¿Qué es la libertad?

Es difícil responder en pocos párrafos a una pregunta que ha mantenido comprometidos durante siglos a filósofos, pensadores, escritores, poetas, políticos, exponentes religiosos. No trataremos de dar una definición aquí. Nos limitaremos a hablar de un hombre que supo vivir con corazón libre incluso en una prisión inhumana, entre el desprecio y la tortura de sus verdugos.

Hablamos de Francois Xavier Nguyen Van Thuan, un sacerdote vietnamita que pasó 13 años (nueve en régimen de aislamiento) encarcelado -en condiciones indescriptibles- porque su predicación del Evangelio molestaba al régimen comunista. Liberado de su cautiverio en 1988, murió como arzobispo y cardenal en septiembre de 2002. El 4 de mayo de 2017, la Congregación para las Causas de los Santos reconoció sus virtudes heroicas.

Un nuevo amanecer

Su historia se cuenta en el libro Van Thuan. Libre entre rejas, de Teresa Gutiérrez de Cabiedes, de la que se desprende que los primeros meses tras su detención fueron una auténtica pesadilla para el sacerdote. No veía salida, su fe flaqueaba: el dolor, la desolación, el maltrato al que fue sometido le hacían desear la muerte.

Encerrado en una celda de dos metros cuadrados, aislado, a oscuras, sin agua fresca, sin ropa limpia, sin nada comestible de veras, ya no era él mismo: sólo quedaba de él un cuerpo deshecho, una mente poco clara, una vida terminal.

Sus perseguidores no querían matarlo (había especial atención en él), sino alienarlo, llevarlo a la desesperación, para que firmara declaraciones falsas sobre sí mismo y sobre la Iglesia. Se negaba, pero poco a poco, lentamente, se iba apagando, esperando solo el momento de la muerte, tan deseada.

Hasta que de repente, justo cuando estaba a punto de derrumbarse, lanzó un grito a su Dios desde el fondo de su corazón.

En la oscuridad pútrida de aquel sumidero, acurrucado, delgado, sucio y enfermo, una luz penetró en su alma. Tan nítida, tan fuerte, que le parecía haber entrado en el Paraíso.

En ese momento se inició un diálogo interior con su Señor, que lo llevaría a un giro de 180 grados.

Ese día, de hecho, comprendió que debía confiar, dejar que Dios se sirviese de él, incluso en una situación incomprensible y loca como la que estaba sufriendo.

La verdadera libertad es la del corazón

A partir de entonces, Van Thuan fue trasladado con otros reclusos a un campo de trabajos forzados.

La prisión se convirtió en su catedral; sus compañeros de prisión, su pueblo; los carceleros, en huérfanos a los que hacer saber que eran amados por un Padre celestial; el agua sucia de las jofainas, en fuente de vida para bautizar a aquellos que decidían unirse a Jesús gracias a su predicación clandestina.

Con su forma pura y sencilla de amar, a pesar de la angustia que se apoderaba de él a menudo, Van Thuan fue capaz de infundir valor en los que carecían de esperanza, de hablar de una profunda libertad desconocida para la mayoría, del perdón como única arma para vencer el mal. Animaba a todos a no perder el contacto con el Cielo. A creer en la vida eterna.

“Tengo conciencia, tengo alma: solo pueden tener mi cuerpo”, decía a sus compañeros, citando a un obispo martirizado por su fe.

“¿Por qué firmar una declaración falsa?”, se preguntaba. ¿Por qué decir que había puesto en peligro a su nación, cuando no era verdad? ¿Para salir de la cárcel y “vivir en libertad”?

La verdadera libertad, para él, era no traicionarse a sí mismo. Podría haber llevado una existencia tranquila fuera de allí, pero para hacerlo tenía que negar su sacerdocio.

No quiso. Prefirió aceptar la cárcel y permanecer ahí no como un desamparado, sino como un pequeño faro en la noche.

La luz brilla en la oscuridad

Mientras cumplía condena por crímenes no cometidos, Van Thuan salvó ahombres del suicidio, contó historias para hacer sonreír a sus compañeros, consoló lágrimas, abrazó a los afligidos, perdonó a sus perseguidores, absolvió los pecados de los corazones arrepentidos, consagró en secreto el pan y el vino (hábilmente pasados de contrabando como “medicina estomacal”) y se lo dio a sus hermanos cristianos.

En tiendas de campaña sin luz, él y sus compañeros adoraban la Luz del
mundo.

Los presentes, cristianos o no, percibían una nueva presencia ante esa Hostia. Como si donde la oscuridad era más espesa, la luz brillase más.

El aire cambió, la angustia se disipó, la paz descendió concretamente sobre esas personas desesperadas. Y muchos, que no creían, comenzaron a creer, llegando hasta pedir el bautismo, llegando incluso a agradecer haber estado allí.

¿Por qué leer esta historia hoy?

La pandemia nos ha puesto a dura prueba: duelo, miedo, crisis económica, soledad.

Vivimos como en prisión. Nos hemos cansados, hemos perdido la fe en el futuro, la esperanza. Y si el Covid no nos robó la alegría, otras prisiones de nuestras vidas nos sumieron quizá en la desesperación.

Con su ejemplo, Van Thuan recuerda que la verdadera libertad, la alegría de vivir, la confianza en el futuro, la capacidad de entregarse a los demás, son posibles incluso en circunstancias aparentemente desesperadas, porque dependen de la salud de nuestro corazón, más que de las circunstancias externas.

No hay recetas para ser auténticos, libres, pero podemos estar heridos y buscar la curación. Este libro ilumina, aporta valiosos consejos para curar nuestra interioridad y permanecer libres, incluso tras nuestras rejas.

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