¿Se ha preguntado alguna vez si se puede hablar del mal en los dibujos animados? La profesora Marta Brancatisano da una respuesta, según la cual el cine (aquí ampliamos a la representación en general) suscita “escándalo” cuando “no respeta la estructura humana”. En su libro Uomo e Donna, Considerazioni di Antropología Duale (Edusc, Roma, 2015), explica: “el escándalo implica la producción o comunicación de un efecto destructivo sobre la audiencia a través de un tratamiento pervertido del relato sobre el mal o el relato sobre la persona. Por ejemplo, la representación del mal absoluto (sin esperanza ni solución), la falta de identidad del mal (indiferentismo), la negación o burla de rasgos antropológicos básicos como la felicidad, el amor, la sacralidad de la vida”.

Cuando el mal se presenta “como un juego”

¿Quién de nosotros no conoce a Tom y Gerry? Los protagonistas de esta serie de dibujos animados -creada en 1940 por William Hanna y Joseph Barbera- son un gato llamado Tom y un ratón llamado Gerry. Los dos se pasan el día peleando y burlándose el uno del otro.

Se trata de una viñeta irónica, creada en una época en la que los estudios pedagógicos estaban aún en pañales (por lo que evitaremos echar a la hoguera un clásico que ha entretenido a generaciones de niños: sólo queremos dar elementos de reflexión).

En cada episodio, el gato quiere comerse al ratón, pero éste, muy astuto, siempre consigue salirse con la suya. La rivalidad se prolonga, y a menudo llegan a las manos (dientes rotos, manos dolorosamente aplastadas, cubos de agua hirviendo que se derraman, etc.) sin que haya nunca un verdadero ganador o perdedor.

Aunque es bueno que “el matón”, Tom, nunca consiga anular a la “víctima”, Gerry, ciertamente los dos están en un conflicto perpetuo que no se resuelve de modo constructivo.

El adulto capta el lado gracioso del enfrentamiento, pero ¿qué pasa con los pequeños?

En sí mismo, el objetivo del mencionado dibujo animado es lúdico y, probablemente, no “escandaliza” a un niño de 8-9 años, que ya tiene capacidad de abstraer y distinguir la ficción de la realidad (en Tom & Gerry todo es muy surrealista: realmente nos cuesta pensar que pueda “transmitir mensajes negativos”). ¿Pero qué pasa si este dibujo animado lo ven, por ejemplo, niños de 3 ó 4 años (como los míos), que aún no son capaces de ver el lado chistoso de esta pelea, sino que simplemente imitan el comportamiento que ven? Recientemente, un miembro de la familia ha puesto frecuentemente este dibujo animado a mi hijo de 4 años.

Este, además de volverse más fastidioso y brusco con nuestro gato (arriesgándose a reacciones poco amables por parte del animal), empezó también a reírse de comportamientos violentos (los veía como “un juego”). En ese momento me di cuenta de que un dibujo animado aparentemente inofensivo para mí, visto en la edad de desarrollo equivocada, podía dejar marcas no positivas.

No se trata de quemar en la hoguera a los autores de los dibujos animados, del mismo modo que no lo haríamos con Bud Spencer y Terence Hill. La cuestión es tener cuidado de no exponer precozmente a nuestros hijos a contenidos inadecuados para su edad.

Los niños muy pequeños necesitan ver la resolución de conflictos de forma positiva

Hoy en día hay muchos dibujos animados aptos para niños de 3 a 6 años, en los que la violencia no se ofrece como una opción válida, ni siquiera “como una broma”. Los niños de 3 a 4 años son absolutamente “serios”, no saben tomarse a broma las cosas: para ellos, todo es “verdadero” e inmediato. Así que busquemos dibujos animados en los que el mal se muestre claramente como tal. Por poner un ejemplo positivo, pienso en un dibujo animado del que hemos hablado en nuestro portal, Bing, en el que no faltan los conflictos entre compañeros, discusiones y el acoso (la realidad debe representarse tal cual, aunque el público sea infantil), pero las soluciones que proponen los autores son diferentes. Distinto es el mensaje que se desprende de cada episodio, en el que se invita a los niños a disculparse, a entenderse, a empezar de nuevo. La ira queda patente, pero se supera; el error de uno se convierte en un motivo para que otros aprendan a tener paciencia; el egoísmo se rechaza, aunque cueste, en nombre de un auténtico compartir.

La mía es una invitación a los padres y abuelos para que vigilemos lo que ven nuestros hijos (sobre todo, si son muy pequeños), y les expliquemos por qué ciertos comportamientos son erróneos y destructivos, mientras que otros nos hacen mejores y sentirnos mejor.

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