Uno de los momentos más esperados y amados del año en los países de tradición cristiana es sin duda la Navidad. Es un momento de alegría y de contemplación para todos los que creen en el Dios encarnado, pero también es motivo de alegría para aquellos que la consideran una fiesta inspiradora de buenos valores, como la hermandad, la generosidad, la unidad.

La Navidad es vista como un momento que hay que vivir juntos, en familia. Y si el frío, en muchas partes del mundo, no permite pasar mucho tiempo al aire libre, el hogar familiar, enriquecido con luces y adornos, se convierte en el lugar ideal para transcurrir horas agradables en compañía. Y, por qué no, viendo una buena película.

Si queréis disfrutar de una buena película con vuestros hijos, os sugerimos algunos títulos.

¡Que disfrutéis del espectáculo!

Buscando a Dory (Finding Dory), película de animación de 2016, dirigida por Andrew Stanton

“¿Cómo puedes acordarte de que tienes una mamá y un papá, si pierdes continuamente la memoria?” – preguntan unos pececitos – “Bueno, porque es una cosa lógica: todos venimos de una mamá y un papá”, es la respuesta de Dory.

Dory es un pez azul hembra muy divertida, es adulta y sólo tiene vagos recuerdos de su infancia, porque sufre continuas pérdidas de memoria. Le bastan pocos minutos para no recordar nada de lo que le ha sucedido.

Su «enfermedad» le llevó a perderse en el océano, y durante años no ha sido capaz de encontrar el camino para volver a casa. Sin embargo, a pesar de no recordar con precisión cómo son sus padres, en Dory ha permanecido siempre viva la sensación de que tiene con ellos un vínculo profundo, y nunca ha dejado de quererlos.

La película nos ofrece la asombrosa aventura de Dory, pez hembra destartalada y simpática que, con ayuda de muchos amigos, tratará de encontrar a sus padres, que a su vez no han cesado de buscar y esperar a su hija.

Esta película, secuela de Buscando a Nemo (Finding Nemo) del 2003, se presenta de un modo completamente original y está llena de detalles que no hacen referencia a la anterior película: es posible entusiasmarse con la historia de Dory sin haber conocido la de Nemo.

La historia propuesta puede ser considerada como un baluarte de una de las verdades más obvias, y al mismo tiempo más controvertidas, de nuestra época: todos necesitamos el amor único de un padre y una madre, es decir, de dos padres que, amándose entre ellos en primer lugar, saben cómo cuidar y hacer crecer juntos a sus hijos.

En una sociedad que a menudo se olvida de la importancia de la familia, es casi paradójico que una película protagonizada por una hija olvidadiza, a la que, sin embargo, resulta claro e indiscutible que el amor de un padre y una madre son absolutamente insustituibles.

El Principito (Le Petit Prince), película de animación de 2015, dirigida por Mark Osborne

La joven protagonista de esta historia tiene como padres uno ausente y una madre siempre ocupada en trabajar y programar hasta el último detalle de su vida y la de su hija, mientras que nunca tiene tiempo para reír, hablar, o jugar.

La niña, a la que tratan como un adulto, o peor aún, como un robot, intenta escapar de la jaula en la que les gustaría mantenerla encerrada, y se hace amiga de su viejo y excéntrico vecino de casa, Antoine de Saint-Exupéry, el famoso autor del libro El Principito.

Gracias a él y a la historia escrita por este insólito señor, la pequeña descubrirá lo que significa ser «una niña» y comprenderá la importancia de recordar a los adultos que aceptar y valorizar la mirada de los niños es un bien para toda la sociedad.

¿Qué sería del mundo si no hubiera niños, con su imaginación, con su pureza, su deseo de soñar con los ojos abiertos? -parece pedir con fuerza esta película de animación- o más bien, ¿qué sería del mundo si los adultos no supieran hacerse interpelar y remover por la ingenuidad de los niños?

En El Principito, la respuesta se presenta en todo su dramatismo: un mundo sin niños o que no sepa inclinarse hacia los niños es un mundo sin esperanza y sin futuro.

Little boy, película de 2015, dirigida por Alejandro Gómez Monteverde

Estamos en los Estados Unidos, en plena Segunda Guerra Mundial y el pequeño Pepper, desesperado porque su padre –al que está muy unido- ha ido a la guerra para luchar contra el Japón, escucha en la iglesia este pasaje del Evangelio: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: ‘Desarráigate y plántate en el mar’, y os obedecería” (Lc 17,6).

Impresionado por las palabras de Jesús, el niño decide tomarlas al pie de la letra. Recoge una semilla de mostaza, va a un sacerdote y le pregunta qué debe hacer con ella para que Dios escuche su petición de que haga volver pronto a papá.

El cura, enternecido por esta fe sencilla y aprovechando la oportunidad para dar una lección de vida al pequeño, le entrega una “lista” de cosas que hacer: se trata de una hojita en la que están escritas las siete obras de misericordia corporales (dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos). Le sugiere ponerlas en práctica una a una, porque Dios ama y escucha a los que saben servir a los hermanos. También le da otro consejo: debe hacer amistad con un señor japonés que vive cerca de su casa, odiado por la familia (especialmente por su hermano), porque pertenece a la “raza enemiga”.

Entretenida y al mismo tiempo emocionante, la película muestra con habilidad y delicadeza la entrega a los demás de la que es capaz el joven protagonista. El espectador no puede dejar de conmoverse por la ternura con la que el niño trata de poner en práctica -con la ayuda de su madre, del sacerdote y de su nuevo amigo japonés – todas las obras de misericordia escritas en su preciosa lista… y por último, la más dolorosa: el entierro de un ser querido.

La película tiene un final espectacular, verdaderamente conseguido y profundamente actual, ahora que acaba de concluir el Año jubilar de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco. Little Boy muestra la belleza de una fe auténtica y genuina, verdaderamente capaz de realizar milagros.

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