“Los padres deben tener el coraje de conocer y entrar en el mundo de los medios de comunicación. No hay otra alternativa, los hijos ya lo están”

—¿La familia en crisis o la familia como una oportunidad?

La familia es, siempre y sin duda alguna, una oportunidad y un recurso.

Formar una familia responde perfectamente al deseo humano de construir una pertenencia profunda, un lugar donde se tiene la certeza de ser y de poder amar, tanto como para constituirse como un lugar de excelencia para el desarrollo de las cualidades fundamentales del ser humano, y también de la convivencia social. Por lo tanto, la familia no es una superestructura, sino que es la cuna de la humanidad. Necesitamos creer en la familia, que es lo que Juan Pablo II ha pedido en repetidas ocasiones durante su pontificado. Aunque hoy en las familias existe mucha fragilidad, la familia sigue siendo el lugar bueno donde hacer crecer y educar a los hombres y mujeres.

—¿Construir una familia no es de super-héroes?

Hoy, en Italia, construir una familia es, sin duda, una empresa heroica, porque constituir una nueva familia suma dos situaciones de partida difíciles en sí mismas: ser joven y originar un hogar. No es fácil en Italia ser joven. Nuestro sistema educativo, laboral y de welfare penaliza fuertemente a los jóvenes. Además, la familia no es una opción promovida por el contexto social. Hoy a dos jóvenes que dicen «Nos casamos dentro de 6 meses», se les replica «pero, ¿quién os manda hacerlo?»

—¿Y entonces…?

Hace años no era así. Hay que redescubrir el desafío fresco y alegre de realizar un proyecto juntos y para siempre. Hoy en día formar una familia no es fácil porque es una empresa que se debe vivir en un clima de cinismo que deja solos a los esposos. Se trata efectivamente de un heroísmo, pero de un heroísmo consciente y sin dramatismos y que debe ser capaz de presentarse como «normal» y, al mismo tiempo, “cautivador”, un heroísmo para hombres y mujeres reales.

—A menudo los padres ven que una parte de su función educativa ha sido secuestrada por los medios de comunicación. ¿La pueden recuperar?

Los padres se encuentran en gran dificultad por la responsabilidad educativa en cuanto tal, con o sin los medios de comunicación. La dificultad radica en el mismo hecho de ser padres: decir sí o no, tener autoridad y ejercitarla. En general, el contexto actual no facilita el desarrollo de la autoridad paternal, porque generalmente se niega el concepto de «respeto de la autoridad». Por otra parte, hay que recordar siempre que amar el destino de los hijos no significa dejarles solos, sino que más bien significa entrar en sintonía con ellos, orientarles y hacer madurar sus talentos hasta que sean autónomos. La autoridad, por lo tanto, es uno de los códigos fundamentales de la educación y como tal debe recuperarse.

—¿Autoridad como educación?

Digo autoridad, no autoritarismo, porque los dos términos son claramente distintos; pero debemos tener claro que el papel de los padres es radicalmente diferente del de los hijos. Ser padres comporta el ejercicio de una responsabilidad asimétrica, no democrática, que genera un desequilibrio de poder. Se trata de ejercer una responsabilidad precisa y directa con respecto a los propios hijos, que no son otra cosa que el fruto del amor conyugal.

—¿Se pueden combinar el amor y la autoridad?

Se trata de amar al propio hijo no sólo porque es «otro respecto a ti”, sino para hacer que se convierta en autónomo, educarlo en el respeto de la verdad y en la capacidad de encontrar y conocer la realidad como «algo distinto de sí”, como un don. Amar, por lo tanto, implica incidir positivamente en el desarrollo de los hijos, negociando constantemente con su libertad. Existen dos palabras claves vinculadas entre sí en este contexto: autoridad y responsabilidad. La autoridad implica ejercer un juicio sobre el bien y el mal, evitando el autoritarismo o el extremo opuesto, es decir la renuncia a la responsabilidad del juicio, en favor de un «laissez faire» en apariencia políticamente correcto, que desemboca en un rendirse del adulto frente a su responsabilidad educativa.

—¿Cuál es la idea de la familia que presenta la opinión pública?

En la opinión pública se presenta una «no idea», de hecho es uno de los temas más difíciles de discutir. La idea de familia se deja en manos de la autodeterminación de los individuos, ya que cualquier forma de convivencia se ha convertido en una familia. En cambio, la familia como buena noticia, no sólo cristiana, es el encuentro amoroso y pacífico de un hombre y una mujer abiertos a la vida, que asumen la responsabilidad y por lo tanto educan y, al hacerlo, construyen la sociedad.

—¿Cuáles serían los elementos claves del concepto familia?

Existen cuatro elementos de la identidad antropológica de la familia: la relación/alianza entre la diferencia sexual (es la gran idea del Génesis, que afirma que la imagen de Dios reside precisamente en esto: «hombre y mujer los creó, a su imagen y semejanza»); la capacidad generativa; la responsabilidad educativa y la responsabilidad social. Desde el punto de vista eclesial, podríamos añadir la responsabilidad de construir la Iglesia.

—¿Cuáles son las necesidades más profundas de la familia que los medios de comunicaciónno muestran de modo fidedigno?

La primera gran necesidad de la familia, que los medios de comunicación no cuentan, es la necesidad de verdad y amor en las relaciones dentro de la propia familia. Hoy en día la familia debe seguir los frenéticos ritmos de vida impuestos a todos sus miembros por parte de una sociedad llena de actividades y compromisos, y el riesgo que se corre es que en medio de esta congestión de compromisos se deje de lado el amor. Lo más importante es ser feliz en tu propia casa, con las personas que cada uno de nosotros ha escogido como compañeros de vida. Ser una familia no es una garantía automática de felicidad. La felicidad dentro de la familia es una aspiración y una tarea que cada uno de nosotros construye durante toda la vida, día tras día.

La segunda gran necesidad, que es difícil verla, es la necesidad de apertura y de compartir que cada familia tiene. La familia que se encierra en los confines de su propio casa o hábitat es una familia que vive mal; por el contrario, la apertura a otras familias es un mandato social inherente al «construir una familia». A menudo, al final de los cursos de preparación para el matrimonio la verdadera pregunta es: “¿dónde estos dos encontrarán compañía?», “¿quién les estará cercano, con el apoyo y la amistad, en el lugar donde han decidido ir a vivir?”.

—¿Existen otras necesidades?

Una tercera necesidad de la familia se refiere al discurso público sobre la familia. Si vives en una sociedad donde la familia se presenta como un nido de víboras, un lugar de violencia o una serie de relaciones que aprisionan, entonces es difícil tener un modelo positivo.

Por tanto, es apropiado pensar en la forma de presentar la familia de una manera positiva, como una «buena noticia». Hay muchas familias felices, aunque con dificultades y limitaciones, pero felices de verdad, que no aparecen en los medios de comunicación y en las series de televisión. Ya solo en el contar cómo los jóvenes de hoy tratan de construir una familia hay algo de positivo, una representación de ese ideal que se desea alcanzar.

—¿Es tan difícil educar en un contexto mediático?

Hoy más que ayer, la familia no es la única que educa, aunque en el fondo siempre ha sido así. En la actualidad el contexto social es especialmente incisivo, de gran alcance, y la distancia entre generaciones se define por su relación con el mundo de los medios de comunicación. Los padres de hoy en día están en la primera línea de este cambio y se encuentran en una etapa crítica, sobre todo por el poder de los nuevos medios, que llevan a la gente a vivir en un mundo completamente virtual. Los padres deben ser conscientes de que los medios de comunicación son una oportunidad, pero también un riesgo. Deben tener el coraje de conocer y entrar en este mundo.
No hay otra alternativa, los hijos ya lo están.

—¿Algún consejo práctico ?

Tal vez la clave es evitar el aislamiento de los hijos frente al ordenador o a las consolas de videojuegos y hacer de ellos un espacio educativo propicio para todas las circunstancias. Por ejemplo, decidir que en casa haya sólo un ordenador, que se encuentre en una sala común (un poco como se sucedía hace tiempo con la televisión), donde se comparte, donde se acompaña y se crece juntos, ayuda a ejercer la libertad.

En otras palabras, hace falta buscar espacios donde se pueda educar en el uso responsable de los medios de comunicación. Un idioma se aprende en compañía, y muchos jóvenes todavía están aprendiendo el alfabeto intelectual del mundo virtual: aunque saben cómo funcionan los programas desde el punto de vista técnico, sin embargo, desconocen los matices de una lengua formada por actitudes éticas, elecciones relacionales, de valores que inciden profundamente. Están inmersos en un lenguaje mediático que los introduce de repente en un contexto cultural global, donde los conceptos como amistad, trabajo, amor, familia, Dios, han sufrido muchas presiones ideológicas, y esto crea una confusión de valores muy difícil de contrarrestar.

Por tanto, es necesario que nuestras familias puedan llegar a ser lugares de experiencia y de testimonio de la belleza de estar juntos, de los vínculos familiares, de la alianza de la pareja y de la familia; solo así nuestros jóvenes sabrán gobernar los nuevos medios y las nuevas relaciones que están conectadas con ellos, y no ser gobernados más bien por aquellos que los poseen, como desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia.

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