él mismo porque todos
los elementos que contribuyen a definir el “ser virtual” son manipulables.

Si lo pensamos bien, nunca como ahora hemos tenido la posibilidad de
gestionar datos e

información sobre nosotros mismos. Las fotos y post que publicamos en
las redes sociales

son fruto de una decisión y “manipulación” nuestra. Yo decido qué escribo,
qué omito, qué fotos incluyo y cuáles no, qué parte de mi carácter muestro,
qué fragmentos de mi vida cotidiana hago públicos y cuáles me guardo para
mí. Puedo alterar las fotos, retocándolas, para parecer más guapo, más
joven, más feliz, más todo. Pero, en el fondo, todo esto ¿no es, sin
ambages, un gran engaño?

En las redes sociales tenemos la ilusión de haber conseguido el control de
nuestra vida, de poderla administrar como mejor creemos, de –¡por fin!- ser
los amos del cotarro, sin que el juicio sobre nosotros mismos esté a merced
de los demás. Esta

obsesión sobre la imagen en el ciberespacio, construida selfie tras
selfie, post a post, no lleva a nada bue

no. El itinerario que conduce a la definición de

nuestra identidad digital corre el riesgo de convertirse en una jaula

, en una prisión de la que resulta difícil salir. ¿Qué podemos hacer? Se
abren dos caminos posibles.

El primero,

cuidar nuestra identidad virtual, pero sin pasarnos, poniendo

atención a lo que se publica y se escribe en la red. Un consejo, hagámonos
esta pregunta:

“Estas cosas que estoy

escribiendo on line ¿pueden de algún modo colocarme en una situación
embarazosa ante mis amigos o familiares? Esta foto que estoy publicando
¿puede comprometer mi reputación o causarme problemas legales?”

La segunda es aún más sencilla. Consiste en

desinflar los social networks, haciéndolos menos centrales en nuestras
vidas. No existimos sólo en función de los like que recibimos.

El concepto de identidad y la definición del propio ser es muy compleja, y
el de identidad digital no lo es menos. Las redes sociales producen la
ilusión de haber encontrado un modo más sencillo para mostrar a los demás
quiénes somos, pero quizá no es realmente así.

La identidad digital ofrece el riesgo de convertirse en una obsesión
que nos impide progresar, experimentar, abrirnos sinceramente al
prójimo, mostrando también nuestras debilidades, defectos y
fragilidades.


Porque también es bello y humano reflejar, a veces, nuestras caídas, y
que sabemos levantarnos. Un buen punto de partida, para recomenzar

.

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