En los siglos pasados, la unión nupcial de los jóvenes aristócratas tenía
lugar principalmente para preservar el patrimonio económico familiar, para
sellar lazos “indisolubles” entre las familias y asegurar así para los
jóvenes – o no tan jóvenes- esposos una posición más destacada en la
sociedad. Todo se desarrollaba según precisos acuerdos pactados por los
padres de los contrayentes.

La mujer conocía la identidad de su futuro marido siendo aún una niña, y se
casaba con él en cuanto salía del convento; negarse era inaceptable
socialmente y ofensivo para la familia propia y ajena.

La práctica de los matrimonios concertados y forzados tiene sus orígenes
antiguos: la coemptio era un rito matrimonial muy
extendido que se remonta a los siglos I y II de la época romana, en la que
un padre podía otorgar una escritura de compraventa de su hija, para que
quien la comprara se convirtiera en su pater familias. En resumen,
se convertía en una propiedad suya.

Se pueden encontrar ejemplos en la mitología griega, como cuando Hades
secuestra a Perséfone y la obliga a convertirse en su esposa sin que ella
pueda oponerse de ninguna manera.


¿Cuál es la diferencia entre el matrimonio forzado y el concertado?

Desde el punto de vista moral, podría decirse que no hay diferencia entre
los matrimonios forzados y los concertados, ya que ambos niegan el derecho
a la libertad de elección de las personas implicadas. Lo que diferencia
ambas prácticas es, en algunos países, sólo el cuadro legal en el que se
sitúan.

Básicamente, un matrimonio forzado es cuando la persona implicada expresa
su disconformidad al respecto, pero ésta es reprimida mediante el uso de la
fuerza, llegando en algunos casos a la violencia e incluso al asesinato.

Es, en cambio, matrimonio concertado cuando no existe la negativa de una o
de las dos partes implicadas, independientemente del motivo. En este caso,
la coacción es implícita. Uno es libre de negarse, pero las consecuencias
de ello recaen sobre el prestigio social de la familia. Es un deshonor para
ella, un pacto roto, una mancha indeleble y la pérdida de una oportunidad
para una vida más decorosa.

No hay mucha diferencia entre los dos supuestos en cuanto a la disminución
o pérdida de libertad.

Las casos que remiten a los ejemplos históricos mencionados anteriormente,
se encuentran sobre todo en ciertas zonas del mundo con un alto índice de
pobreza y casi sin educación. La ausencia de derechos, el papel de esclava
de hecho de la mujer dentro de estas comunidades, “justifican” la venta de
los niños como una y, tal vez, única fuente de ingresos para las familias.

Traídos al mundo para ser vendidos

Aunque estas prácticas violan los derechos fundamentales del hombre, su
difusión es tan amplia y está tan arraigada que impedirlas es, por
desgracia, una tarea muy difícil. Como ya se ha dicho, se da en lugares
donde no hay educación debido a la pobreza rampante, por lo que no hay
progreso sociocultural que lo detenga.

Según la UNICEF, el fenómeno de los matrimonios forzados y concertados
afecta sobre todo a grupos de edad muy jóvenes de niñas y niños, y sigue
estando muy extendido en casi todas las regiones del mundo: desde el África
subsahariana hasta América Latina, desde el sur de Asia hasta el Extremo
Oriente, pasando por Oceanía.

Save The Children
, en un informe publicado en septiembre de 2020, reveló cómo la crisis
económica mundial provocada por la pandemia ha contribuido aún más a la
expansión del fenómeno. En 2020, unos 500.000 jóvenes se vieron obligados a
abandonar su pureza, su adolescencia y sus sueños para casarse por la
fuerza.

La práctica de los matrimonios infantiles no sólo atenta contra los
derechos fundamentales del niño, sino que pone en grave peligro la vida de
las niñas implicadas:


“[…] más de 1 millón de embarazos precoces, una de las principales
causas de muerte de las chicas de 15 a 19 años”.

El informe de Save The Children citado anteriormente muestra lo
fatal que puede resultar esta lacra cultural no sólo desde el punto de
vista social (discriminación por motivo di sexo), sino también desde el
punto de vista cultural (imposibilidad de continuar con los estudios),
psicológico (no son infrecuentes los casos de suicidio) y sanitario
(embarazos precoces, mutilación genital, violencia doméstica).

¿Cómo se pueden erradicar estas atrocidades?

Hay muchas campañas de sensibilización para sacar a la luz este fenómeno
cultural. Porque, por mucho que se conozca a nivel mundial, en las
sociedades más industrializadas y socialmente igualitarias nos resulta
difícil imaginar que todavía existan costumbres tan opuestas a las
nuestras.

Es importante conocer y comprender el drama que viven millones de mujeres,
hombres, niños y niñas; ayudar con un simple donativo, con inversiones
económicas reales y concretas para implantar una educación adecuada, ayudar
a las mujeres que escapan de las jaulas en las que han sido encerradas y
ofrecerles la protección adecuada.

No hay excusa que justifique la venta de personas como objetos o la
mercantilización de la propia persona, ni siquiera los matrimonios
concertados con el fin de obtener permisos de residencia.

Pretender que el asunto no nos concierne porque está lejos de nuestra vida
cotidiana no es una respuesta razonable: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (nada de lo que es humano
me es ajeno).

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