Muy a menudo, cuando se habla de aborto, se es tachado de «misógino» si se afirma que el aborto es un acto inmoral.

La persona que ve problemas en el aborto – ya que quita la vida a un ser humano – es acusada, en ciertos casos, de no considerar o no respetar los derechos de las mujeres, de no preocuparse por sus dificultades y problemas, de juzgarlas, de ofenderlas. En otras palabras, quien no está a favor del aborto «no quiere el bien de las mujeres», o, peor, las odia.

Sin embargo, no todos los llamados pro-choice (como se definen a sí mismos quienes apoyan el aborto) comparten esta posición.

Recientemente, el comediante Bill Maher, declaradamente a favor del aborto, afirmó en Real Time de HBO que el aborto es un asesinato, explicando que estar a favor de la elección de la mujer también implica esto: admitir que allí ocurre un asesinato y convivir con ello. Evidentemente, fue retomado por varios periódicos, tanto de derecha como de izquierda, y la noticia generó numerosos comentarios, algunos a favor y otros en contra.

La declaración

Exactamente Maher dijo: «Reprendo a la izquierda cuando dice ‘ellos [los pro-vida] odian a las mujeres’. No odian a las mujeres… Piensan que es un asesinato. Y en cierto modo lo es. A mí me parece bien. Yo estoy de acuerdo. Hay ocho mil millones de personas en el mundo. Lo siento, no nos harás falta».

Una posición sin duda franca y sincera, aunque de un utilitarismo estremecedor: «no nos harás falta», es como decir que ya somos suficientes en este planeta.

La mayoría de los defensores del aborto, en cambio, niegan – o evitan – la verdad, porque admitir la realidad sin edulcorarla generaría conflictos interiores en la conciencia de muchos. Por ello se tiene tanto cuidado en la elección de las palabras. Se prefiere decir «interrupción del embarazo» y no «aborto», «libertad de elección sobre el propio cuerpo», omitiendo cualquier discurso sobre el concebido (implicaría hablar del «cuerpo de otro»).

El aborto puede crear sufrimiento: evitar minimizarlo es la primera forma de respeto

Como explica Chiara McKenna, autora del artículo «¿Está bien abortar a alguien si no nos hará falta?«, hay dos problemas principales con la idea de que el valor de una persona reside en quién la recuerda cuando muere.

Primero que todo, esos niños concebidos y nunca nacidos faltarán. Podrían faltar a sus madres. Muchas renuncian al embarazo no sin sufrimiento; en no pocos casos la elección puede transformarse en remordimiento con el tiempo e influir de alguna manera en sus vidas.

Las mujeres que han abortado entre los 11 y los 19 años, generalmente no procesarán el aborto hasta la edad de 25 años. Vicki Thorn, fundadora del Proyecto Raquel – la Oficina Nacional para la Reconciliación y la Curación Post-aborto – observó un fenómeno: muchas de las llamadas que recibía provenían de mujeres que tenían alrededor de 25 años.

Solo años después, profundizando en la investigación sobre el cerebro, descubrió que a esa edad «la conexión entre los lóbulos derecho e izquierdo del cerebro» se activa completamente. En ese momento, procesan lo que han pasado y lo que han perdido, cuando anteriormente operaban «principalmente desde la amígdala, que es el centro del miedo del cerebro».

Además, los cuerpos de las mujeres sienten la falta de ese niño que debía nacer: el organismo femenino se estaba preparando para el evento de la gestación y el parto; la fuerza del vínculo es abrumadora, visceral. Basta pensar que, incluso después del parto, en la mujer permanecen células del bebé. «Estas células forman parte del conocimiento biológico: falta alguien», afirmó Thorn en una entrevista con Catholic News Agency, explicando que los sentimientos de pérdida pueden surgir en cualquier momento, incluso años después. Es el motivo por el que existe el Viñedo de Raquel, un grupo internacional que apoya a las mujeres, parejas y médicos que se han arrepentido de la elección de practicar un aborto.

Rechazar el utilitarismo: premisa necesaria para la paz entre las personas

Un segundo aspecto crítico del argumento del comediante es que ningún asesinato – así define él el aborto – puede ser justificado porque esa persona no nos hará falta. No matamos a las personas porque no tienen amigos, o no tienen seguidores en las redes sociales o simplemente porque son desconocidos para nosotros. Dentro de cien años, es improbable que alguien recuerde y extrañe a Bill Maher, ¿pero esto significa que su vida no es importante?

La paz está en serio peligro si la vida de las personas se mide en función de su «utilidad».

Los recién nacidos y los ancianos no contribuyen – en esas etapas de la vida – al bienestar de toda la sociedad a nivel económico, ¿entonces podemos prescindir de ellos? ¿A dónde nos llevaría una visión tan utilitarista de la vida humana? Se espera que la fría sinceridad de Maher sirva como una llamada de atención para aquellos que se encuentran en el limbo indefinido de los «límites razonables», que hacen concesiones en nombre de un supuesto «mal menor» y que aquellos que no saben qué posición asumir se den cuenta de que elegir el mal menor nunca es lo mismo que elegir el bien. Y Maher es solo uno de los muchos ejemplos de a dónde llevan los llamados deslizamientos en los temas delicados de bioética.

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