¿Qué tiene que ver el celibato con los temas habituales de nuestro portal,
que se ocupa de la familia y los medios de comunicación? Eso me preguntaba
yo apenas he acabado de leer el libro de Benedicto XVI y el Cardenal Sarah Desde lo profundo de nuestro corazón, ya publicado en Francia,
donde es un best-seller, y en Estados Unidos, y pronto lo será en italiano.
¡Ojalá que se imprimiese en todas las lenguas! Al tiempo.

Dejo para los polemistas de lo efímero la cuestión sobre la autoría del
libro. Es una cuestión de nota a pie de página de los anales eruditos de la
historia de la industria editorial, y que ha ocupado en cambio las primeras
planas de los presuntos diarios más importantes del mundo. La mera lectura
del libro da respuesta más que sobrada al pseudo-problema. Basta leer la
Introducción y las Conclusiones… evidentemente escritas a cuatro manos.
También están “aprobados” por las cuatro manos los capítulos que cada
co-autor escribe. Como suele ocurrir en estas empresas editoriales de dos
escritores. Más cuando son tan delicadas y comprometen tanto a sus autores
ante su conciencia, demostrada recta y creíble en toda su trayectoria
personal hasta ahora. ¿Por qué dudar…ahora?

Dicen sus autores en la Introducción que han escrito el libro
«con un espíritu de amor por la unidad de la
Iglesia. Si la ideología divide, la verdad une los corazones (…) con un
espíritu de caridad (…) Quien quiera podrá completarlo o criticarlo. La
búsqueda de la verdad no puede cumplirse sino a corazón abierto”.

Desde luego no quiero yo contribuir a sembrar la división entre los dos
Papas y, de paso, entre los católicos, como se ve que tampoco lo quieren
los autores del libro. Así lo declaran y -¿por qué habría yo de dudar de
ello sin efectuar un ilícito proceso a las intenciones?- seguramente en
buena fe.

Volviendo a lo esencial, el libro interesa a este portal porque la serena,
rica y bien argumentada defensa del celibato sacerdotal del clero católico
hace que resplandezca la belleza del amor humano de uno con una y para
siempre, la belleza de la enseñanza plurisecular de la Iglesia católica
sobre la sexualidad. Una joven madre de familia, escritora, y amiga, a
quien he sometido este artículo para una “crítica sin piedad” antes de
publicarlo, me dice: “Me ha recordado el testimonio sobre la castidad
prematrimonial que doy en conversaciones con jóvenes parejas que piensan, o
dudan, si casarse: a muchos les parece absurdo tal renuncia por años ( a las relaciones sexuales antes de casarse: NdT) ‘si estamos
enamorados’, pero pocos saben que se vive la renuncia para recibir algo más
hermoso en el matrimonio”.

Si el celibato no fuese la renuncia a algo muy bueno por otra cosa mejor
para quien recibe esa llamada, ¿qué sentido tendría atarse a una disciplina funcional? ¿Funcional… para qué o para quién? No.
Quienes renuncian a la belleza del amor conyugal y a la posibilidad de
tener hijos, lo hacen para generar hijos del espíritu, que son o por lo
menos pueden ser incluso muchos más de los que la biología consiente. Un
profesor genera vida del espíritu en las mentes de sus alumnos cuando está
lleno de la vida de la inteligencia, no cuando cumple una función
administrativa-docente convalidada por formularios pedagógicos, créditos y
méritos reconocidos por las Administraciones de la enseñanza, sean del
nivel que sean. Cierto, tiene que renunciar seguramente a “escalar”
peldaños en la escalera de los reconocimientos oficiales o a ganar dinero
en actividades complementarias a la enseñanza, más proficuas que ésta,
suponiendo claro está que la flexibilidad de sus jefes o del
sistema se lo permitan.

Lo que está en juego en la defensa del celibato sacerdotal es toda la
arquitectura del amor humano como ha sido revelado en su plenitud con la
Encarnación. Antes de eso no era posible verlo así. Basta leer el
comentario de Ratzinger al sacerdocio en el Antiguo Testamento en ese libro
“escrito a cuatro manos”. Tras la Encarnación es posible ver en su plenitud
el amor humano en sus múltiples manifestaciones, como lo que es: una
donación personal y no una afirmación de sí mismo. Y, sobre todo, es
posible vivirlo con la ayuda de los bienes que la Encarnación ha traído
–una cosa que los católicos llamamos gracia- tanto en el matrimonio como en
el celibato.

Tampoco era posible ver la superioridad del matrimonio monógamo, es decir
de uno con una y para siempre, sobre la poligamia vivida con simplicidad -y
bien por lo que se ve- por los Patriarcas del Antiguo Testamento por
ejemplo. En esto coincide el Rabino jefe de Londres, muy popular en los
medios. Hemos publicado en nuestro portal su brillante conferencia donde
explica la maravillosa evolución biológica, primero, y cultural después,
desde el salto de la reproducción asexual a la sexuada hace 385 millones de
años –aproximadamente, claro- y desde la poligamia a la monogamia:

La música del hombre y la mujer.

De obligada lectura, de veras.
Hemos escrito en nuestro portal también de otras batallas eclesiales
alrededor de la familia, batallas que se ve interesan mucho a los medios
presuntamente mainstream. Entre otros señalo este

artículo

de un valiente obispo africano. Incidentalmente, ¿por qué será que los más
valientes últimamente son africanos? También lo era San Agustín,
profusamente citado en el libro de Ratzinger-Sarah, o Sarah-Ratzinger si
prefieren mis lectores ¿Por qué no íbamos a hablar en esta ocasión también?

No tengo mejor manera de comentar el libro que haciendo eco a sus autores a
entrar en diálogo real –no en simulacros virtuales- con el texto: Léanlo,
por favor. No les dejará indiferentes.

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