Cada vez más chicos y chicas, pero también adultos, descargan aplicaciones como Tinder, Happn, Once, Grindr, Kik y Wapa, creadas específicamente para “poner a la gente en contacto”.

El más famoso de estos chats es sin duda Tinder. Hasta ahora ha registrado unos 50 millones de usuarios en todo el mundo. La edad media es de treinta a treinta y cinco años. Por lo tanto, no son adolescentes, sino adultos.

Se supone que estos “sitios” deberían favorecer, entre otras cosas, el nacimiento de “nuevos amores”.

Pero, ¿es realmente así? Además, ¿por qué recurrir a la tecnología para establecer nuevas relaciones?

Sin duda, el Covid ha agravado la soledad de muchos, e indudablemente ha favorecido la expansión de los encuentros virtuales, pero nos preguntamos si la razón del crecimiento de estas herramientas hay que buscarla únicamente en la pandemia.

La falta de educación en la amistad es el origen de la fragilidad de las relaciones

Hace tiempo leí la tesis universitaria de un amigo mío, un joven profesor que actualmente da clases de religión en un colegio. Antes de ser profesor, trabajó como educador en un oratorio. Su pasión es el trabajo con los adolescentes y su misión es ayudarles a sacar lo mejor de ellos mismos.

En su interesante trabajo, dedicado al tema de la amistad, afirma que la dificultad que tienen muchos adolescentes para vivir relaciones sanas, equilibradas y maduras, proviene de una carencia previa: la dificultad para establecer verdaderas relaciones de amistad con los compañeros.

Este profesor sostiene, refiriéndose a la experiencia de los protagonistas de los grandes clásicos de la literatura (como El Señor de los Anillos, de Tolkien), o basándose en experiencias cinematográficas recientes (como The Chosen, de Dallas Jenkins), que los jóvenes necesitan primero ser educados en la amistad. Esta falta de amistad verdadera, sincera y libre, también daría lugar al problema de la hipersexualización (“no sé estar contigo sin gratificación sexual”, porque “no sé disfrutar de tu presencia, del mero hecho de estar juntos”).

Para tener relaciones sólidas hay que descubrir la riqueza del corazón humano y abrirse a los demás

Sólo aprendiendo a ser ellos mismos, a dejar caer sus máscaras, a salir a la luz, a compartir, a alegrarse y a sufrir «con los demás», sólo descubriendo que los que les rodean son un regalo, los jóvenes podrán acercarse seriamente a la amistad, e incluso a una relación más íntima y vinculante como el amor. De hecho, el amor entre dos personas es por naturaleza excluyente, pero la filia sigue siendo un componente esencial, como se explica magistralmente en la encíclica Deus Caritas est de Benedicto XVI.

El punto en cuestión es: ¿La tecnología – útil por tantas razones – nos ayuda a descubrirnos realmente a nosotros mismos?, ¿a conocernos en profundidad?, ¿puede el web ser el lugar privilegiado para entrar en la vida del otro… realmente?

¿No es cierto que, mientras creemos que estamos haciendo «amigos online» o incluso enamorándonos, en realidad nos estamos conformando con meros sucedáneos?

Los chats de encuentros (un fenómeno de grandes proporciones) están poblados no sólo por adolescentes, sino también por adultos. Y a menudo es un afecto herido, una inseguridad subyacente, la necesidad de ser mirado con amor y la sensación de que nadie en la vida real lo hace… lo que nos lleva a estos ambientes.


¿Con quién… o más bien con «qué» nos encontramos en los chats?

Más que personas, encontramos muestras de «tipos» humanos, fotografías, imágenes y no mucha información, lo justo para una relación sin demasiadas implicaciones. Si la relación “sale de la pantalla”, suele pasar muy fácilmente a la cama, saltándose la fase de un conocimiento hecho de palabras, reflexiones, comunión real, diálogo.

A veces ni siquiera es necesario que la relación salga de la sala de chat. Muchos eligen estas aplicaciones para vivir experiencias excitantes de forma totalmente virtual, sin siquiera mirar la cara de la persona que está al otro lado.

Hay excepciones. Hay amistades que nacen en la red y que luego se convierten en relaciones importantes. Estoy pensando en niños frágiles, tímidos y torpes que se inscribieron a esos chats porque su inseguridad les dificultaba emerger en la vida real, pero luego, una vez que salieron de allí, fueron capaces de mirarse a los ojos, de encontrarse realmente, de construir y planear en la vida real.

No juzgamos ni condenamos sin apelación. Nos limitamos aquí a observar la tendencia: la de una despersonalización cada vez más marcada.

Empecemos por los jóvenes. Hagámosles saber que…

«El alma se muestra en el trato habitual, el perfume que llevo, las palabras que digo, la forma en que las digo. Todo habla de mi alma, pero para llegar a ella hay que volver a salir con los demás, sí, pero en la realidad -escribe la periodista Ida Giangrande, hablando de Tinder-. Así que tratemos de utilizar la tecnología para lo que sirve. Si queremos hacer amigos, en lugar de descargarnos Tinder, apuntémonos a un gimnasio. No dejemos espacio a quienes quieren escapar de sus responsabilidades utilizando nuestra necesidad de afecto. No nos quedemos atrapados en aventuras sin sentido, busquemos más bien el sentido humano del amor, quizá entonces seremos verdaderamente libres».

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