FAMILY INFLUENCER
Hay quien cuelga fotos de gatos, o el traje de noche; o recuerda sus vacaciones; otros, las comidas que más les gustan, los lugares fantásticos que han visitado, fotos con los amigos… y así sucesivamente.
Los contenidos publicados a diario en las redes sociales reflejan los más variados retratos de nuestras vidas. Entre estos encontramos también familias enteras que cuentan su vida cotidiana.
¿Por qué una familia interactúa tanto en las redes sociales?
Nadie te enseña a ser padre, y el boca a boca ha sido siempre algo muy extendido entre padres y nuevos papás.
La diferencia fundamental con la llegada de los medios sociales es que, en vez de hacerlo a la salida del colegio o en cenas familiares, estas conversaciones se trasladan hoy a la red, y así alcanzan a un público mucho más amplio, y pueden llegar incluso a convertirse en marcas famosas.
Se pasa así del simple compartir la cotidianidad a un auténtico negocio en el que están implicados todos los componentes del núcleo familiar.
Algunos lo hacen por el deseo de compartir; otros ven, en esta actividad, un método alternativo a los viejos, voluminosos, y ya arcaicos álbumes de fotografías, creados para dejar un recuerdo a sus hijos; hay quien busca algún provecho, o la fama y el éxito.
Según las estimaciones de Business Insider Intelligence, basadas en los datos de Mediakix, la industria del influencer marketing llegará hasta los 15 mil millones de dólares para el 2022, más del doble de los 8 mil millones de dólares en 2019.
Hay influencer especializados en sectores como la moda, la comida, los juegos, sólo por citar algunos campos, contratados por marcas conocidas para la promoción de sus productos. Entre estos, existe ya la categoría de las family influencer. Con el paso del tiempo, las family influencer han aumentado tanto su fama que han captado la atención de las empresas, no sólo en el sector infantil (o esencialmente vinculado a las necesidades familiares), sino también del bienestar, la moda y muchas más cosas.
Desde video blog en Youtube a imágenes en Instagram, o video sketch en playback en Tik Tok: los formatos varían y se adaptan a las peculiaridades de cada red. Se trata de contenidos que implican niños pequeños, a través de contactos directos o indirectos, mediante el uso por parte de los padres de estos sitios, y la participación ocasional de sus hijos, convirtiéndolos en auténticas «pequeñas estrellas de la web».
Historias, posts, video-spot se presentan como contenidos espontáneos y naturales, pero, en realidad, exigen una notable preparación.
Cuando se habla de «influencer family», hay que preguntarse si es adecuado exponer a los hijos en la red.
A este respecto, existen muchas opiniones opuestas: se dividen entre quienes no ven nada malo, y los que comparan la exposición excesiva de los niños a las redes de explotación del trabajo infantil.
Inicialmente, esta práctica no obtuvo muchos apoyos. La mayoría de los padres despreciaban a quienes, con tanta ligereza, no tenían en cuenta la privacidad y la seguridad de sus seres queridos. Ahora que los medios sociales forman parte de la vida cotidiana y este fenómeno está cada vez más extendido, la opinión pública se ha reblandecido, hay menos críticas y más fenómenos de emulación. De hecho, es cada vez más frecuente que personas adultas publiquen fotos de sus hijos, nietos o hermanos pequeños en sus redes sociales.
Una encuesta realizada por McAfee en 2018 puso de manifiesto que menos de la mitad de los consultados pidieron permiso explícito a sus hijos antes de publicar sus imágenes en las redes sociales, a pesar de que la mayoría está de acuerdo en que estas plataformas son peligrosas para los menores.
Si lo pensamos bien, todos tenemos entre nuestros contactos de facebook o instagram al menos dos tipos de padres: los que cubren el rostro de sus hijos con simpáticos emojis de corazones, y los que publican desde las fotos de la barriga materna hasta la primera papilla de sus niños.
Todo esto evidencia que en la red, hasta ahora, no hay una respuesta unívoca respecto de los menores.
Sí vemos que, a pesar de los límites establecidos por la política de las diferentes plataformas, la edad de la primera creación de un perfil social es cada vez más temprana.
Ya hacia los 10-12 años los niños comienzan a crear sus perfiles en línea, y este tipo de actividad es directamente proporcional a una disminución de la felicidad y al aumento simultáneo del riesgo de dependencia de las redes sociales.
Hay que tener en cuenta un hecho: «utilizar» a los niños como medio principal para lograr fama y éxito – y, por consiguiente, también para obtener beneficios económicos- es un fenómeno que ha existido antes de que existiese Internet y las redes sociales.
¿Quién no ha oído hablar, o se recuerda, de los concursos de belleza destinados a grupos de edad muy inferior a la que los adultos suelen considerar apropiada? Niños lanzados a estos shows, con frecuencia «modificados» y utilizados en competiciones que rozan la explotación y comercialización de una infancia negada; padres dispuestos a todo con tal de conseguir una corona cuyo significado para los ojos infantiles de sus hijos es probablemente nulo. Y, sin embargo, serán felices, porque reflejarán como espejos la felicidad de los que querían que ganaran. No es nada nuevo.
Desde siempre se ha intentado superar un obstáculo o acceder a un camino que de otro modo sería imposible recorrer. En cierto sentido, es justo: quizás hoy más que entonces (antes de que Internet fuera imprescindible en nuestras vidas), hay que estar al día con los tiempos, en una continua carrera contrarreloj para no perder oportunidades que en el futuro será tal vez difícil encontrar.
Sin embargo, no hay que ser codiciosos e irresponsables: lo primero, porque un like más en una red social o una corona puesta en el alféizar de la ventana, no es ninguna ayuda para la educación del niño, sino todo lo contrario.
Lo segundo, porque podría engañarlo, y empujarlo a la búsqueda continua de una aparente perfección que, de hecho, no existe. Sonreír en una foto no quiere decir ser feliz.