El matrimonio gay no solamente redefine la institución matrimonial, sino también la genitorialidad
Les proponemos leer esta carta dirigida a la comunidad gay escrita por una hija realmente muy entrañable.
Esta mujer se plantea la razón por la que en el debate público no se le presta la debida atención a la otra cara de la historia, esto es, la de los niños criados por dos madres o dos padres.
El matrimonio entre personas del mismo sexo y el tipo de genitorialidad que de éste procede les niegan a los hijos crecidos en estas familias la posibilidad de tener un padre o una madre, y se les dice que en realidad se trata de un aspecto sin importancia. O bien que es la misma cosa. Pero no es así. Muchos de nosotros, de sus hijos, están sufriendo realmente por ello. La ausencia de mi padre generó en mí un vacío enorme, lo que hizo que constantemente estuviese deseando su presencia. He querido muchísimo a la esposa de mi madre, pero el haber tenido a otra mamá nunca ha podido sustituir al padre que sentía haber perdido.
Me he criado en un entorno de mujeres que me decían no haber querido o necesitado nunca a un hombre. Bien, pero siendo yo apenas una muchacha, lo que más deseaba en el mundo era tener a un papá. Se trata de una cosa muy extraña el hecho de andar por la vida con este anhelo tan inagotable y profundo de tener a un padre, a un hombre, dentro de una comunidad en la que te están diciendo constantemente que los hombres son innecesarios…
No estoy afirmando que no sean ustedes unos buenos padres y madres o que no podrán serlo en el futuro. Seguramente puede que lo sean, yo me considero muy afortunada por haber tenido a una de las mejores madres que he conocido en mi vida. Por otro lado, no estoy diciendo que el hecho de haber sido criada por dos mujeres no haya sido una experiencia exenta de complicaciones. Todos sabemos muy bien que son muy diversos y variados las formas de atentar contra la unidad familiar y generar el sufrimiento de los hijos: divorcio, abandono, infidelidad, acoso, muerte, entre otros. Pero, por lo general, las familias que logran salir adelante, sin duda son aquéllas en donde los niños son criados conjuntamente por el padre y la madre.
Además, se pregunta por qué los hijos de parejas homosexuales no logran hablar abiertamente de lo que para ellos significa la realidad del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Éste fomenta y normaliza una estructura familiar que necesariamente nos niega algo en absoluto fundamental e inestimable. Algo que nos hace tan falta y al que tan vehementemente anhelamos, mientras al mismo tiempo nos previene que no necesitemos lo que deseamos naturalmente. Y así todo saldrá bien. Pero es que nosotros todo estamos menos bien, lo estamos sufriendo.
Subraya el hecho de que a los hijos de separados o a los adoptados que nunca han conocido a sus padres biológicos «se les permite» sacar su dolor, sufrimiento y nostalgia, en fin, sus sentimientos.
Pero a los hijos de padres homosexuales no se les da la misma voz. Y no se trata sólo de mí. Somos verdaderamente muchísimos.
Ha sido Robert López quien sacó el tema por primera vez, y su historia–«el hecho de haber sido criado por dos madres»– desvela claramente el amor hacia su madre, pero también el impacto que la vida familiar ha ejercido sobre él a largo plazo. Esto ha abierto una brecha y ha allanado el camino hacia el testimonio de muchos otros hijos de padres homosexuales quienes tenían muchas reservas al hablar, puesto que querían mucho a sus padres y que en ningún modo pretendían herirlos.
Desde hace pocos día aquel enlace ya no funciona, y el periódico online que lo había publicado justificó el suceso con la aparición de problemas técnicos. Lo que podría estar más o menos relacionado con la censura de la que habla Heather Barwick en su carta abierta.
Si declaramos sufrir el hecho de haber sido criados por una familia de padres del mismo sexo hay dos posibilidades: o nos ignoran o nos tachan de gente movida por el odio.
Pero todo esto no tiene nada que ver con el odio. Sé por cierto que comprenden el dolor que puede provocar una etiqueta que te queda prieta, o que es usada constantemente a fines de difamación o censura.
Del mismo modo, sé por cierto que en su vida, más tarde o temprano, se han sentido odiados y que habrán sufrido profundamente por ello. Yo estaba allí, en las manifestaciones donde desfilaban pancartas que decían, «Dios odia a los maricones» y «El SIDA cura la homosexualidad».
Lloré por esto y hervía de coraje justo allí en la calle, junto a ustedes. Pero aquélla no soy yo .
Aquéllos no son ustedes.
No son la mayoría de nosotros. Son la derecha y la izquierda más radicales las que encarnan la condena y la desaprobación más acérrimas. La mayor parte de quienes estamos comprometidos en esta causa, procuramos actuarlade la forma más razonable y caritativa posible. Muchos de nosotros se esfuerzan en hablar claro y escuchar atentamente, con el coraje de la convicción y el respeto por la dignidad de aquéllos que desafían o incluso intentan censurar nuestros ideales, ideales cuyo fulcro yace en el testimonio de la dignidad humana.
Así es cómo Heather Barwick glosa su carta dirigida a la comunidad gay dentro de la que ha crecido, con la que se ha identificado durante la mayor parte de su vida, a la que comprende con muchísima compasión y a la que ahora ha elegido destinar este apelo en cuanto activista para los derechos de los niños:
Reconozco que se trata de un discurso duro y difícil de afrontar. Pero necesitamos hacerlo. Si en este mundo hay alguien que puede hablar de asuntos duros y difíciles, pues ese alguien somos nosotros.
Y esto me lo enseñaron ustedes.
Por concesión de
www.mercatornet.com/