El nuevo idioma del poder habla en el nombre del gender. Así es cómo, a través de las grandes conferencias de la ONU, las lobbies han dictado la agenda de los Estados
El análisis de la escritora y periodista Marguerite Peeters en un congreso
organizado por la diócesis de Brescia (Italia).
El gender? Una norma política mundial. Marguerite Peeters,
destacada periodista estadounidense y autora de muchos libros sobre temas
éticos, barre con muchos de los lugares comunes recurriendo la historia de
las grandes conferencias promovidas por la ONU (Organización de las
Naciones Unidas) a partir del año 1990.
Fue justo en algunas de aquellas asambleas, en las que ella participó en
calidad de periodista, que se emprendió el proceso de toma de poder por
parte de algunas ONG (Organizaciones No Gubernamentales) que operan en el
ámbito de los derechos humanos y la de igualdad de oportunidades: dichas
organizaciones han logrado paulatinamente imponer su agenda, sustituyéndose
de hecho a los gobiernos nacionales y condicionándolos según los intereses
de un número reducido de lobbies económicas. En particular, fue en
la Conferencia de Pekín sobre las mujeres (1995) cuando se allanó el camino
a la ideología del gender, al establecerse la paridad entre los
sexos como paridad de género, lo cual logró un consenso enorme a nivel
mundial.
Para entender lo que ha ocurrido es menester retomar el concepto desoft power (poder blando) y el de consenso (internacionalmente consensus), una práctica con la que se pretenden evitar decisiones
unánimes y difíciles de tomar. Cuando una resolución no es compartida, no
se aprueba recurriendo a una votación formal, sino a través de una
declaración concertada anteriormente entre los estados en la que
simplemente se reconoce el acuerdo entre los miembros; un acuerdo
constatado por el presidente que la preside mediante la fórmula «¿Hay
alguna objeción? Si no hay objeción, así se acuerda».
Se trata de una tipología de resolución, cuyos contenidos resultan a menudo
bastante vagos, y de la que se sirven las lobbies para orientar
las políticas de los estados de acuerdo con sus propios intereses. Las
conferencias de la ONU también han impuesto un nuevo lenguaje, véase al
respecto los términos como partnership (partenariado),skateholder (partes interesadas) y, sobre todo, governance (gobierno corporativo).
«Pero la governance mundial –apunta la autora– es una realidad
inaprensible: todos los términos de este nuevo lenguaje resultan
ambivalentes, esto es, no tienen una definición diáfana. Su difusión sirve
para ocultar un proyecto ideológico determinado finalizado a la toma de
poder por parte de algunas minorías. La governance no es ningún
gobierno mundial: la diferencia, en efecto, es que un gobierno propiamente
dicho tiene su visibilidad democrática y una autoridad moral que procede
directamente del mecanismo de la representación. Un gobierno se elige con
el fin de dar voz a los valores de quienes lo han elegido. La governance, en cambio, no contiene en sí ni tampoco conlleva
ninguna representación, sino exclusivamente la participación de algunos
grupos de interés que han tomado el poder a nivel mundial».
«Se trata –ha explicado Peeters en un reciente congreso que se ha llevado a
cabo en Brescia (Italia)– de una revolución política guiada por las ONG que
pone al centro del interés asuntos como el crecimiento demográfico o la
alerta ambiental. La igualdad entre hombre y mujer, en particular, ha sido
el expediente que ha permitido la difusión de la ideología del gender: a partir de un asunto de derecho, justamente la igualdad,
que dentro de Occidente nadie se atrevería a negar o a poner en cuestión,
se ha ampliado paulatinamente su significado hasta desestructurar el dato
biológico a favor de una interpretación libre y arbitraria de la identidad
sexual de cada uno».
Al respecto, piénsese por ejemplo que en el Facebook cada usuario puede
elegir entre 58 géneros. La ideología gender se ha difundido
gracias a algunos mitos que Peeters nos invita a desenmascarar.
«Si bien predomina la idea de que se trata de un diseño que procede del
frente homosexual, no hay que olvidar el aporte que dio el feminismo
radical, que resulta tan indisociable de aquél que no sería impropio
afirmar que se han allanado mutuamente el camino. En Occidente, el
componente homosexual resulta mayoritario, pero en los países en vía de
desarrollo existe un programa feminista que es el resultado de una
mentalidad por la que a la mujer se le niega la identidad filial, materna y
conyugal, inculcándole la idea de que las diferencias entre lo femenino y
lo masculino, así como la distinción entre familia y vocación educativa,
son construcciones sociales que se oponen a la igualdad y a la libertad de
los ciudadanos. El mensaje más o menos implícito, por tanto, es que en una
sociedad avanzada estos legados del pasado tienen que ser desmontados
mediante cualquier medio: de ahí, los proyectos de cambiar las leyes
nacionales de modo que la contracepción, el aborto y la fecundación
artificial sean fácilmente asequibles para la población. Gracias a estas
posibilidades, la governance promueve y fomenta la educación de un
tipo de mujer cada vez más autónoma, exenta de las obligaciones familiares
y, por ende, más motivada hacia la búsqueda del proprio poder y de
autonomía».
El origen filosófico de este fenómeno se halla en la Ilustración. Fue
precisamente en aquel contexto cultural, de hecho, cuando se impuso el
principio deista según el cual «si Dios no es padre y el ciudadano no es
hijo, entonces éste no adquiere su identidad de nadie, sino que ha de
construirla por su cuenta». Y así el ciudadano occidental se convierte
simplemente en individuo, en una entidad política abstracta e
indiferenciada, que no adquiere igualdad y libertad mediante un proceso de
filiación, sino que se adueña de ella mediante un gesto de rebeldía]. En
este proceso, la paternidad representa claramente un obstáculo, tal como
afirmaba el filósodo Jean-Jaques Rousseau (1712-1778), según el cual ser
padres sería un privilegio que se opone al principio de igualdad.
El homicidio cultural de la figura paterna ha sido la consecuencia directa
de dicho pensamiento».
Además, Peeters dice estar muy impresionada por la continuidad ideológica
entre la Revolución francesa y la forma en que la teoría del gender ha sido introducida en los textos escolares adoptados más
allá de los Alpes. «Desde la muerte de Dios hasta la del hombre, pasando a
través de la del padre, de la madre y del hijo, el siglo XX ha sido
terrible desde un punto de vista antropológico. El punto de llegada, de
hecho, es que los hijos en cuanto tales ya no existen, porque se han
convertido en los hijos de la República, en un proceso de secularización
que dio por resultado la norma mundial del gender».
Pero, ¿cómo reaccionar frente a todo esto sin caer en extremismos que
rechazan todo lo que sea occidental, o en las actitudes de esas minorías
que abogan por un regreso del pasado? La única vía es el discernimiento.
«Frente al gender no son los conocimientos globales los que nos
sirven, sino el despertar de la conciencia: es ahí donde hemos de decidir
sobre lo que es el bien y promoverlo. La elección que se nos plantea es si
permanecer pasivos, porque nos sentimos aplastados por la gravedad del
problema o, en cambio, si ser útilmente creativos a favor del bien y
emanciparnos del pasado. La verdad es que ya no vivimos en una verdadera
democracia, porque ya desde sus albores este sistema conllevaba en sí los
gérmenes de su autodestrucción. En su parábola el Occidente ha llegado casi
al fin del trayecto y hoy se encuentra en la necesidad de volver a ser
evangelizado para volver a mirar a la persona humana en toda su esencia.
Hace falta devolverle el poder al pueblo, pero para hacerlo hay que ser
capaces de exponer públicamente dicho timo por parte de las lobbies. Ya no es suficiente oponerse a las normas culturales: hay
que abrir una reflexión sobre el individualismo y sobre cómo han
evolucionado los así llamados derechos de la persona. El error del pasado
reside en el moralismo, mientras que el despertar de la conciencia humana
pasa a través del amor. Hace falta, entonces, un esfuerzo de síntesis para
regresar al humano en su verdadera experiencia existencial, haciéndole
redescubrir su propia identidad de hijo».
(*) Marguerite Peeters se ocupa de cuestiones políticas, culturales y
éticas relativas a la governance mundial desde 1994. Es autora de
centenares de informes sobre este asunto y también de la obra La mondialisation de la révolution culturelle occidentale. Es
consejera del Consejo Pontificio de la Cultura. La editorial San Paolo ha
publicado recientemente su obra Il gender. Una questione politica e culturale (2014).