«Si mirar el seno de otra mujer en el bar hace que tu marido vaya más contento al trabajo, ¿qué tiene eso de malo? Si contemplar un vídeo porno en Internet lo pone de buen humor, ¿por qué impedírselo? No te traiciona con una pantalla, ni con una mirada; deberías ser más flexible».

Dijo estas frases un psicólogo que trabaja en temas de terapia de pareja; o sea, una persona que, supuestamente, debería valorar la dignidad de la mujer y su relación con el hombre.

No todo el mundo estará de acuerdo con él; probablemente muchos de sus colegas disentirán, pero es un hecho que hay especialistas con tales ideas, y personas normales que aceptan, sin ningún tipo de escrúpulo, el vicio o, mejor dicho, la lacra social, de la pornografía.

Sí, lacra social, porque la pornografía es mucho más que un vicio. La pornografía implica un modo distorsionado y malsano de abordar al otro sexo, de enfocar la relación hombre-mujer.

No se puede defender una práctica que convierte a la mujer en un maniquí, una persona sin rostro.

No cabe pensar que se ayuda a una pareja a recuperar su relación diciendo a la mujer que ha de «soportar» que el marido mire a otras mujeres y, sobre todo, que las mire como objetos de placer y no como seres humanos que debe respetar. Y los motivos son muchos.

Ya hemos hablado de la pornografía como enfermedad, como obsesión que destruye a quien la consume y a los matrimonios, porque “levanta muros” entre los cónyuges.

Pero ¿qué pensaríais si la pornografía favoreciera también comportamientos violentos o fuertemente denigratorios de la mujer?

Pornografía y violencia contra las mujeres: una relación concreta

Como se explica en el artículo ¿Hay una relación entre consumo de pornografía y violencia? Veinte años de investigación dicen que sí (analiza el vínculo entre porno y violencia de un modo claro y detallado), los estudios revelan que existe una conexión entre el consumo de material porno y esa lacra social de la violencia contra la mujer.

El artículo incluye datos tan útiles como alarmantes recogidos por la Asociación FightTheNewDrug.org (que estudia el impacto de la pornografía en la persona, en las relaciones y la sociedad, y propone vías de curación). Pues bien, una investigación desarrollada en 2010 examinó el contenido de los 50 vídeos porno más vendidos; en 304 escenas de sexo, el 88% incluía violencia física, y la mitad, violencia verbal; sólo una de cada 10 escenas no contenía ningún tipo de agresión. En el 95% de las escenas de violencia, las mujeres respondían a las agresiones con sumisión y sonrisas.

En suma, estos vídeos presentan hombres violentos y mujeres humilladas pero contentas, favoreciendo en el espectador la idea perversa de que la violencia dentro de una relación íntima es normal e incluso positiva. Y se descubre algo dramático: el porno tiene la capacidad de dañar el cerebro, creando una asociación fortísima entre violencia y excitación sexual.

La realidad confirma que muchas violaciones son cometidas por personas que consumen material porno.

No es ningún “pasatiempo inofensivo”

Se podría pensar que el porno favorece la violencia contra las mujeres por el hecho de que, acercándose a ciertos contenidos, se termina por ver a la mujer como un objeto, es decir, sin libertad merecedora de respeto ni dignidad personal. Porque con un objeto se puede hacer lo que se quiera.

Ya esto, desde luego, sería motivo suficiente para poner en guardia a los jóvenes sobre la utilización de material pornográfico. Lamentablemente, el problema es mucho más serio, pues al analizar los contenidos de los vídeos, se observa que exaltan la violencia como si fuera un elemento erótico casi imprescindible.

La lucha contra la pornografía es parte de la lucha contra la violencia

Los problemas de la violencia de género y los asesinatos de mujeres están muy presentes en nuestra sociedad, donde se busca cada vez más afirmar la igualdad de los sexos y defender los derechos de cada persona, independientemente de sus características.

No es difícil, pues, sentir indignación cuando los medios de comunicación informan de un nuevo caso de agresión de un hombre contra una mujer.

Y son muchas las iniciativas encaminadas a defender a las víctimas de violencia de género, o a prevenir este tipo de situaciones. Asociaciones, centros de acogida, fuerzas del orden, personas que trabajan en el ámbito jurídico, tratan de ayudar a las mujeres para que denuncien a sus potenciales asesinos y a sus maltratadores, y contribuyen a mejorar las
eyes para que la mujer tenga la mayor seguridad posible.

También en el campo de la comunicación hay gran actividad. Pensamos en los eslóganes que vemos en las ciudades: «Hay un único modo de cambiar un novio violento: cambiar de novio», «si te golpea, no te ama», «No dejes mañana a un hombre que debes dejar hoy». Son solo algunos de los mensajes que se repiten en el metro o en el autobús. Sin contar el número de actrices y showgirls famosas que toman posición en defensa de las mujeres que sufren abusos. Sin duda, todo esto favorece un cambio positivo de la cultura.

Sin embargo, debemos tomar nota de que, junto a estas excelentes iniciativas, en nuestra sociedad coexisten comportamientos -tolerados o, incluso, promovidos, como se ve en el caso del psicólogo citado-, que denigran a la mujer y favorecen la opresión del hombre sobre ella. Como sucede con la pornografía.

Luchar contra la pornografía significa, pues, luchar contra la violencia.

Subrayar la intimidad para reducir los casos de violencia

No podemos ser paladines de la defensa de las mujeres, y bromear luego, o cerrar los ojos ante una práctica tan estrechamente relacionada con el fenómeno de la violencia de género.

No podemos calificar de “exageradas” a las mujeres que no aceptan componendas, que quieren el porno muy lejos de su matrimonio.

No se puede educar a los jóvenes en el respeto de la mujer si no rechazamos con energía todo cuanto favorece las agresiones.

No basta publicar mensajes ni estigmatizar a los violadores; no es suficiente reformar las leyes: es indispensable que, desde la educación, se valore la afectividad, y se rechace lo que la ensucia.

De algunos fenómenos, especialmente si son grandes y complejos, sólo suele advertirse lo más evidente, y es difícil llegar a las raíces.

Pero recordemos que del iceberg se ve sólo la punta, y el resto permanece escondido en el mar.

Y, precisamente, el hielo que no se ve es el que hunde los barcos.

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