Un llamamiento a los medios: por favor, habladnos de matrimonio, no de la fiesta de la boda
Cada vez más jóvenes confunden los conceptos de matrimonio y fiesta de matrimonio. Muchos creen que casarse sea solo un formalidad, cara, además.
¿Pero cómo hemos llegado a este punto? ¿Y qué rol tienen o pueden tener los medios respecto a tal fenómeno?
A continuación, algunas reflexiones sobre el argumento.
Matrimonio y sobriedad
Una vez llegué a una misa de matrimonio sin saberlo.
No había flores, ni una novia vestida de blanco y ningún coche decorado con flores.
Descubrí que estaba participando en la misa de una boda solo cuando el sacerdote dijo: “Hoy celebramos la unión de una pareja, que ha aceptado mi invitación de apreciar las cosas sencillas…”
Después explicó que los dos habían ido a pedir el bautismo para su segundo hijo, siendo todavía una pareja que vivían juntos sin estar casados. A la pregunta de por qué no se casaban, respondieron que la boda costaba mucho.
El sacerdote, entonces, confirmó: “Cierto, entiendo, cuesta mucho prometerse fidelidad para toda la vida…”
“No, -replicaron- ya tratamos de vivir fielmente, de soportarnos con paciencia… ¡es un coste a nivel económico!”
“¿Un coste a nivel económico? -objetó él – Mirad, yo os caso gratis”.
Así fue como tuvo
la ocasión de explicarles la diferencia entre matrimonio y fiesta de boda… y así aceptaron casarse sin gastar un céntimo.
La gratuidad del amor
“Esta pareja ha elegido recibir la parte más importante, ha entendido la esencia del matrimonio y hoy está aquí para recibir el sello del Espíritu Santo. Eso es gratis: el amor de Dios no cuesta nada. Todo el resto es contorno, todo el resto es tradición…”, especificó el sacerdote durante la homilía.
Esa celebración me hizo reflexionar sobre la confusión que a menudo hay entre matrimonio y fiesta de la boda.
Y me interrogaba sobre cómo habíamos podido llegar a ese punto.
Cuando falta una línea que separa el noviazgo del matrimonio
A menudo hoy, al menos en los países occidentales, se percibe poco la diferencia entre un “antes” y un “después” del matrimonio: se elige casi siempre comenzar la vida de pareja viviendo juntos, de hecho se vive como marido y mujer sin serlo y a menudo se persiste en ese estado sin cambiar las cosas.
Como subrayó justamente Héctor Franceschi, profesor de Derecho Matrimonial Canónico, en una conferencia, ya citada en el artículo ¿Vale la pena casarse?, explicando las causas del porqué cada vez menos jóvenes se acercan al matrimonio. Porque los jóvenes lo consideran superfluo. Si ya no está el propósito de vivir en castidad el periodo que precede a la boda y vivir en lugares diferentes hasta que no se convierte en marido y mujer, se derriba la línea de frontera entre dos momentos diferentes: el de conocerse (noviazgo) y el de pertenencia recíproca, definitiva (matrimonio).
¿Y entonces el matrimonio qué es? A veces, solo una bonita fiesta
Si se pierde de vista la esencia del matrimonio, el riesgo es que el día de la boda se vea solo como un momento de fiesta, después del cual, en sustancia, no cambia nada.
Recuerdo todavía una conversación que tuve con una chica. Vivía en pareja y estaba pensando casarse. Me dijo: “Me gustaría casarme. Pero, ¿qué diferencia hay si vivimos juntos o me caso? Si las cosas van mal, está el divorcio….”.
Para ella, el matrimonio era solo una fiesta bonita.
Casarse no añadía nada y no quitaba nada.
Cada vez más son también las parejas que se acercan al matrimonio civil o religioso junto a sus hijos, con una vida familiar ya iniciada.
Después de la boda, todo sigue como antes, solo que se lleva un anillo en el dedo.
Obviamente, esto no vale para todos: hay parejas para las que la convivencia y el matrimonio son dos condiciones de vida diferentes: la primera, provisional, la segunda definitiva.
Algunos, después de haberse casado, se dan cuenta que algo ha cambiado, que la unión ha recibido un sello, que se ha dado un paso importante y la relación se ha hecho más fuerte.
Volvemos, entonces, al peligro de casarse solo por la fiesta, que crece exponencialmente.
¿Qué rol pueden tener los medios?
¿Los medios de comunicación tienen alguna responsabilidad, son cómplices de este fenómeno?
La respuesta es que ciertamente no ayudan a aclarar la diferencia entre matrimonio y fiesta de
matrimonio, es más, acrecientan la confusión.
Los programas que hablan de bodas – de personajes famosos, pero también de gente común – son populares en televisión.
Hay canales dedicados casi totalmente a los varios aspectos unidos a la “preparación de un matrimonio”. Pero, lamentablemente, se habla de todo menos de matrimonio en cuanto tal, del compromiso que se asume, de las consecuencias de un juramento que tiene la intención de resonar en la eternidad.
Podemos encontrar programas dedicados a la elección del vestido perfecto, a la gestión del presupuesto para hacer una bonita fiesta, programas en los que se puede ganar incluso la luna de miel… pero de amor se habla poco. Hay incluso programas que hablan de infidelidad, presentándola como una tentación natural y que cuenta poco, un pequeño incidente posible en el recorrido de una vida de pareja. Hay programas que no solo hablan de amor, sino que son incluso engañosos y de pésimo ejemplo.
Hablar realmente de matrimonio: un desafío para los productores de televisión
Afrontar argumento serios en televisión no es fácil. La televisión no es un medio que se presta a la reflexión. A menudo, quien la ve quiere solo recrearse.
Pero también es verdad que un profesional que trabaja en este sector puede plantearse como objetivo precisamente el de hacer pensar sin resultar pesado; tratar argumentos serios, sin aburrir.
¿Por qué no intentar contar algo sobre matrimonio… pero de verdad?
No se trata de eliminar todo lo que enriquece la fiesta, sino más bien recordar, mediante la narración de historias, anécdotas, etc., que hay cosas esenciales y cosas de acompañamiento y que estas últimas, si ya no hay matrimonio, no sirven de nada.
Pero, si queréis, os lo podéis preguntar junto a nosotros.
Un verdadero artista no se queda en la superficie
Queridos productores de televisión, si ofrecéis al público una alternativa, si empezáis a proponer programas que en el centro tengan el amor que impulsa a dos personas a jurarse fidelidad eterna, muy probablemente tendréis éxito, porque llegaréis al corazón de muchas personas.
Ciertamente, es más difícil encontrar y contar verdaderas historias de amor que mostrar vestidos de una tienda, pero el arte, cuando es verdadero arte, consigue hacer visible lo invisible, tangible lo que es inmaterial.
Un artista sabe entrar en el misterio del amor, no se queda solo en la superficie.
Y es esto lo que os pedimos: no hacer los moralistas, sino proponernos verdadero arte.