En busca del cuerpo personal. Más allá de la naturaleza y la subjetividad.
Cualquier libro que se atreva a abordar uno de los temas más controversiales de nuestra era, a saber, el valor del cuerpo humano –del varón en cuanto padre y de la mujer en cuanto madre– es motivo suficiente para regocijarse y celebrarlo con “manteles largos”. En ese tenor, también podemos incitar reflexiones por demás profundas que nos inviten a repensar el modo en que uno mismo percibe su propio cuerpo y el cuerpo del ser amado. Aquí encontramos el principal motivante que me llevó a tomar con seriedad esta gran obra, bellamente escrita, de Andrea Diego y de su maestro Alberto I. Vargas, la cual pongo en manos del lector para que sea leída y meditada por todo padre y madre de familia que desee “seguir el diálogo” de este tema tan profundo y abarcador. Los autores: Ella, Andrea Diego, licenciada en Pedagogía, maestra en Historia del Pensamiento por la Universidad Panamericana (México) y doctoranda en Filosofía por la Universidad de Navarra, investigadora en el Centro de Estudios de Familia, Bioética y Sociedad (CEFABIOS) de la Universidad Pontifica de México, también es profesora de Antropología Filosófica en la Universidad Panamericana, en la Universidad Anáhuac y en el Instituto Juan Pablo II. Él, Albaero Vargas, amigo y colega desde la infancia, Director de Inner Institute, doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra, miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México, autor de los libros Genealogía del miedo: un estudio antropológico de la modernidad desde Leonardo Polo (2017) y Ser y don: una teoría antropológica del juego desde Leonardo Polo (2020), profesor invitado en Strathmore University (Kenya), Universidad Santo Toribio de Mogrovejo (Perú), Universidad de los Hemisferios (Ecuador), Universidad de la Sabana (Colombia) y Universidad de Piura (Perú).
En busca del cuerpo personal es un libro que consta de 195 páginas, subdividido a su vez en cuatro capítulos de entre 30 y 50 páginas. Su acertado listado bibliográfico recoge en 10 páginas las principales obras de grandes pensadores de la sexualidad humana, como por ejemplo Karol Wojtyla-San Juan Pablo II, Fabrice Hadhadj, entre otros. También vemos autores de forzosa consulta en el ámbito de la antropología filosófica, como es el caso de Leonardo Polo y sus discípulos Juan Fernando Sellés y Blanca Castilla de Cortázar. No se echan en falta, por supuesto, grandes protagonistas de la filosofía occidental (clásicos y modernos) como es el caso de Aristóteles, Kant, Kierkegaard, Freud, Nietzsche, entre otros. En cuanto a la estructura del libro, los autores aciertan en su intención por desplegar progresivamente el modo en que la filosofía ha entendido el cuerpo humano a través de los últimos milenios. Se comienza haciendo un retador análisis de la confusión actual, ciertamente conflictiva y nebulosa, misma que queda claramente enraizada en el espíritu de la modernidad: la supremacía del individuo, idea que con el tiempo ha detonado una visión parcelada del cuerpo humano, tanto del varón como de la mujer, ahora promovida como “moneda de cambio” en una forzada economía global de libre mercado. Posteriormente se emprende un viaje al pasado rumbo a la comprensión clásica del cuerpo, desde donde es posible recuperar el concepto de “naturaleza” y su necesidad imperante de ser puesto en el centro de futuras discusiones que expliquen de modo contundente la esencia de la persona humana, su sexualidad y la posibilidad de la procreación. Finalmente, en el último capítulo se aborda la gran novedad cristiana que aporta, de modo flagrante, la distinción entre naturaleza y persona, misma que permite una mayor comprensión del cuerpo humano como “apertura al otro”, como “don de uno mismo” o, como diría Mikel Santamaría, de la entrega del ser sin reservas: del varón hacia la mujer y la mujer hacia el varón.
A mi modo de ver, En busca del cuerpo personal pone sobre la mesa un tema por demás inexplorado en los estudios científicos del matrimonio y la familia: el vientre materno como nuestro primer hogar. En efecto, los seres humanos –diría Leonardo Polo– nos definimos estrictamente como “hijos” de nuestros padres, pues ellos, en cuanto varón y mujer, unieron sus vidas y sus cuerpos en una caro, dando paso a ese evento, único e irrepetible, novedoso, que trae consigo el nacimiento de una nueva vida, de un nuevo cuerpo. Sin embargo, como bien apuntan los autores, “cuando se trata del cuerpo: a más unidad, más vida; a más regularidad, más vida; a más inmanencia, más vida; más vida y vivir es más que no tener vida, es un grado de perfección”. Es decir, el despliegue de la vida de los padres ha de generar en la vida de los hijos una entorno “doméstico” en el que todos, como familia, gocen de una estabilidad material y espiritual que nos “sostenga” en la existencia, en su dimensión económica, educativa y de intimidad, como afirma Rafael Alvira. Porque eso es un hogar, un espacio íntimo análogo al vientre materno, en donde todos hemos tenido nuestro crecimiento más radical, más originario y más identitario.