Ha hecho discutir al mundo entero la historia de Charlie Gard, el bebé británico fallecido el pasado mes de
julio, después de una larga batalla legal entre sus padres y los médicos
que lo tenían bajo tratamiento en el Grand Ormond Street Hospital
de Londres.

Ahora que el caso se ha “cerrado” y se han acallado las polémicas –el caso
gozó de una amplia cobertura periodística y fue objeto de
instrumentalizaciones ideológicas y mediáticas-, vale la pena hacer un
balance y aprender de esta historia.

Una síntesis del caso

Pocas semanas después de su nacimiento, al recién nacido le diagnosticaron
una enfermedad genética rara. Ingresado en el Grand Ormond Street Hospital,
fue mantenido en vida con respiradores artificiales. Pero los médicos, tras
probar distintas terapias, tomaron la decisión de interrumpir todo tipo de
ayudas y dejarlo morir, contra el deseo de los padres, que querían probar
unos tratamientos experimentales.

La delicada cuestión terminó en manos de los tribunales británicos, que
emitieron sentencias discordantes. La primera fue a favor de los padres,
mientras que la segunda, de los médicos. Los señores Gard apelaron al
Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que a su vez apoyó a los médicos.

Los padres querían llevar al niño a Estados Unidos, pagando ellos los
gastos (habían logrado reunir el dinero necesario con una colecta a través
de las redes sociales) para intentar un tratamiento experimental. Pero se
les prohibió que el pequeño saliera de Inglaterra. La madre y el padre de Charlie también recibieron una oferta del hospital Bambin Gesù de Roma, cuyos médicos estaban dispuestos a tratar esa
enfermedad; pero esa posibilidad también se les denegó por “razones
legales”.

Son muchas las sombras, las ambigüedades, los pretextos burocráticos, las
opiniones discordantes que acompañaron esta historia trágica y que fueron
difundidos con distintos enfoques por los medios de comunicación de todo el
mundo.

Desde el principio la información fue confusa, poco clara: un lector medio
que quisiera informarse, pero que no estuviera familiarizado con los temas
científicos que se debatían, tenía muchas dificultades para entender qué es
lo que estaba pasando, cuál era el punto central del asunto, cuáles eran
los riesgos y beneficios del tratamiento experimental, el porqué de los
repetidos «noes» ante la petición de que fuera atendido en otros
hospitales.

Hay quien habla de la actuación de los médicos como un intento de practicar
la eutanasia pero disimulando esta intención, y quien sostiene que sólo
querían interrumpir un tratamiento que era ensañamiento terapéutico.
También la decisión estatal de asignar a los padres una abogada no
imparcial (favorable a la eutanasia) como representante legal de Charlie, no ayudó a juzgar con serenidad ni a los padres
ni a la opinión pública. Ellos tenían ya un abogado, pero el Estado, a
través de una oficina para-estatal que depende del Ministerio de Justicia,
eligió otro para Charlie: se trataba de Victoria
Butler-Coler, presidenta de la Asociación pro-eutanasia “Compassion in
Dying”. Cuando los padres lo descubrieron y denunciaron este conflicto de
intereses, no se les hizo caso.

En las guerras todos pierden

A añadir leña al fuego, hubo otros muchos factores colaterales. Señalo sólo
algunos:

– Una declaración de Greg Burke, director de la Oficina de Prensa del
Vaticano, que fue difundida por los medios como el deseo del Papa de que se
escuchara a los padres. Esto generó polémicas entre los católicos sobre el
alcance y significado del tweet papal;

– Un tweet de Trump, seguido por una decisión del Senado norteamericano de
aprobar una enmienda para dar la ciudadanía a Charlie Gard y facilitar así
que pudiera recibir tratamiento en Estados Unidos;

– La oferta del Hospital Bambin Gesù de un traslado a Roma para
probar un nuevo tratamiento y la descalificación del prestigioso hospital
de la Santa Sede por parte de la Agencia Associated Press, que en
su información subrayó ciertas irregularidades en la gestión administrativa
y económica de ese hospital.

En definitiva, en las guerras, más aún si son ideológicas, se admiten todas
las armas disponibles, porque para los contendientes, la nobleza de la
causa en juego permite todo. A río revuelto, ganancia de pescadores: tanto
los de buena fe como los que sacan provecho del conflicto, como los
especuladores en los conflictos armados.

La clase médica también salió dividida. Incluso los profesionales tenían
visiones muy diferentes. Hubo médicos que apoyaron totalmente a los
doctores del hospital londinense y vieron en la obstinación de los padres
el intento inútil, aunque comprensible, de dos personas desesperadas y que
amaban a su hijo; pero también hubo médicos, como el doctor Hirano -que
aceptó dar la cara y jugarse su prestigio-, que argumentaron que podía
existir una posibilidad de tratamiento, precisamente lo que los padres de Charlie no se cansaban de repetir (léase por ejemplo

http://www.ilfattoquotidiano.it/2017/07/13/charlie-gard-giudice-chiede-nuovi-dati-il-medico-usa-tentare-la-terapia-chance-dal-10-al-50/3727241/

)

El papel de los medios

La confusión aumentó por las visiones muy diferentes asumidas por los
medios de comunicación, a menudo dictadas por prejuicios ideológicos o por
diferentes concepciones de la “dignidad del ser humano”, la “calidad de
vida”, y el “respeto por la vida”, y que determinaban a priori el
modo de narrar toda la historia. O, quizá, los medios de comunicación
reflejaron como un espejo el clima de incertidumbre que esta historia
estaba generando.

Era evidente que los medios de comunicación se iban a ocupar de este caso,
porque la historia se presentaba al mismo tiempo dramática, conmovedora,
compleja y llena de matices. El conflicto tenía que interesar por fuerza al
gran público: por una parte teníamos dos padres destruidos, pero
esperanzados y combativos, aferrados a una esperanza y dispuestos a
movilizar tribunales y hospitales de todo el mundo; por otra los jueces y
los médicos, que detentaban el cetro de la ley y de la ciencia y que podían
pasar por verdugos crueles e insensibles, junto a sabias e incomprendidas
autoridades.


Entre las diferentes actitudes de los medios, se han podido distinguir
las siguientes:

– Algunos medios de comunicación apoyaron las tesis de los médicos del
hospital Grand Ormond Street, y al mismo tiempo mostraron
comprensión hacia el sufrimiento y las peticiones los padres. Es el caso de
uno de los principales periódicos nacionales italianos

Il Corriere della Sera

,
que desde el principio recogió en su web toda la historia;

– Otros, en cambio, se han alinearon con los médicos sin vacilar, acallando
sin términos medios a los “inexpertos padres” y a todo aquel que criticase
el dictamen de los doctores. Nos referimos por ejemplo al conocido
periódico británico

The Guardian

, según el cual el dictamen de los médicos era indiscutible;

– Hubo medios que pusieron en duda la actuación de los médicos, como el
periódico italiano de inspiración católica

Avvenire

, que siguió muy de cerca todo el tema del posible traslado del niño al l
hospital Bambin Gesù de Roma, impedido, al final, por cuestiones
legales.

– Quien dudó de la actuación de los médicos del GOSH fue también el
estadounidense

The New York Times

, según el cual nadie puede definir qué vida es digna de ser vivida y cuál
no, y cada uno debe ser dejado libre de auto determinarse: en este caso,
los padres tenían derecho a decidir en nombre del niño. El periódico
americano, desde posiciones liberales, se puso al lado de los padres, pero
no por el valor de la vida o la dignidad de toda persona, sino por la
defensa de su autonomía de decisión. Y es interesante subrayar cómo este
caso ha visto defender la misma posición periódicos y revistas que, en
muchos campos, mantienen posturas éticas muy distintas, como el periódico
italiano Avvenire y el norteamericano The New York Times;

– Otros medios acusaron a jueces y médicos de haber condenado a muerte al
niño, emitiendo una sentencia por la que, para ellos, debía morir sin
intentar antes todo lo posible por curar su enfermedad;

– Algunos periódicos populares y sensacionalistas ingleses, como The Sun y Daily Mail, se pusieron al lado de los padres,
dándoles voz y explicando algunos aspectos que otros medios, entre ellos
periódicos con fama de exactitud y credibilidad – pasaban por alto.

Son sólo unos ejemplos de una fuerte división de opiniones, apreciable
tanto en la prensa internacional como en la opinión pública.

Frente a tantas incertidumbres, el riesgo era caer en el sentimentalismo,
en el pietismo; adoptar una posición más “con la tripa” que “con la
cabeza”, o de asimilar posturas rígidas que chocaban con el amor por su
hijo demostrado por los padres, y con la esperanza ofrecida por algunos
expertos.

Algunos elementos de luz y esperanza

Una cosa, sin embargo, es cierta: en una sociedad donde se exalta la
libertad individual y subjetiva, se dejó a los técnicos decidir sobre la
suerte de un niño, quitando de hecho la patria potestad a los padres y
omitiendo las opiniones discordantes de otros técnicos.

La ideología difundida en Occidente, que defiende la autonomía de la
voluntad como criterio último (si no existe una moral única y cada uno
tiene derecho a decidir qué es justo y lo que está equivocado, ¿quién puede
erigirse en juez?), se contradice: de hecho se dio a los técnicos de la
salud, del Estado, de la ley, el poder de decidir contra el parecer de dos
padres…

Estas son las consecuencias del relativismo de los valores.

Un aspecto positivo es que Charlie, con sus pocos meses de
vida y con su mal incurable que lo constreñía a vivir en una cama de
hospital, ha contribuido a mostrar esta aberrante contradicción, a
despertar el sentido común de muchos ciudadanos, a abrir nuevas vías en el
ámbito de la investigación y a enriquecer debates en el ámbito ético. Y
esos padres, quizás un poco excesivos y “televisivos” en su modo de narrar
la historia y de crear aliados para salvar a su hijo, han sabido mostrar
hasta dónde puede llevar el amor ilimitado por un hijo, sobre todo si está
necesitado de cuidados especiales.

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