Aunque en nuestro día a día la vida no se puede caracterizar por desiertos, guerras y peligros, las películas de Marcus Vetter hablan de la capacidad de los hombres de ser protagonistas del perdón.

Cuando hace 5 años el director de documentales Marcus Vetter decidió ir a Jenin, zona de guerra de Palestina, no esperaba que esto le condujese a una trilogía de filmes. No tenía ni idea de los actos de heroísmo silenciosos que se iba a encontrar, enredados en las líneas de fractura de la cuestión palestino-israelí. Cine Jenin: La historia de un sueño, que acaba de estrenar, nos habla de la reapertura del cine más grande de Palestina, una iniciativa audaz que surgió a raíz de la decisión de un padre palestino de donar los órganos de su hijo para salvar la vida a niños israelíes.

«Paz» es una palabra que molesta a Vetter, especialmente cuando se usa a la ligera en referencia a Palestina. En un lugar donde los tanques y
vehículos blindados se han convertido en accesorios de la carretera, y el relato de las redadas y las bajas callejeras constituyen tema de conversación durante la comida, Vetter ha visto cómo de modo marginal entran en la vida diaria las negociaciones internacionales y las diversas iniciativas humanitarias. Las personas que han vivido en este limbo el tiempo necesario para que se convirtieran en algo permanente, han crecido con un comprensible escepticismo hacia ideales duraderos.
En cambio, dice Vetter, «el desarrollo real nace con pequeños gestos y amistades que se construyen con el tiempo… un montón de tiempo».

Pequeñas acciones privadas, casi instintivas, a menudo realizadas al filo de una tragedia, este es el tipo de historias que Vetter ha relatado durante la mayor parte de los últimos cinco años de su carrera. No tenía ningún especial conocimiento de la cuestión palestino- israelí en 2007, cuando una compañía de producción europea lo invitó a colaborar con el director judío León Geller en un documental sobre Jenin. De hecho, la mayoría de los periodistas que con los que habló se lo desaconsejaron vivamente. «Yo había conocido personas que se habían perdido en la complejidad de este conflicto», recuerda, «y el consenso general era que uno solamente hace una película sobre Palestina si quiere poner fin a su carrera, y sólo vas a Jenin si estás dispuesto a arriesgar tu vida». Fue la fuerza de la historia, la fuerza de un padre palestino, Ismael Khatib, la que seis meses después lo llevó a la zona de guerra en el norte de Cisjordania.

En 2005, Ahmed, el hijo de Ismael, de once años de edad, estaba jugando a árabes y judíos con dos amigos en las calles del campo de refugiados, cuando un soldado israelí confundió su pistola de juguete con un arma y le disparó. En las horas que siguieron, Ismael tomó la decisión de donar los órganos de Ahmed a niños en espera de trasplantes, salvando así las vidas de cuatro niños israelíes. Dos años más tarde, Vetter y su equipo de filmación viajó con Ismael a través de Israel, para encontrarse con los niños y las familias a las que ayudó. El resultado de estos encuentros es El corazón de Jenin. Los espectadores de la película están junto a Ismael en el incómodo silencio que le acompañó cuando fue recibido en los hogares de las familias judías.
Perciben el contraste entre el ex combatiente de la resistencia que se sienta en el sofá y el judío ortodoxo, el mismo que, años antes, mientras su hija estaba en el quirófano, comentó que prefería que recibiera un riñón de un judío en lugar de uno de un árabe. Detrás suyo, fotos de clérigos judíos cuelgan en la pared de la sala de estar.
Sin embargo, es en estos momentos de riesgo y vulnerabilidad que los dos hombres se sienten desarmados. Poco a poco comienzan a ver la propia común humanidad, como sus historias y destinos inextricablemente entrelazados.

«En el cine documental no se puede tratar de manejar la historia», comenta Vetter. «Hay que purgar el proyecto de las imágenes que tienes en tu mente, cualquier guión que estás tratando de seguir, de lo contrario se convierte en un reflejo de tus propios prejuicios, en una película de propaganda».

Y, aunque lo hubiera intentado, no había manera de predecir lo que sucedería a partir de un punto de luz en la vida de Ismael. Aunque algunos afirmaron que la película era demasiado favorable a la sociedad palestina, El corazón de Jenin ha captado la atención internacional y ha puesto Jenin ante los ojos del gran público. Fue nominado en casi todos los grandes festivales de documentales, y ha ganando el galardón de «Documental Más Valioso del Año» en 2009, y el
Premio del Cine Alemán 2010 al Mejor Documental. Pero eso fue sólo el inicio.

Cine Jenin

Cuando terminó la película, Marcus se sintió impreparado para marcharse de Jenin. Mirando los edificios abandonados desde la Intifada de 1987, se le ocurrió la idea de volver a abrir el cine que había sido el más grande de Palestina. Se ofrecería a los jóvenes, como Ahmed Khatib, una alternativa a la vida callejera, y se les abriría una ventana al mundo exterior. Pidió a la gente que vive en el campamento de refugiados de
Jenin y en la ciudad de imaginar lo que podría suceder si se comprometieran a crear un lugar donde pudieran reunirse y compartir algo tan real, tan provocativo y tan entretenido como una buena película.

Desde entonces, cientos de voluntarios se han unido a la gente de Jenin para construir lo que será el primer centro cultural de Palestina con energía solar, gestión independiente y económicamente sostenible. Artistas, técnicos, inversores y personas de todo el mundo que simplemente quieren echar una mano pertenecen ahora al proyecto «Cine Jenin». Muchos de ellos han llegado a ver con sus propios ojos este lugar, que sigue siendo considerado uno de los más peligrosos de la tierra.

Después del silencio

Fue después de la proyección de El corazón de Jenin, en Haifa, Israel, cuando el proyecto de construcción «Cine Jenin» ya estaba en marcha, que una mujer judía fue a hablar con Vetter para contarle su historia. Yael Armanet perdió a su marido en la cadena de atentados suicidas que se produjo en Haifa de abril de 2002, días antes de que, en represalia, el campamento de refugiados de Jenin fuera totalmente demolido. Arquitecto judío y activista en favor de la paz con los palestinos, Dov Chernobroda estaba comiendo en el restaurante Matza de propiedad árabe-israelí, cuando el adolescente Tobassi Shadi entró y detonó la bomba pegada a su cuerpo. Desde entonces, a Yael le bastaba oír el nombre del lugar para estremecerse. Ahora, se preguntaba si alguna vez podría ir a Jenin, cosa que su marido habría hecho, y mirar a los ojos de la madre del terrorista suicida.

¿Qué se debe hacer en los póstumos de la destrucción? ¿Qué dejan los muertos a los vivos? Estas son las preguntas que Yael y el equipo de filmación al que permitió documentar su visita a Jenin se plantean en la película de gran éxito Después del silencio.

«Lo más importante para hacer una buena película es la confianza», dice Vetter, en referencia a un concepto que caracteriza a sus proyectos a ambos lados de la cámara. De hecho, Vetter mismo no formó parte del equipo de la película que filmó la respuesta de Yael a El corazón de Jenin. El director alemán dejó el proyecto en manos de dos mujeres (antiguas alumnas suyas), una camarógrafa y un técnico de sonido, quienes la dirigieron, a pesar de que ninguna de las dos había participado nunca en un film.

La última película de Vetter, Cine Jenin: La historia de un sueño, concluye una trilogía de historias que se entrecruzan en Jenin. Revela algunas de las complejidades y dificultades que han surgido al construir un terreno común en un lugar todavía tan caracterizado por los extremismos. Para el director que, en 2008, nunca hubiera imaginado la historia de un hombre que le llevó a tres documentales y a la fundación de una organización internacional sin fines de lucro, la saga sobre Jenin prueba su creencia fundamental: «Cuando tienes una historia que es fuerte, sobre un tema que es real, debes abrirte a ella y dejar que te lleve a lo que es necesario relatar.»

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