Mujeres solas, divorciadas, caídas en depresión tras haber perdido el trabajo y que transcurren sus días frente al ordenador. Adolescentes perdidos durante horas detrás de la consola de un videojuego y estudiantes repetidores que buscan un escalofrío en el riesgo del poker online.

Pero también ejecutivos trepas y dinámicos que no pueden desconectarse ni un momento de sus Blackberry, o chicas totalmente fuera de control dominadas por la chifladura de inmortalizarse en un selfie desde el comedor de su casa para publicarlo en tiempo real en los social media.

Asimismo, que levante la mano quien no ha visto alguna vez en un local a un grupo de jóvenes comensales prisioneros de sus smartphone, cada minuto revisando ansiosamente la llegada de un eventual notificación de Facebook o de Whatsapp. Ojos y manos moviéndose al unísono a la espera maniática de un nuevo mensaje.

No, no se trata de la trama febril e irreal de una película navideña, sino del retrato preocupante que resulta del último informe del Aiart – Associazione Italiana Ascoltatori Radio e Televisione (Asociación italiana de radio telespectadores) – que ha llevado a cabo una monitorización para observar la dependencia asociada al uso de Internet en Italia. Y la alarma social, como era previsible, ha sonado más fuerte y estrepitosa que nunca.

Lo que se desprende del informe, más allá de los casos particulares de personas emocionalmente frágiles y socialmente desaventajadas, es el crecimiento exponencial, a nivel estadístico, del uso patológico de Internet también entre el grupo de los que suelen considerarse “personas normales”, esto es y para que quede claro, los que a lo largo de su vida no han pasado por ningún trauma en concreto. Un fenómeno muy preocupante, que está creciendo en particular entre los jóvenes, y que se caracteriza por la presencia de una real adicción y de trastornos del comportamiento.

La investigación se ha centrado en una muestra de 61 casos en 34 provincias italianas. Un número sin duda no exorbitante, pero suficiente como para lanzar un alarma sobre esta nueva patología, la internet-patía, que tal vez es aún desconocida por la mayoría. Como ya se ha mencionado, la casuística varía bastante: de los adictos al poker, a los que revisan compulsiva y ansiosamente correos, mensajes y chat. Además, el problema es que a menudo la personas ni siquiera saben de tener dicha adicción. Sin duda, este triste fenómeno no justifica una actitud negativa ni apocalíptica hacia la web y las nuevas tecnologías en general, ya que lo bueno y útil que éstas nos han traído no admite discusión. Nada de derrotismos ni catastrofismos con los social
media y las relaciones virtuales, no se trata de volver a la edad de la piedra. No obstante, un mayor control del medio sería la actitud más clarividente que adoptar. Es la web la que ha de servirnos a nosotros y no el contrario. Si no, corremos el riesgo de perder el control racional y emocional y nos dejamos arrastrar. Y es justamente por esto, tal como hace el informe del Aiart, que los peligros de la red no deben ser silenciados.

En la presentación del informe, que ha tenido lugar en Roma el pasado 6 de noviembre, Vincenzo Lorenzo Pascali, profesor de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (Milán), ha afirmado que las adicciones que afectan al comportamiento presentan efectos muy similares a los que tienen las sustancias estupefacientes y psicotrópicas, ya que, en ambos casos, el sujeto pasa por una experiencia de disociación. Como en toda situación de dependencia grave, también la internet-patía habría de ser medida por el mismo rasero de los demás trastornos e, igualmente, ser atendida por el sistema sanitario nacional, aunque falte todavía una asunción real del problema, así como especialistas que la atiendan y la curen.

Nos encontramos frente a nuevos problemas, frente a los cuales – hay que reconocerlo – todavía no estamos preparados, tal y como ha dicho Luca Borgomeno, el presidente del Aiart, durante la presentación de los resultados de la investigación. Para combatir el peligro de esta adicción, es fundamental que la escuela juegue un papel central en la educación al uso de los media. En fin, ojalá que, a partir de este informe, germine la idea de lanzar una cultura de la media education que empiece justo entre los pupitres de las escuelas, para que nuestros niños y adolescentes se formen como personas más conscientes y menos vulnerables a ciertos cantos de sirenas. Esperamos que esta investigación de la Aiart haya puesto una semilla, y que ésta no se pierda en la aridez del desierto.

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