Durante años la televisión ha sido acusada de muchos de los males de la sociedad. A ella se le culpa de los problemas que nos aquejan, de jóvenes lejanos de la realidad, del abuso del alcohol y las drogas y hasta de la formación de mentes vacías y poco reflexivas. Y en buena parte tienen razón.

Los contenidos televisivos cada vez son menos respetuosos con la audiencia, usan estructuras repetitivas en donde priman la violencia, el sexo, la propuesta de antihéroes como modelos, abundan los desvalores y la representación de familias rotas como una normalidad.

Antes, los medios tradicionales como la prensa, la televisión y la radio causaban solo pasividad en el público, especialmente la televisión que ha tenido tanto impacto en la sociedad. Para Tapsot y Fidler (1998), hay tres generaciones audiovisuales denominadas “Baby boom”, “Baby bust” y “Eco del Baby boom”.

Las dos primeras se caracterizan por haber crecido con unos medios analógicos, masivos, divergentes, lineales y “monomediales”. Su relación con estos era pasiva, es decir, eran simples espectadores. Pero la última generación, la denominada “Eco del Baby boom” se forma con unos medios digitales, personalizados, convergentes, no lineales, y multimediales, cuya relación con los medios es activa y variada (espectador, partícipe y productor). Esta última característica, la de espectador, partícipe y productor, es lo que se ha denominado “prosumidor”, en inglés “prosumer”, palabra que viene de la fusión de “producer” (productor) y “consumer” (consumidor). Este concepto, había ya sido introducido por Marshall McLuhan y Barrigton Nevitt en su libro Take today (1972). Allí, los autores aseguraron que la tecnología electrónica permitiría al consumidor asumir simultáneamente los roles de productor y consumidor de contenidos.

Así, nuestras acciones de mediación no se deben vincular únicamente a la “tostadora mágica”, como muchos autores denominan a la televisión por la manera como trabaja con nuestro cerebro, sino que los padres deben trabajar también para orientar positivamente a los niños frente a otras pantallas que igualmente traen aspectos buenos como malos.

Esas pantallas son la Internet, los móviles y las consolas de videojuegos, muy apetecidas por los niños. Y lo son ya que permiten realizar varias actividades paralelamente, de manera interactiva, local y global. Esta generación multipantallas emplea los medios para “comunicar” (mail, sms, chat…), “conocer” (webs, descargas…), “compartir” (redes sociales, fotos, vídeos…), “divertirse” (juegos en red, radio y TV digital) y también “consumir»” (compras on-line).

Antes de los 10 años, muchos niños y niñas de Colombia, como en otras partes del mundo, tienen acceso a todo tipo de pantallas: más de la mitad cuenta ya con teléfono móvil, tres cuartas partes tienen acceso habitual a Internet y prácticamente todos ––9 de cada 10–– juegan, de forma más o menos periódica, a los videojuegos.

Los medios tradicionales y las nuevas pantallas tienen aspectos positivos y negativos. Permiten la integración, la interactividad, la creación de redes sociales basadas en la amistad y los intereses comunes; igualmente, facilitan la comunicación y el desarrollo de capacidades cognitivas y motrices de gran valor. Sin embargo, sin una adecuada orientación y manejo, esta tecnologías puede convertirse en un problema puesto que los niños quedan expuestos a una enorme cantidad de información sin contexto, a personas malintencionadas, al acoso, al sedentarismo e incluso a la apatía social por la dependencia que estos aparatos y sus contenidos generan.

Ante la inquietud de muchos padres sobre qué hacer frente a la relación de sus hijos con las nuevas tecnologías, que agrupamos genéricamente con el término “pantallas”. Una posible respuesta es: hacer pedagogía, es decir, enseñar y crear hábitos de buen uso de esas pantallas.

Durante años se ha venido hablando de la mediación de los padres de familia, de la orientación, del acompañamiento, del ejemplo y mucho más. Sin embargo, para que esas estrategias funcionen se debe contar con la colaboración, con la comprensión de los padres acerca del impacto de los medios de comunicación, antiguos y nuevos, en la mente de los más pequeños.

Hábitos. Ese es el tema. Pero no solo de los padres. Es fundamental que desde muy pequeños los niños sean educados para utilizar los medios. ¿Pero cómo lo deben hacer los padres?

De acuerdo con Serge Tisseron, psiquiatra infantil, psicoanalista y director de Investigaciones de la Universidad París Ouest-Nanterre, existe una manera de hacerlo. Como fruto de su experiencia y de sus investigaciones, Tisseron propone la “Regla 3-6-9-12”, una guía para los padres de familia sobre las edades adecuadas para el uso de cada una de las tecnologías, y que ha sido divulgada por la Asociación Francesa de Pediatría Ambulatoria (AFPA). Las cinco reglas son:

1) Evitar las pantallas antes de los 3 años.
Numerosos trabajos ponen de manifiesto que el niño menor de 3 años no gana nada al exponerlo con frecuencia a las pantallas. En esa misma línea, varias investigaciones proponen que el juego es mucho más enriquecedor para el niño que sentarlo a ver televisión..

2) No utilizar consolas de juegos portátiles antes de los 6 años.
Tan pronto como los videojuegos se introducen en la vida del niño acaparan toda su atención en detrimento de otras actividades.

3) Nada de Internet antes de los 9 años
y cuando puede ingresar debe hacerlo acompañado de un maestro o de los padres, quienes deben explicarles las tres reglas básicas del uso de Internet. Todo lo que se publica allí puede caer en el dominio público; todo lo que se sube a Internet quedará allí eternamente, y no todo lo que se encuentra allí es de fiar, por lo que deben consultarse otras fuentes porque no siempre es verdadera la información que se publica en la Red.

4) Internet sólo a partir de los 12 años.
Los chicos podrán ingresar solos a partir de esa edad, pero su utilización debe ser con prudencia, los padres deben acompañarlo y definir reglas de uso, horarios y utilizar controles parentales ofrecidos por el mismo computador y los proveedores.

La Regla 3-6-9-12 es necesaria, pero no suficiente. Es importante, además, controlar el tiempo que están frente a las pantallas a toda edad. Sin embargo, se debe tener en cuenta que si como padres no hacemos nuestro trabajo otro lo hará…

El discurso no cambiará. Se debe mantener: los padres tienen la responsabilidad primaria sobre la educación y formación de sus hijos en todos los aspectos. Y esa responsabilidad es ineludible.

Juan Camilo Díaz es docente de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana (Colombia).

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