No estamos en Halloween. Pero digamos que, además de la explotación comercial y lúdica del horror típica de esa fecha, el horror se ha convertido en omnipresente. Y considerando el crecimiento exponencial de la oferta en películas y series de televisión, por no hablar de los relatos de los videojuegos, se observa que en los últimos años ha crecido de modo considerable el número de personas -sobre todo, adolescentes- que cada vez se siente más atraído y “consume” obras de terror.

Qué nos atrae en las películas de terror

Cuando en una película de terror se llega a las escenas más dramáticas, la mayor parte de las personas se ponen rígidas y algunas, incluso, empiezan a sudar. Pero los que eligen ver esas escenas aseguran que lo hacen “para divertirse”, porque “les gusta”.

Pero si el horror provoca miedo y sentimientos de repugnancia y rechazo, ¿cómo es posible que guste?

En general, la gente tiende a evitar lo desagradable y, más aún, lo repelente. ¿Estamos ante una paradoja? ¿Por qué el público se siente atraído y obtiene placer al exponerse voluntariamente a algo que provoca repugnancia? Noel Carroll, en su libro The Philosophy of Horror or Paradoxes of the Heart, parte de esa pregunta y propone una reflexión. Según Carroll, hay un “placer cognoscitivo” en enfrentarse -manteniendo la propia seguridad- con lo desconocido y lo aberrante, que “muestra su atractivo cuando es desposeído de peligrosidad”.

Por tanto, la condición esencial para disfrutarlo de un modo “agradable”, es tener la plena percepción de la distancia y la diferencia entre la ficción representada y la realidad. Sería inadecuado considerar lo deforme y feo como algo totalmente contrario al placer de la visión. Según algunos se plantea de nuevo la cuestión aristotélica, aunque en un contexto diferente, de por qué el arte, también lo repulsivo como son cadáveres o monstruos, produce una especie de satisfacción en quien lo contempla. Por este motivo, lo feo, desde el siglo XVII (Ghotic novel), se ha hecho significativo, convirtiéndose casi en un valor estético; lo feo ha dejado de contraponerse a lo bello. Según esta línea de interpretación, lo feo tendría en común con lo bello una especie de placer interior que actúa proporcionalmente a la distancia que la ficción interpone entre el espectador y la representación, y es capaz de ejercer una cierta catarsis.

Entre las motivaciones para elegir este género de películas muchos citan el poder exorcizar el terror, hasta el punto de no sentir sus efectos ni su peso. Dicho de otro modo, se decide verlas para dejar de tener miedo a lo temible.

Pero remover las razones profundas del miedo, ¿es realmente útil? Si las cosas horribles no nos asustan ya, y nos acostumbramos a percibir el propio cuerpo “desencarnado” de sus ansiedades, y el cuerpo ajeno, el cuerpo representado, desencarnado del dolor y del horror de la sangre, las heridas, las decapitaciones, etc., ¿en qué se convierte el cuerpo?

Las representaciones de lo deforme, de los rostros desfigurados o cubiertos de sangre, son elegidas y preferidas porque hacen emerger lo escondido, los tabúes, para liberarnos de ellos. Por otra parte, desdibujando la idea de pureza, ¿no terminan quizá sacrificando la idea misma del cuerpo, entendido como unidad y síntesis, reduciéndolo a mera composición de partes? Desencarnar el cuerpo, ¿no significa vaciarlo de su esencia?

Las películas de terror en la historia del cine

Ciertas películas de terror se han convertido en hitos de la historia del cine, empezando por Shining y siguiendo por Paranormal activity, por mencionar sólo dos. Cuando se estrenaron, llevaron una verdadera sensación de terror a la vida de muchos espectadores durante un cierto tiempo. Aunque estas películas pueden ser fuente de placer mientras se ven, con el tiempo su recuerdo se convierte en algo inquietante, al menos según estudios de hace algunos años. Stuart Fischoff, profesor emérito de psicología de los medios de la Universidad del Estado de California, Los Ángeles, ha demostrado que las películas de horror emocionan, pero a menudo pueden dejar un estado nervioso e inestable que, más allá de la catarsis y el alcance liberatorio de angustias y miedos, siguen presentes en algunas personas en forma de persistentes recuerdos negativos.

Terror y jóvenes

Hoy, los mayores consumidores de terror son principalmente los jóvenes, y está creciendo la pasión por el género también entre los niños. ¿Con qué consecuencias?

Los estudios sobre los efectos que determinadas imágenes y escenas pueden tener sobre la infancia se remontan a la mitad del siglo pasado. En los años cincuenta estaba ya muy claro el impacto emocional de ciertos comportamientos sobre los menores. Albert Bandura introdujo la teoría del aprendizaje social para hablar, por primera vez, de la interacción entre la mente del niño y de su medio ambiente, y de lo que los niños aprenden gracias a la observación e imitación, y al entorno social. Bandura estudió, sobre todo, la reacción frente a la exposición de comportamientos violentos y agresivos. Los resultados de sus investigaciones mostraron que la mayor parte de los niños expuestos al modelo agresivo eran más proclives a comportarse de forma agresiva con respecto a los niños que no habían sido expuestos a este tipo de comportamiento. La incidencia era mayor cuando el comportamiento agresivo y violento había tenido algún tipo de refuerzo positivo, y en cierto modo se hubiera mostrado como modelo ganador.

Un niño puede ver una película de terror, y si lo hace, ¿qué puede pasar? Los niños de 10-11 años atraídos por este tipo de películas, buscan emociones fuertes, y a muchos les gusta esa sensación de terror y de miedo.
Utilizan la visión de escenas de terror para ponerse a prueba, casi como si fuera una especie de test para medir su valentía y resistencia. Están fascinados por el suspense, el misterio, pero quedan expuestos a escenas de agresividad y violencia extrema, crudas y terribles, en las que a menudo quien vence es lo macabro, e incluso el mal. Todo esto puede generar ansiedad, dificultades y angustia, sobre todo, cuando no se consigue separar netamente la ficción de la realidad; según Bandura, también puede derivar hacia una imitación, o al menos una posible tendencia a hacerlo.

Por estos motivos, la sugerencia a los padres y a los adultos de referencia es, en primer lugar, que tengan en cuenta el impacto emocional de ciertas imágenes y escenas, y en consecuencia, actúen como mediadores en el disfrute de estos contenidos. Quizá no evitarán todas las posibles consecuencias, pero sin duda ayudarán a crear una oportunidad para comparar y compartir, y para sugerir la posibilidad de elegir otros tipos de narraciones en busca de nuevas emociones.

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