Desde siempre y por definición los Estados Unidos han sido considerados la patria de la libertad de expresión.

Pero, ¿es posible que hoy en día en ese país se esté atentando al derecho de libertad de palabra? De acuerdo con los resultados de una investigación que hizo en 2015 el Pew Research Center parece realmente éste el panorama. Las nuevas generaciones no parecen muy favorables a palabras de críticas y debates acalorados, y prefieren mucho más desenvolverse dentro de espacios seguros y caracterizados por una dialéctica políticamente correcta.

Pero vamos con orden. La investigación del Pew Research Center revela datos muy interesantes acerca de la orientación de la opinión pública estadounidense por lo que concierne al asunto de la libertad de palabra. Un dato en particular destaca por encima de los demás: el 71% de los ciudadanos americanos cree que cualquiera debería tener la posibilidad de expresarse sin censura por parte del Estado.

Pero el dato llega más allá. El 77% piensa que siempre debería estar permitido que toda persona exprese libremente su propio pensamiento, también cuando éste ofende o atenta a las convicciones de los demás. La libertad por encima de cualquier cosa. Si consideramos que el 67% de los habitantes de EE.UU. afirma que es correcto poder formular públicamente pensamientos ofensivos hacia las minorías, el panorama es bastante claro: por ninguna razón los estadounidenses quieren renunciar a la libertad de expresión en cuanto derecho fundamental.

Una realidad que, sin embargo, choca fuertemente con lo que está pasando en los principales campus universitarios del país, donde crece cada vez más la oposición hacia cualquier dialéctica ofensiva e irrespetuosa del prójimo, por ejemplo durante las conferencias y las clases, al punto que la presión de los colectivos estudiantiles hizo que los dirigentes cancelaran algunos eventos y se disculpasen. En campus como el de la Universidad de Chicago, Northwestern y Columbia, pero incluso en Yale, Princeton y Harvard, se ensancha la petición de “condenar las ofensas”: está prohibido llevar ciertos disfraces durante Halloween, así como se le prohibió al rappero Big Sean pronunciar un discurso debido a sus letras misóginas, se boicoteó la proyección de la película Stonewall por transmitir una representación equivocada de los afroamericanos en los EE.UU., etc. Son cada vez más los estudiantes que revindican áreas protegidas (safe spaces), lugares seguros en donde poder vivir el día a día sin sufrir ataques que pudieran herir la sensibilidad de alguien.

Como reacción al creciente clima de censura de los estudiantes, el rector de la universidad de Chicago encargó a un grupo de expertos la elaboración de un declaración, que se publicó en enero de 2015. Este documento sigue la línea de otros manifiestos de la misma universidad, especialmente del Informe Kalven (1967), en favor de la libertad de expresión. A lo largo del año 2015 otras universidades se han adherido a la Declaración de Chicago. La plataforma FIRE, un lobby de defensa de los derechos civiles, elabora un informe anual donde evalúa con un “semáforo” la restricción de libertades en más de 400 universidades.

Entonces, he aquí la última paradoja de la sociedad democrática estadounidense: por un lado la libertad de expresión, incluso en el caso de externalizaciones violentas y que fomentan el odio, es un valor irrenunciable, y por el otro la nueva generación –de la que los Campus constituyen la expresión más vital y representativa– reclama espacios seguros en donde esté prohibida toda expresión que pueda llegar a ofender a alguien.

Cabe recordar que desde siempre la universidad es el lugar natural de confrontación dialéctica, del libre pensamiento, incluso en los años Setenta ha sido la cuna de batallas culturales como la defensa de los derechos civiles y de la liberación sexual. En aquellos años, el enfrentamiento verbal no era ningún problema, sino todo lo contrario. En el nombre de la democracia, los debates acalorados sobre asuntos centrales para la conquista de derechos civiles requerían que los protagonistas se ensuciaran las manos y fuesen todo menos que diplomáticos.

¿Simples contrastes generacionales o contradicciones de una sociedad que ha perdido la orientación y ya no sabe hallar un punto de equilibrio dentro de los grandes debates públicos? ¿Cómo encontrar la brújula? La libertad de expresión no es solamente una libertad formal o un tótem cultural. Hay que repensarla y volverla a fundar. No es un hecho que está allí pendiente de un apoderamiento externo. Le atañe tanto al individuo como a la sociedad. Tiene que ser una conquista de cada persona y generación.

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