Temptation Island, el reality que globaliza la deseducación del amor
En Italia ha concluido la edición Vip del programa Temptation Island, que retoma un formato televisivo estadounidense lanzado en 2001, en el que varias parejas de novios deciden vivir separados durante unas semanas, normalmente en centros turísticos más o menos exóticos, exponiéndose a la “tentación” de sirenitas y sirenitos contratados precisamente para poner a prueba el índice de estabilidad de la relación.
El programa, que con escasas modificaciones ha estado en antena en muchos países europeos, ha conseguido una audiencia creciente, sobre todo e Italia y en el Reino Unido, donde las últimas ediciones obtuvieron porcentajes enormes de share, y son las favoritas de jóvenes y adolescentes.
Los autores italianos del programa lo han definido como docu-reality, una especie de “experimento sociológico”, por el cual los participantes pueden llegar a la esencia del vínculo que les une a su pareja. Un objetivo que después, sobre el terreno, es decir, episodio tras episodio, parece excesivamente pretencioso. Y esto, porque de reality tiene muy poco; en realidad, si nos referimos a las parejas, quizá ni siquiera éstas existen. En más de una ocasión, los espectadores y los críticos se han preguntado hasta qué punto esas parejas son reales, o más bien han sido creadas ad hoc por los autores, para reproducir diferentes tipos de relaciones, de situaciones, que puedan atraer la atención del público.
¿Ficción o realidad?
¿Las parejas son auténticas? O, al menos, ¿van en serio? El dilema se repitió cada temporada y no se ha resuelto, porque, por un lado, en los espectadores se insinuaban sospechas, basadas en cotilleos, investigaciones cruzadas sobre la vida de los participantes antes y después de la transmisión; y por otro, los autores se defendían, asegurando que todo es verdad. Todo es… un verdadero reality. Se trata de un espectáculo construido con imágenes, moviola, música y textos de los realizadores. Las personas se convierten en personajes, como sucede en todos los reality, pero lo más evidente aquí es que el guión es más que un puro marco conductor para los personajes, y el relato está organizado de modo que todo confirme el prototipo, la idea del personaje construida a posta: el latin lover, la joven que sigue siendo una chiquilla, etc.
Lo que más hace pensar es precisamente el “realismo” representado. Y, sobre todo, que los jóvenes crean que estas situaciones suceden y que, además, son normales. Hace reflexionar que los chicos tuiteen y retuiteen comentando las escenas, que publiquen en red las ocurrencias de los protagonistas, convirtiéndolas en trend topics mientras se emite el programa y durante los siguientes días.
Se considera realista que una relación de pareja pueda ser representada a través de peleas sobre derechos y deberes, que pueda vacilar simplemente por el paso de un bikini exagerado, o la exhibición de una “tortuga”; o que un vínculo fuerte como el que debería unir a una pareja se pueda disolver por efecto de un masaje más o menos hot; de una frase amable apenas susurrada; de un ramo de flores inesperado, pero aceptado; un abrazo demasiado estrecho, “consentido”, “porque yo valgo”, “porque yo me lo merezco”. Reiterada, esta frase testimonia que, aparte de las promesas del format, lo que está en escena no es la pareja, sino el individuo, completamente centrado en sí mismo, en sus exigencias y sus necesidades, mientras que la pareja ni siquiera aparece como telón de fondo.
En primer plano no aparece el vínculo que une, sino la cadena que oprime.
Temptation Island: en escena el individuo (no la pareja) También hace pensar que , en la representación de la pareja, lo que se pierde es precisamente la belleza de la relación, mientras que emergen celos, individualismo, egoísmo, unidos por una búsqueda hedonista de la felicidad.
Todo esto, condimentado con imágenes fascinantes, paisajes paradisíacos, lugares bellísimos, y protagonistas especialmente atractivos.
Y en el caos final, ante los escombros de sentimientos humillados y heridos, vence la emoción. Después de haber visto los vídeos que muestran a ella o a él con el tentador o la tentadora de turno, muchas veces las parejas deciden separarse, y suelen hacerlo después de insultarse a fondo, con amargura y resentimiento, a pesar de los intentos de hacer de consejero del presentador. El share crece con las peleas, aumentan los tuits con guiños y traiciones, con chismes e improperios de todos contra todos, que automáticamente saltan a la web. Y a fin de cuentas, además de los porcentajes de share, del análisis sobre el tipo de público, del contenido y los temas que caracterizan los intercambios interactivos, se impone pensar que programas como Temptation Island transmiten una idea de la pareja muy distante de la realidad, tanto de lo que de hecho es una relación de pareja, como también de lo que debe ser una verdadera relación de amor, capaz de funcionar y resistir en el tiempo y en el espacio.
Que a los jóvenes les atraen estas transmisiones, es un dato de hecho; además, como confirman los análisis de los fans en el Reino Unido, el programa es seguido también por un público de nivel cultural bastante elevado.
Las motivaciones que los espectadores esgrimen hablan de puro deleite y simple diversión.
Pero mientras tanto, “pasa” una cierta imagen de la pareja, de la relación y la gestión de sentimientos y emociones centrada sobre el yo y la afirmación de las necesidades de cada uno.
Todo esto se condimenta con salsa trash y vulgar, con los modales, los comportamientos, el lenguaje de los protagonistas, no solo por la ropa y el ordenador super reluciente que -en la edición italiana- se utiliza para visualizar los videos de los distintos personajes.
Temptation Island: cuando la imagen del verdadero amor se falsea
Se trata de un programa bastante simple, y también relativamente barato, a pesar de que en el Reino Unido se ha demostrado que el vencedor de la serie gana más que un joven profesional con carrera universitaria. Y que hace ganar mucho dinero a la cadena televisiva gracias, por supuesto, a la publicidad. Y a la vez, contribuye, en un escenario global, a transmitir una idea de la pareja basada exclusivamente en la emotividad y el placer.
Mientras que el verdadero amor -que debería ser objeto de la investigación, como recuerda el título de la programación en el Reino Unido (Love Island) y de la primera edición italiana ( Amor verdadero)-, sigue siendo el único verdadero náufrago de la situación, hundido y huido por causa de los egoísmos y las recriminaciones.
Archivada la edición Vip italiana, se piensa ya en nuevas programaciones. Se habla de un retorno del programa en los Estados Unidos, y de una versión alemana, anunciada como un remake del formato original americano.