Llegué a Ávila en el último tren de la noche. Era verano y el calor agobiaba. Dejé mis pocas cosas en una posada del Paseo del Rastro y me fui a recorrer esas murallas del siglo XII, repisando las huellas de la Santa Teresa de Ávila, luego Doctora del Iglesia, (la primera mujer con esa distinción…!!! 27-09-1970), pero en su tiempo, rebelde y criticada.

Y la quise más. Mientras caminaba me repetía esa frase tan suya: “Tened una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes”, y que ha sido el leitmotiv de mi vida.

Será porque fui educada, en una familia de 7 hermanos con unos padres que, con un raro ensamble de ternura autoritaria, nos repetían ante cada intento: “Hazlo”, “Anímate”, “Tu puedes”, “Adelante”, “Lo que tú no hagas lo hará otro, y quizá no como tú, pero lo habrá hecho”, “Vamos, anda, no te quedes en la retaguardia de los pusilánimes… infíltrate y llega al frente, y allí, encomiéndate a Dios y presenta batalla…!!!”

Ya descalza, con las sandalias en mano, caminaba a lo largo de la muralla hasta la Puerta de San Vicente y pensaba: “Osadía y audacia deben ser primas hermanas… “

Esa palabra osadía, que para muchos es sinónimo de inoportuno atrevimiento, deriva del latín vulgar ausare, del verbo iterativo audere, que significa atreverse, es decir hacer o sobrellevar algo terrible o difícil.

Es lo que hizo la Santa, mujer inquieta, que vivió su juventud con la alegría propia de esa etapa de la vida. Nunca perdió ese espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que «tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes» Esa confianza en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en sí misma. Así puso de manifiesto que miedo y juventud, no se casan”.

(Vaticano, 28 de marzo de 2015- Francisco)

Era ya media noche y en la calle de San Segundo, comenzaban a cerrar los bares. Pero tenía sed y estaba cansada. Encontré uno con algunas mesas en la vereda. Pedí unas tapas y un vino, mientras tomaba el más pequeño de mis libros que había llevado para ese viaje. Lo abrí buscando algo que había leído hacía un tiempo y que conjugaba con el momento: “Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar… Sin miramientos

Sin esto, ni Cisneros hubiera sido Cisneros; ni Teresa de Ahumada, Santa Teresa, ni Iñigo de Loyola, San Ignacio… Dios y audacia..!!!

(Camino, 11)

Apuré mi vino. Ya levantaban las mesas. Cuando pagué mi cuenta, el mesero pidió disculpas por sacarme de mi lectura. Para hacerlo cómplice de mi tardanza le dije:

_ Disculpe, estaba tan ensimismada leyendo, que se me pasó la hora. Pero le voy a contar la causa de mi demora…

Y junto con la propina le dejé el señalador que traía, con un tips de San Josemaria Escrivá de Balaguer que decía: “El mundo es de Dios, pero Dios se lo alquila a los valientes”

Pero no solo los santos han escrito sobre esta virtud tan comentada. Entre otros, Winston Churchill arengaba a sus soldados diciendo: “La primera cualidad que necesitan es la audacia”. Y Virgilio afirmaba: “La suerte ayuda a los osados”

Regresé caminando lentamente, descalza y extasiada, canturreando bajito una nana castellana. Hubiera querido que la noche no terminara.

Cuando llegué a la posada el sereno me abrió la puerta y me dijo:

_ Largo paseo se ha dado..!! veo por sus sandalias en mano que todo lo ha caminado…

Y yo le respondí:

_ Es que anduve, osadamente, de tapas con vuestra Santa…!!!”

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