Concluyó el campeonato europeo de fútbol, en el que compitieron las selecciones nacionales de los principales países europeos. Italia ganó y se llevó la copa a casa, pero el mayor trofeo lo consiguió el entrenador de España, Luis Enrique, quien dio a todos una lección sobre cómo afrontar derrotas difíciles.

Sus declaraciones tras el partido contra Italia, muy bien jugado y perdido en los penaltis, llaman la atención. El entrenador de España dio una lección de clase, deportividad, elegancia y honor, al elogiar al equipo adversario inmediatamente después del partido, demostrando ser una gran persona, además de experto en su oficio. Ciertamente, la vida lo ha templado en las derrotas, su experiencia personal lo enfrentó a lo que realmente importa en la vida. Y si tras la pérdida prematura de su hija, a causa de una enfermedad que no debería afectar a los niños, uno esperaría un hombre resentido con el mundo y con la vida, cerrado en un dolor sin explicación, Luis Enrique nos ofrece la imagen de un hombre diferente, ejemplar, Hombre con una H mayúscula. Su hija de nueve años murió de un cáncer óseo: un dolor tan grande podría haberlo aniquilado y destruido; en cambio, lo encontramos en la banda, al borde del terreno de juego, para vivir comprometidamente uno de los momentos más importantes de su carrera, colocándose por encima de los tormentos futbolísticos, las polémicas y las artimañas; animando, empujando y aconsejando a los suyos hasta el último minuto, y después, cuando Italia marcó el gol decisivo, lo vimos caminar hacia el entrenador contrario para felicitarlo. En lugar de despotricar resignándose a la derrota, lo abraza y le dice que mereció ganar. No solo eso, en el post-partido hace declaraciones desconcertantes para alguien que se quedó a un paso de la final de la Eurocopa, entre otras cosas liderando a campeones del mundo. Y, felicitando al equipo contrario, dice que espera que gane la final, y afirma que apoyará a Italia.

Fue el suyo un ejemplo de cómo puedes ganar, incluso cuando pierdes. Resalta su compostura, la misma con la que vivió el gran dolor de su vida, del que seguramente aprendió lo que aconsejó a los jóvenes pegados al televisor: “Cuando te ganan, no tienes que llorar, sino levantarte de nuevo”. ¿Cómo un hombre, que ha sufrido tanto, puede estar tan sereno, sonreír incluso en las pruebas de la vida? Casi no parece real. Y al mirarlo, siento asombro y admiración, porque increíblemente este hombre gana incluso cuando pierde, es más, se agiganta en la derrota. Tal vez esto se derive de esa experiencia que no tiene nombre: el que pierde a sus padres es huérfano, el que pierde a su cónyuge es viudo, pero ¿y el que pierde un hijo?; una experiencia de impotencia: no pudo salvar a su niña, solo aceptar la realidad, y vivir con entereza el sufrimiento, sin calificativos espectaculares como guerrero, héroe, valiente, etc., solo con una sencillez desconcertante. La sencillez que le permitió decir que, para España, tras la derrota ante Italia, no será una noche triste, y le permite bromear con el jugador italiano Chiesa durante la prórroga, dando al mundo una demostración de que se puede vivir el fútbol con tranquilidad, elegancia, humanidad y señorío, sin amargura, es más, alegrándose con la alegría de los demás: encarnando las palabras de San Pablo en el himno a la caridad: “la caridad no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad”.

¿Puede un dolor, una gran tragedia, cambiar a una persona y hacerla mejor? Tal vez sí, porque, en todo dolor, cuando se toca fondo, ocurre un milagro: en ese fondo se encuentra una Esperanza a la que aferrarte, que devuelve a la cima cambiado. Este hombre también enseña algo más: no se pierde nada de lo que se sufre; lo que se debe hacer es convertir ese dolor en una oportunidad para hacerlo útil, no desperdiciar la ocasión de mejorarnos a nosotros mismos; de lo contrario, al dolor se añadiría el error. Así, lo que aparentemente debería haber sido sólo una entrevista después del partido, fue en realidad una exaltación emblemática de valores por parte de un alma en paz, que es plenamente consciente de la escala de importancia de las cosas, y nos enseñó que no hay enemigos, sino adversarios en los que ver siempre a un hermano, que -en el fondo- es el centro de la visión cristiana del hombre.

Una conciencia que quizás no tengamos todavía, pero por la que debemos luchar. Perder duele, y ante la derrota hay dos caminos: el de la ira -como la de los jugadores y aficionados ingleses tras perder la final ante Italia-, que lleva a la agresividad, mostrando la peor cara del ser humano; y el de la aceptación, signo de madurez además de deportividad, que, como mostró Luis Enrique, lleva al respeto de los demás y a la serenidad, porque lo importante no es caer, ¡sino levantarse después de la caída!

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