Ya han pasado unos meses desde las vacaciones de Navidad, pero está vivo todavía en la memoria el recuerdo de que, cada año en la cena con los familiares, la mayoría de las chicas solteras tienen que enfrentarse a las fatídicas preguntas de la tía de turno: ¿cuándo te vas a graduar?; ¿has conseguido trabajo? Pero, sobre todo, la pregunta de las preguntas, la que nunca quieres responder, la que te golpea justo en el corazón: ¿tienes novio? Estas preguntas suelen ir seguidas de los elogios de la tía hacia su sobrina: «Pero cómo, una chica tan guapa e inteligente como tú». Para no estropear la comida, la única salida a esta pregunta incómoda suele ser una ligera sonrisa avergonzada y alguna consideración sobre el hecho de que los hombres de hoy están dormidos, y ya no hay hombres como los de antes. La razón, sin embargo, es otra: explícale a tu tía que tu soltería tiene su origen en el trauma por excelencia que se cierne sobre las mujeres desde temprana edad: el príncipe azul.

¿De verdad queremos un príncipe azul?

Sí, porque desde los primeros pasos conscientes, nuestra cabeza está llena de esa figura misteriosa. Y ciertamente las cosas no mejoran a medida que nos hacemos mayores. Este príncipe fantástico siempre está ahí, primero con leotardos y luego con abdominales esculpidos, guapo, fascinante, capaz de hacerlo todo bien y con un timing increíble. El hombre que no teme a nada y que viene a salvarte en la intemperie. El hombre que nunca tiene que preguntar. Bueno, si compartiéramos este pensamiento con nuestra tía, probablemente estaría de acuerdo en que sí, es normal estar soltera, porque hombres así no existen. Ahora que lo pienso, ¡qué aburrido sería eso!
¿Estamos realmente seguras de que el hombre de nuestros sueños es el que nunca tiene que pedir nada?

Cuántas veces nos quejamos de que los hombres no piden ayuda, no se disculpan por hacer algo mal, no comparten sus sentimientos, no nos hacen sentir indispensables. Pero estas cosas sólo pueden estar ahí si tenemos delante a un hombre real, con todas sus facetas. Hemos crecido con la idea errónea de que necesitamos a un hombre que venga a salvarnos, del que depende nuestro destino, mientras dormimos en la cama. Es cierto, nadie se salva solo. Sea una mujer o un hombre. Siempre somos dos a salvarnos.

Mientras no desmontemos pieza a pieza esa imagen idealizada que tenemos en la cabeza, no seremos capaces de descubrir la realidad que nos rodea, y perderemos toda oportunidad de encuentro.

¿Quién nos salva: el amor o el príncipe?

¿Por qué nos gustan tanto estos cuentos de hadas de Disney? ¿Por qué a las mujeres nos gusta siempre ser Cenicientas o Blancanieves, salvadas por un príncipe?

Porque los cuentos de hadas son un arquetipo de la vida; ahí encontramos los ingredientes principales: la familia, la amistad, el miedo, el valor, el dolor, la ambición y el amor. El amor. Es lo que nos gusta tanto, lo que anhelamos y buscamos, aunque neguemos que sea posible. Si nos fijamos bien, los cuentos de hadas muestran que es el amor el que nos salva, y no el príncipe. Ya sea el amor de dos padres hacia un hijo, el amor a una hermana o a una abuela, siempre el amor que salva. El amor es capaz de ir más allá del miedo, da valor, anima a luchar, hace pensar en los demás cambiar de planes, tomar decisiones inimaginables.

Nadie se salva solo, si hay amor entre dos personas.

Podríamos decir que los cuentos de hadas mienten en un aspecto: fueron felices y comieron perdices. Muchas veces, en la vida, estamos obligados a lidiar con situaciones en las que es difícil lograr que todo vaya bien, y en muchos momentos no nos sentimos felices o contentos.
Aunque no sean reales, los cuentos de hadas no mienten en esto: lo importante, necesario y vital que es el amor en la vida. Y disfrutamos tanto leyendo los cuentos de hadas, incluso de adultos, porque ayudan a no dejar de creer en ese misterio..

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