Jonah Lynch , El perfume de los limones. La tecnología y las relaciones humanas en la era de Facebook, Ed. Lindau, pp. 144, euros 11,00.

Uno de las mejores cualidades del libro, que ha conseguido entusiasmarme y conquistarme, página tras página, es sin ninguna duda la sinceridad. Una sinceridad combinada con la sencillez: del autor, en primer lugar, porque afronta los temas del libro que él mismo ha vivido en primera persona; en segundo lugar, sencillez al describir los cambios que pueden ocurrir en nuestra mente a través del uso indiscriminado -me atrevería a decir “adolescente”, “inmaduro”- de las nuevas tecnologías de Internet, es decir, las redes sociales. Por cierto, el doctor Federico Tonioni en 2009 abrió la primera consulta pública en Italia para el tratamiento de las dependencias de Internet, en el Hospital Gemelli de Roma.

El libro no es abstracto sino muy práctico, a veces excesivamente concreto.
El texto se divide en cuatro capítulos: Neuro-sorpresas, La obstinación de la materia, Educación, Conclusión.

El autor describe de forma rápida la historia de la humanidad vista desde el punto de vista de la escritura y la lectura, haciendo referencia a la invención por los signos de puntuación en la escritura, en el año 800, por los monjes irlandeses. Desde ese momento “se vuelve físicamente más fácil leer de forma rápida y cuidadosa. Esto condujo a una capacidad de reflexión de gran alcance: mientras uno lee profundamente, piensa profundamente”. Lynch, a partir de esa reflexión, expone el principio que, en mi opinión, es el fundamento de todo el libro, y que en varias ocasiones, siempre aportando más detalles, se va explicando progresivamente: cuando se lee de una manera profunda, se crean “vínculos en la memoria entre lo que se está leyendo y lo que ya se ha experimentado o pensado. En este flujo multidireccional de ideas a través de la memoria, se crean conexiones nuevas y muy fuertes […] Es necesario un breve periodo de tiempo para que la información que entra en la memoria a corto plazo pueda ser transferida a la memoria a largo plazo”.

Si durante este proceso la memoria a corto plazo se llena de otros datos, de otras informaciones, los anteriores se borran. En este punto el autor, retoma algunos estudios de Maryanne Wolf, “ Proust y el calamar. Historia y ciencia del cerebro que lee” y de Nicholas Carr, “

¿Internet nos hace estúpidos? Como la red está cambiando nuestros cerebros”
.

Lynch no es un “conservador” nostálgico de la Edad Media y de la Inquisición ni tampoco un “liberal progresista”. Lynch es más bien un realista. No lanza ningún anatema contra los teléfonos móviles o Internet.
Su objetivo parece ser el de ordenar los instrumentos técnicos al servicio del hombre. Por el contrario, se opone a “la rendición incondicional del fatalismo, a la ingenua esperanza del evolucionismo social, y a la cobardía de aquellos que se limitan a quejarse de lo que está mal, sin proponer una alternativa mejor”.

El capítulo que considero el principal es el que está dedicado a la educación y en el que se pretende abordar la pregunta “¿y ahora qué debo hacer? ¿Cómo puedo enseñar a usar sabiamente los medios tecnológicos de comunicación?”. El autor propone ingeniosamente como respuesta el ayuno.
Sí, habéis leído bien: ayuno. Una palabra y una práctica que han desaparecido casi por completo de nuestro horizonte cultural… Es la propuesta de un ayuno tecnológico. Un ayuno que nos enseñe que “libertad significa vivir lo esencial, no dispersarse, no flotar sobre la superficie de los sentimientos”. El ayuno tecnológico quiere facilitar la auténtica toma de conciencia de sí mismo y el crecimiento de las relaciones humanas… Pongamos un simple ejemplo que puede resultar útil, como explica el autor, tanto para las personas solteras como para las familias, o las casas de formación para la vida consagrada o sacerdotal: apagar el teléfono móvil mientras estamos sentados a la mesa con nuestros amigos, familiares o hermanos de comunidad, prefiriendo así su presencia real.

Ciertamente el ayuno abre un espacio de libertad, pero por sí solo no es suficiente: es necesario proponerse un ideal. A la pregunta técnica (¿pero entonces puedo utilizar Internet? ¿Cuándo puedo usar el teléfono móvil?) se responde teniendo en cuenta ese ideal. ¡No es necesario un manual de casuística! En su lugar, hay que preguntarse: ¿Por quién vivo? ¿Qué es realmente importante en mi vida? ¿Facebook es una manera de vivir mejor las relaciones? ¿Es un ejercicio de vanidad o un empobrecimiento de la calidad por la cantidad? ¿El teléfono, el iPad, el Blog… te liberan o te encadenan?

Lynch escribe: “La educación es la ayuda para «encarnar» el ideal en una situación concreta… El trabajo del educador, del padre y de la madre, consiste en esto: debe ser capaz de vivir un ideal convincente para sí mismo y luego proponer este ideal a sus hijos o estudiantes. Evidentemente al final serán ellos los que decidan, pero si no reciben una propuesta atractiva y realizable, se perderán más fácilmente. Éste me parece el único camino que se puede seguir: la libertad guiada por un gran ideal”.

Por lo tanto, ante cualquier dispositivo tecnológico, hay que preguntarse:

1. ¿Que es lo que promete este objeto? ¿Qué problemas me solucionará?

2. ¿Me interesa su promesa? ¿Realmente tengo estos problemas?

3. ¿Cuales son los problemas que me creará?

Todas estas preguntas se exponen en una entrevista a un teórico de los medios de comunicación y crítico cultural del nivel de Neil Postman… El video de esta entrevista, obviamente, ¡se puede ver en Youtube!

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