A veces, las palabras son más afiladas que una espada. Duelen y dejan
cicatrices durante mucho tiempo. Otras veces, permanecen dentro de nosotros
como rocas, condicionándonos y bloqueándonos.

Ningún padre es perfecto, y este artículo sólo pretende ayudar a evaluar si
la comunicación que hemos establecido con nuestros hijos es eficaz, o si
hay aspectos que debemos mejorar…

1. Vamos, ya sabes hacerlo, ¡es tan fácil!

Hace algún tiempo, mientras paseaba con mis hijos cerca de un río, nos
cruzamos con un padre con dos niños. Los tres iban en bicicleta. El pequeño
(de unos 4 ó 5 años) no tenía ganas de cruzar un pequeño puente. El padre
no dejaba de decir:

‘Vamos, muévete, ¿qué te cuesta? Hay gente esperándote, ¿cuál es el
problema? Vamos…

«.

El niño, sin embargo, temblaba y no se movía. Al final, para resolver el
asunto, el padre lo cogió casi a peso para que cruzara y dejase el paso
libre.

¿No habría sido mejor que el padre dijera:

“me doy cuenta de que tienes miedo, es un poco alto, pero si quieres,
tu hermano y yo te ayudaremos…”?

Podemos imaginar el sentimiento de ineptitud que puede afligir a una
persona cuando oye a los demás:

«¿pero cómo? ¿no eres capaz de hacerlo?, ¡es tan fácil!, hace tiempo
que deberías saber hacerlo…»,

o «¡todos los niños de tu edad saben hacer esto!” La
autoestima se verá profundamente minada. Imaginemos que, a una persona con
miedo a conducir coche, constantemente se le repite ese:

«¿es posible que tengas tanto miedo?, ¡el mundo está lleno de gente que
conduce!»

No ayuda a nadie ver menospreciados sus cansancios y miedos. En todo caso,

es importante comprender el motivo de los bloqueos, encontrar formas
eficaces de superarlos, y ayudarse mutuamente.

2. ¡Deja de hacer eso o te la vas a cargar!

Debemos admitir que las amenazas son resultado de la frustración. Cuando nada
parece funcionar, la amenaza aparece en el horizonte como la única
herramienta que «todavía da poder sobre los hijos desobedientes»). Pero
rara vez son realmente eficaces, salvo durante un periodo de tiempo muy
breve.

Es mucho mejor desarrollar un repertorio de tácticas constructivas:
ser una persona con autoridad y serena, explicar que no está bien
comportarse de ese modo (decir que comprendemos sus motivos, pero que ahora
no es el momento de comerse otro caramelo).

Proponer siempre una alternativa, distraer del motivo de la rabieta,
para no caer en un «tira y afloja» interminable. En lugar de
obsesionarnos con el «no» y la amenaza, desviemos la atención hacia
otra cosa

. Y recuerda que es necesario un cierto distanciamiento emocional
saludable.

3. ¡Ya verás cuando vuelva tu padre!

Esta frase no es más que una amenaza. El problema se pospone para luego, pero contra una rabieta
hay que actuar inmediatamente.

Cuando el otro progenitor llega a casa, es probable que el niño ya se
haya olvidado de lo que hizo.

La autoridad de la madre resulta dañada si le pasa la pelota a otra
persona. Por no hablar del papel de poli malo que dejamos al cónyuge.

4. ¡Deprisa!

Horarios fijos, tráfico, citas: vivimos esclavos del reloj. Y cuando un
niño, ajeno a ese ritmo frenético ineludible, no encuentra sus zapatos o no
se pone la chaqueta, perdemos fácilmente la calma y le gritamos que se dé
prisa.

Y cuando estamos tan acelerados, los niños se sienten culpables: se sienten mal, pero no les motiva a ir más rápido.

El terapeuta familiar Paul Coleman ofrece una visión de su propia vida, que
puede ayudar en nuestros hogares: «Por las mañanas, en mi casa hay mucho
nerviosismo, y la última imagen que mis hijos tienen de mí es mi cara de
enfado. Así que he hecho un pacto conmigo mismo: pase lo que pase por la
mañana -la leche derramada sobre la ropa limpia, la mochila del colegio aún
no preparada-, tengo que

mantener la calma y esforzarme por encontrar formas suaves de acelerar

.

5 ¡Bravo! ¡Eres un genio!

Decir a un niño frases como «eres muy listo», «eres un genio», «eres muy
bueno», comporta el riesgo de crear etiquetas y expectativas difíciles de
mantener.

Se puede elogiar el comportamiento en vez de al niño
: «me alegro de que no hayas hecho un numerito al marcharnos del parque, te
has portado muy bien…».


También es mejor evitar los elogios indiscriminados. Sólo logros que
sean fruto de un esfuerzo real

: por ejemplo, beberse un vaso de agua hasta la última gota no es un logro
excepcional.

Los elogios deben ser específicos. Es inútil decir «bonito dibujo» a las
decenas de dibujos que hace un niño cada día. Mejor comentar: «Bien hecho,
veo que has dibujado una casa con puerta y ventanas…».

¿Se les ocurren otras frases vitandas, para no minar la confianza, las
habilidades y la autoestima de sus hijos?

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