Es última hora de la mañana. La taza de café ya se ha enfriado en mi escritorio. Retomo los últimos apuntes dispersos aquí y allá. Miro rápidamente la hora. Tengo que llamar. Apenas dos tonos – largos y metálicos – y en seguida me responde una voz femenina. Gentil y decidida. Es Rosaria D’Anna. Nos habíamos conocido algunos meses antes en Roma, para hablar de política social y familia. Como un volcán de la Campania, su tierra de origen, se había revelado enseguida un magma de ideas y de propuestas. Así, cuando pensé en una entrevista sobre la importancia del carisma y del liderazgo en la sociedad de hoy, me vino enseguida ella a la mente, para que me contara su experiencia. Rosaria D’Anna es presidenta nacional desde hace más de un año y medio de la AGE – Asociación Italiana de Padres. Es mujer, madre de dos chicas, pero sobre todo madre fuertemente consciente y motivada por la importancia de ser parte activa en el recorrido educativo de los propios hijos. Y esta vocación suya a la educación familiar la compagina plenamente con su figura de presidenta de la principal Asociación de padres de Italia.

Rosaria, el Papa Francisco en una audiencia general hace algunos años, dedicada a los carismas en la Iglesia, afirmó que la persona carismática es aquella que ha recibido un don, una gracia, que debe poner al servicio de todos. Si bien el Papa se refería a las instituciones eclesiales, el juicio vale también en sentido más amplio para cualquier asociación que quiere servir al bien comúnedificando a partir del impulso de una misión y de un talento que hacer rendir. ¿Cuánto te reconoces en esta frase?

Estoy plenamente de acuerdo. El carisma es un don que se tiene de nacimiento. Quien tiene la gracia de recibirlo, tiene el deber moral de ponerlo a disposición de su comunidad social de referencia, para servir al bien común, no para mandar o hacer los propios caprichos. No sé si soy una persona carismática. Me siento más bien una persona que agrega, que trabaja para unir su colectividad. En mi caso, más de 5 mil padres de toda Italia, inscritos en el AGE, nuestra Asociación. Mi visión de Asociación es fuertemente colegial. Me gusta construir sinergias comunes, con colaboradores y asociados.

La clave de todo es ser creíble y estar siempre disponible.

Si se quiere ser un punto de referencia para los otros, es necesario conquistarse antes de todo su confianza día a día, con hechos concretos y no solo con palabras, llevando hasta el final el compromiso tomado. Y estar siempre en el territorio, disponibles y preparados para el diálogo en una óptica siempre propositiva y resolutiva.

Estoy de acuerdo. Sin embargo, cualquier institución con el tiempo corre el riesgo de perder este “fuego vivo” que ahora se ve en ti. La gestión de la cotidianidad de hecho conlleva el riesgo de habituarse a la propia misión y que se enfríe el espíritu inicial. El peligro común es el de perder creatividad e ideas, dejar de producir contenidos para convertirse en simples incubadoras de procesos, burocracia y relaciones. ¿Cómo se puede evitar todo esto y mantener un justo punto de equilibrio? ¿Conseguís todavía después de tantos años estar vivos y ser creativos en la producción de ideas, contenidos y soluciones para la colectividad a la que servís?

El riesgo de que una Asociación con el tiempo pierda el fuego de los orígenes existe. Es normal. Lo importante es que no pierda el propio camino, la propia identidad y que no traicione a sus asociados y toda la colectividad de referencia por puro cálculo político y conveniencias del momento. Cierto, a veces se corre el riesgo de perder tiempo detrás de los papeles y la burocracia, quitando fuerzas y energía a la realización concreta de los proyectos. Lo que se debe evitar es convertirse en una caja vacía, sin ideas, propuestas y contenidos. La desconexión de la realidad y la supervivencia por sí misma es la muerte de cualquier institución. Para evitar este peligro, por mi parte, trato lo más posible la relación con los territorios, para recoger sus exigencias y sus necesidades. La AGE nació hace 50 años en las periferias, no en las oficinas, escuchando los problemas y acogiendo las iniciativas de muchos padres y familias. Esta es nuestra misión y esto es lo que quiero continuar haciendo.

Entre las muchas tareas de un líder, está seguramente la de motivar y formar a los jóvenes, no solo desde el punto de vista de la preparación técnica, sino también en la transmisión de la misión, de los valores y de las convicciones. ¿Cuál es tu idea de formación?

Mi idea de formación es muy sencilla: educar con el ejemplo.

Lo digo como mujer y madre. No se puede pretender subir a la cátedra y empezar a dar lecciones sobre valores y comportamientos. Es necesario simplemente dar buen ejemplo, en primera persona. Los jóvenes, al contrario de cuanto a menudo se piensa, están muy atentos a los comportamientos de los propios padres.
Te pongo un ejemplo. Si los chicos ven a los padres hablar por el móvil en la mesa durante las comidas, puedes estar seguro de que empezarán a hacerlo también ellos. Se sentirán, por así decir, implícitamente autorizados a hacerlo. Si, en cambio, ven que sus padres no llevan a la mesa el móvil o lo dejan apagado, se esperarán sin duda un reproche en caso de usarlo. No es cuestión de prohibir o no algo, sino de dar el sencillo ejemplo. Vivir la convivialidad en la mesa en familia, es solo uno de los muchos pequeños gestos de buen sentido de un padre.
Encuentro cada día a muchísimas personas. Y me doy cuenta cada vez más, con gran tristeza, que en las familias ya no se habla, no se lee, no se escribe, no se mira a los ojos, se ignora. Al máximo se telefonea y se
mandan mensajes, quizá de una habitación a otra de la casa. Todo con el lenguaje cada vez más fragmentado y desestructurado hecho solo de “sí, no, ok, vale”, caras y emoticon es. Debemos volver a la sana y vieja charla de hace un tiempo. Mi misión es la de incitar continuamente en estos padres la conciencia de que no estamos yendo bien, no vamos en la dirección adecuada. Tenemos que hacerles comprender cuántos valores y comportamientos sanos hemos perdido por el camino en las últimas generaciones, y lo importante que es volver a hablar dentro de nuestra familia.

¿Hay algún un sueño en el cajón?

Entre las muchas ideas y proyectos que tenemos en proyecto, hay un sueño: recuperar para la escuela italiana el nivel cualitativo de hace algunos decenios, cuando el maestro era una figura de referencia social para toda la comunidad, respetada desde los alumnos hasta los padres. Hablo de la escuela donde se enseñaba la manualidad, es os trabajos sencillos de Pascua y Navidad por ejemplo. Trabajos que los padres mostraban después con orgullo en el salón de casa. La manualidad de las antiguas tradiciones y del saber hacer, que era de gran ayuda en la formación de carácter y de las virtudes, dejado ya de lado en el modelo educativo dominante a favor de un memorismo pobre e improductivo. Pero para hacer esto es necesario volver a invertir en la formación y respeto de los docentes, a menudo mal pagados, precarios y abandonados a sí mismos. Tenemos que combatir por una buena escuela, porque la formación de los propios hijos es el fin más noble de cualquier sociedad. Espero que no se quede solo en un sueño.

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