¿Cómo ha cambiado la programación televisiva para niñas en los últimos 15 años? En los años noventa, la serie de televisión Sailor Moon representaba una esperanza para las niñas que la veían porque estaba claramente proyectada hacia el futuro. La protagonista era mayor (14 años es un abismo para las telespectadoras de sólo 8 años), guapa, con manías y defectos, con muchas amigas; iba al colegio (aunque no le gustaba) y soñaba con el príncipe azul.

Junto a esta serie de dibujos animados, en la televisión había también un programa para chicos llamado Solletico, en el que participaban niños entre los 8 y los 11 años, que iban vestidos de niños (vaqueros y jersey) y que hacían cosas de niños, es decir, jugaban: con el cuatro en raya gigante, al enorme Spago Spaghetti, o coloreaban cuadros famosos intentando adivinar los colores, mientras observaban el original en blanco y negro.

Junto a estas dos “visiones”, la primera con proyección de futuro y la segunda anclada firmemente en el presente, estaba la publicidad, de donde emergía la Barbie, la muñeca grande que hacía cosas de mayores, sí, pero muy normales: hacía la compra, era veterinaria, dentista, profesora, dependienta… Había una clara distinción entre el mundo del niño que juega a ser mayor y el modelo del mundo de los adultos, que se mueve entre lo real (las profesiones) y lo ideal (ser guapa, fuerte, valiente y querida por los amigos). También había series como Vicky, en las que había familias estereotipadas, un poco alocadas pero unidas (padre, madre e hijos). Y así el cuadro resultaba completo: había una armonía entre todos los programas que no era perjudicial en líneas generales.

Desde el 2000 todo ha cambiado.

Lo primero que cambió fue la publicidad: aparecieron las Bratz, muñecas cuyo único fin en la vida era ir a la moda (zapatos, tacones, maquillaje), y que como mucho eran cantantes. Desapareció la muñeca que imita al adulto, también trabajando. Tanto es verdad que las Barbies han sufrido un gran cambio (quizá debido a una decisión de la dirección comercial) y han transformado totalmente su estilo, reduciéndolo al de los cuentos: aparecen las hadas, las sirenas, las princesas. Un juego de pura fantasía que contrasta con las muñecas-pop.
Éstas quedan como el único modelo que hace referencia al mundo real de los adultos (las cantantes existen, las sirenas no) y, por lo tanto, el único imitable. Desparecieron así, de forma progresiva, los programas educativos para pre-adolescentes.

Hoy están las Winx, que unen los dos juegos: son hadas, vuelan, tienen poderes, pero tienen un look moderno, de personas mayores.
Y, de hecho, son grandes: en las primeras tres temporadas tienen entre 16 y 18 años y van al instituto; en la última son venteañeras que trabajan, tienen novio, y quizá, una vida demasiado de estrella, pero son normales en el modo de relacionarse; por ello, deberían proyectarse hacia el futuro como hacían en Sailor Moon, pero han desaparecido el resto de ‘programas’ que generaban un contexto y normalizaban la situación. En el lugar de Solletico está Musicgate, un programa que ve siempre a los niños como protagonistas, pero son falsos niños: se visten como mayores (chicos que parecen modelos, chicas en minifaldas y tops); se comportan, hablan, bailan y cantan como Britney Spears. Mientras, en las series desaparece la familia para dar lugar a supuestas niñas de 12 años que solas se crean más problemas con los chicos y las amigas, de cuantos tendrían las enloquecidas chicas de 18 de la serie Beautiful.
Problemas improbables a esa edad ya que ningún niño piensa por el momento en las chicas sino en el balón y los amigos para jugar. Por tanto, no son los dibujos animados en sí los que han cambiado o empeorado, sino el entorno de publicidad-programas-series que se han homologado y uniformado en una única dirección: confundir las edades, pretender que todas y todos estén constantemente centrados en ser el centro de atención fijándose en el look, en la moda, el maquillaje, el novio… Han desaparecido los juegos y un mundo de adultos real (que trabaja), y han quedado las pop stars como modelo. No nos indignemos con los dibujos animados: en el fondo es lo único que ha permanecido fiel a principios sanos (amor y
amistad). Cambiemos el resto, que es totalmente falso y dañino.

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