Dialogar puede resultar a veces una empresa difícil, sobre todo cuando se trata de lograrlo con los propios hijos.

Todos, al menos una vez, nos hemos encontrado en la siguiente situación como padres: «¿Qué tal el colegio? – Bien – ¿Qué has hecho? – Nada». ¿Qué diablos hay detrás de esa impenetrable nada?

Ese antipático «nada”

Y es ahí, precisamente en esa «n-a-d-a», donde el padre en cuestión se ve absorbido por un agujero negro: una escena de espionaje para averiguar qué abarca esa nada, un revoltijo de pensamientos para tratar de entender por qué esa criatura tan simpática y a veces demasiado viva reduce buena parte de su día a …nada.

Sin embargo, pensándolo bien, quizá no sea tan extraño. Imaginemos llegar a casa después del trabajo y de un día cargado de inputs y encontrarnos con alguien que nos acosa con preguntas. ¿No estaríamos también nosotros un poco «saturados»? Ese “nada” podría significar simplemente que necesitamos asimilar antes de compartir. Tal vez incluso recuperar algo de energía. El diálogo es un arte que requiere paciencia y, sobre todo, una conciliación de los tiempos: el tiempo de quien pregunta y el del que cuenta. No reduzcamos ese nada a una falta de ganas de comunicar y no cometamos el error de pensar que hemos hecho nuestra parte, porque «el único gran problema de la comunicación es la ilusión de que ella ha tenido lugar», como escribió el famoso escritor y dramaturgo George Bernard Shaw.

Sin embargo, esto no debe impedirnos probar nuevas estrategias de comunicación. Una opción poco habitual podría ser contar primero la propia historia. A menudo, de hecho, compartir la propia vida y las experiencias constituye un estímulo para que el otro se abra, generando así una situación dialógica y no una interrogación.

Las películas, instrumentos de diálogo

Está claro que, en una época como la nuestra, dominada por lo digital, el riesgo es también el de verse abrumado por los medios de comunicación y perder el arte de la palabra. Estamos habituados a ver niños inmovilizados frente a los teléfonos móviles y los iPads incluso mientras están en la mesa. Llenar el tiempo libre con vídeos de YouTube, teléfonos móviles y dibujos animados, puede a la larga atrofiar esa capacidad imaginativa que debería estar en plena ebullición en la infancia. Por eso es importante controlar no sólo los contenidos a los que tienen acceso los niños, sino también el tiempo que les dedican, reservando espacio para otras actividades lúdicas.

Pero el mundo audiovisual también nos ofrece un recurso importante. De hecho, si se seleccionan con cuidado, una película infantil o un dibujo animado pueden constituir una herramienta útil de comunicación, al constituir un conducto para descubrir el mundo interior de los niños. Por eso puede ser constructivo, después de ver un dibujo animado o una película con tus hijos, compartir las impresiones y emociones experimentadas.
Recordar ciertas escenas y preguntar lo que se sintió puede abrir el camino a conversaciones más profundas, continuando el proceso educativo que nunca termina entre padres e hijos.

Algunos consejos para una comunicación eficaz

Los niños suelen ser una incógnita que hay que descubrir y explorar. Todos los padres saben que se necesita tiempo y paciencia para entenderlos. Pero antes de comprender se necesita conocer. Un niño no es una fotocopia de nosotros. Es un mundo propio, y cuando nos acercamos a él debemos reconocer que tenemos ante nosotros un tesoro por descubrir. Conocer su carácter también es esencial para una buena comunicación. Una vez establecido que cada persona es única, pienso sea útil ofrecer algunas sencillas sugerencias para un diálogo eficaz. Hay que tener en cuenta que no se sabe todo y, sobre todo, que cada padre debe tener tiempo y paciencia para descubrirlos y conocerlos en su carácter y sus matices. He aquí, pues, tres valiosos consejos para el mejor diálogo familiar con nuestros hijos:

1. Tantear el terreno para ver si se dan las condiciones para un diálogo, aprovechando el momento oportuno.

Es fundamental no agobiar a la otra persona, atosigándola con preguntas, sino ser respetuoso y poder dar espacio sin ceder a la ansiedad y al deseo de saber a toda costa.

2. Escuchar y dejar que los niños se expresen libremente sin que se sientan juzgados.

El lugar privilegiado para aprender a expresar los sentimientos y pensamientos es precisamente la familia, ese misterioso «espacio» donde los niños aprenden a comunicar sus sentimientos sin vergüenza ni miedo. Sin embargo, al escuchar a su hijo, un padre debe considerar que puede tener que aceptar información, reacciones o juicios que no esperaba y que podrían molestarle. Dice que la cara es el espejo del alma, por eso atentos a la propia inteligencia emocional para establecer un diálogo libre y respetuoso: una cara que juzga y/o rechaza mientras se “escucha” puede llevar al interlocutor a cerrarse como un puercoespín.

3. Presta a tus hijos toda tu atención.

Cuando un niño decide abrirse y contarnos algo, no hay compromiso ni distracción que valga. Los niños no se conforman con una atención parcial y, aunque no lo expresen, ver que su padre o madre le escuchan mientras hace otras cosas puede herirles. Es importante mostrar no sólo con la cabeza sino también con el cuerpo toda la atención. Esto da confianza y refuerza la relación entre la madre/padre y el niño.

Y finalmente, un último consejo no escrito. Ten mucha paciencia. Un padre debe aprender a no resolver todo inmediatamente.

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