Nicholas Carr. The Shallows. What the Internet Is Doing to Our Brains, Norton, New York 2010.

En inglés el término “shallows” se utiliza para denominar las aguas poco profundas, zonas de bajío cercanas a la costa. Aplicado a determinadas actividades (como el uso de Internet), objetos o personas, implica un sentido de “superficialidad”, “carencia de profundidad”, “inconsistencia”. Carr pretende precisamente afrontar un problema que se está planteando con mayor frecuencia conforme se extiende el uso de Internet, siguiendo una idea de McLuhan “Los efectos de la tecnología no se producen a nivel de opiniones o conceptos” sino que alteran “establemente y sin ninguna resistencia los procesos de percepción” (p.3).

Si la lógica de la web implica una multifuncionalidad no lineal, si la lógica de Internet está más relacionada con el almacén y distribución de ingentes cantidades de información que con la valoración y calidad de ésta, si la accesibilidad y la conexión potencial con un creciente número de personas se convierte en un valor absoluto, si el tiempo que pasamos on-line empieza a ocupar partes consistentes de nuestra jornada, si la conexión permanente on-line lleva a un cultivo unidireccional de nuestra inteligencia… Todo ello, ¿cómo está afectando a nuestras capacidades intelectuales?

Carr no es un profesor universitario, pero sí un experto en las implicaciones sociales y económicas de Internet, antiguo editor de Harvard Business Review y consultor de la Mercer Management Consulting, además de autor de otros dos libros sobre el influjo de Internet. En diez capítulos trata de analizar el problema desde una amplia perspectiva, teniendo en cuenta investigaciones muy variadas, desde la neurología hasta la ingeniería informática o la psicología. En los cuatro primeros capítulos (Hal and me, The Vital Paths; Tools of the Mind; The Deeping Page), el autor trata de explicar que, de acuerdo con importantes estudios médicos, la mente humana no es estática sino que a lo largo de la vida de las personas está en condiciones de enriquecerse con la incorporación de nuevos hábitos intelectuales, cambiar los modos de razonar o empobrecerse. Al mismo tiempo, desde el punto de vista biológico, está en condiciones de crear nuevas conexiones neuronales, llegando a emplear (en función del trabajo o de la actividad vital) determinadas partes o potencialidades del cerebro, y dejando a un lado otras.

En el pasado, el descubrimiento y la difusión de nuevos medios de comunicación no sólo ha supuesto la llegada de un instrumento de conocimiento sino que ese instrumento ha originado cambios decisivos.
La invención de la imprenta y la consiguiente difusión del libro, sostiene el autor, ha enriquecido la humanidad, ha generado una mayor capacidad de concentración, de análisis lógico, una mayor difusión de la ciencia, la cultura , el entretenimiento y, sobre todo, un nuevo modo de pensar, de afrontar el mundo, de hacer avanzar la ciencia, de utilizar la memoria. La llegada de nuevos medios, como el periódico, la radio o la televisión, no han suplantado al libro, pero han influido también en el modo de analizar el mundo, en la organización de la vida y de la diversión de las personas, en el trabajo. Al nacer y crecer, cada uno de ellos ha generado unas expectativas y ha establecido nuevas relaciones con los medios ya existentes, creándose un tipo de sinergia creativa e innovadora. Una vez incorporados socialmente, esos medios han generado hábitos intelectuales en las personas y estilos de vida diferentes, también influidos por otros adelantos en el campo de la electricidad, de los automóviles, de la electrónica…

Tras una primera parte centrada en el impacto social que históricamente han generado algunos adelantos tecnológicos, Carr dedica los cuatro capitulos sucesivos (

The Deepening Page, A Médium of the Most General Nature, The Very Image of a Book
) a explorar cómo un nuevo medio, Internet, no sólo es un medio, un instrumento, sino un motor de cambio social y cultural. El autor constata que el desarrollo tecnológico y la difusión del uso de Internet, por su extrema conveniencia práctica, ha creado cambios decisivos en las vidas de las personas, en el modo de realizar el trabajo, de relacionarse y de compartir conocimientos. El entusiasmo existente en torno a los permanentes avances tecnológicos, sin embargo, está impidiendo constatar que la tecnología enriquece o empobrece en función de cómo viene utilizada. Junto a estupendas nuevas potencialidades que extienden las capacidades de acción de las personas se está empezando a constatar que las nuevas generaciones embebidas y educadas en la red tienen una menor capacidad de concentración, se encuentran mejor preparadas para actividades multi-funcionales que exigen acciones puntuales rápidas y análisis superficiales, desarrollan una lógica ligada al modo de presentarse las pantallas digitales y a la capacidad permanente de relacionarse instantáneamente con otras referencias o fuentes de información.

Este modo de razonar “on-line”, es diferente al modo tradicional de razonar, donde el peso de la argumentación y los desarrollos lógicos lineales favorecían la creación de esquemas mentales. El razonamiento “on-line” parece ser que ejercita la memoria a corto plazo y desarrolla un tipo de pensamiento no lineal, porque se basa en la permanente posibilidad de completar y contrastar lo que se lee, se ve o se escucha, lo cual genera potenciales interrupciones, la necesidad de valorar cada una de las nuevas posibilidades que se ofrecen y decidir cómo responder a ellas (imágenes, sonidos, links, sms, alertas de nuevas informaciones o de actualizaciones de páginas web…). Todo ello provoca una distracción frecuente o interrupciones en la lógica de pensamiento, que es parte del sistema porque algunas empresas obtienen sus beneficios en función de esas “digresiones”, de cuántos anuncios publicitarios o cuántos links vienen “clicados”, no en función de la profundidad de pensamiento que generan determinadas páginas web. Incluso es preocupante el modo en el que algunos líderes e investigadores de las empresas informáticas piensan que las máquinas harán inservibles los libros y llegarán a ser un complemento irrenunciable de la mente humana, con mayores capacidades que ésta en todos los sentidos.

La lógica de los buscadores de Internet, el papel de la memoria en las tareas intelectuales realizadas con los ordenadores y algunos aspectos humanos de la relación con las máquinas, son los temas analizados en
los tres últimos capítulos ( The Church of Google, Search and Memory, A Thing Like Me).
Carr sostiene que el sistema creado por Google deja a un lado aspectos humanos que son muy importantes para el trabajo intelectual. La calidad de determinados links del web, defiende Carr, no pueden ser valorados por algoritmos matemáticos. Por este motivo, no comparte la tendencia absolutista de algunos autores que piensan que el desarrollo de los sistemas de software provocará la sustitución de las personas por parte de las máquinas en una gran parte de las tareas humanas y que la lógica de los buscadores como Google llegará a ser el sistema dominante en casi todas las áreas de la vida social. En el fondo, piensa Carr, un sistema tan agresivo acabaría por automatizar las actividades intelectuales y empobrecerían la reflexión y la creatividad porque el medio influye decisivamente en el mensaje, no sólo en su forma, sino en su contenido, como muestra el éxito conseguido por algunas novelas en Japón que han sido escritas con el lenguaje sms de los teléfonos móviles. El medio no es sólo un medio sino que da una parte de su forma esencial al mensaje y al mismo tiempo desarrolla determinadas capacidades intelectuales, influye en el modo de pensar. Así lo expresaba Walter J. Ong, en una frase que viene recogida en el libro: “Las tecnologías no son meras ayudas externas sino también transformaciones de la conciencia interior, especialmente cuando afectan a la palabra” (p. 51).

El autor defiende la particularidad de la memoria humana, que no puede ser reducida a categorías cuantitativas o de espacio físico para contener cantidades de información. La memoria humana es mucho más compleja que la de los ordenadores no sólo por su funcionamiento desde el punto de vista biológico, por el tipo de información o por la cantidad sino porque está ligada a la existencia de personas, son una parte importante de las experiencias humanas y una fuente de creatividad. La capacidad de tener acceso en red a todo aquello que se pudiera necesitar ahorraría el ejercicio de un tipo de memoria mecánica, muy útil para determinadas tareas, pero incapaz de sustituir experiencias personales pasadas que ayudan a elaborar juicios de valor y puntos de vista sobre la propia existencia y sobre las decisiones vitales.

En su último capítulo el autor explica que parte del atractivo que tienen los ordenadores cuando nos relacionamos con ellos es que reflejan una cierta dimensión humana, la de las personas que las diseñaron. Ese atractivo tecnológico de un medio diseñado para servir a los usuarios puede generar en éstos de que el medio tome determinadas decisiones por ellos, acabando por aprisionar la humanidad de quienes los utilizan e imponer una lógica y un modo de actuar que es muy eficaz para determinadas actividades, pero no para otras. El camino aparentemente más fácil y directo no siempre es el más conveniente para llegar a un determinado punto.

En el fondo Carr no es contrario a Internet o a los adelantos tecnológicos que han supuesto posibilidades gigantescas para incrementar y compartir el conocimiento, simplificar actividades o para relacionarse con las personas (e-mail, blogs, alertas, hiperlinks, twitter…). Él mismo se declara dependiente de todo ello y afirma que no es posible volver atrás, pero al mismo tiempo pone en guardia sobre los efectos que generan a largo plazo el exceso de actividad y la falta de reflexión o el poco uso de algunas capacidades mentales. Coincide con Weizenbaum en que la clave para incorporar los nuevos medios sin perder capacidades es no confiar a las máquinas “tareas que requieren sabiduría” (p.224), a pesar de que aparentemente eso ahorre esfuerzo. Una vez se delega en las máquinas esas tareas es muy difícil volver atrás y recuperarlas.

Entre las limitaciones de la obra se podría señalar que, para defender la propia posición o ilustrar la contraria ,se citan muchos autores, profesores universitarios o directores de proyectos de investigación, blogs, estudios, dirigentes de empresa, revistas de información general o especializadas generándose a veces cierta confusión en el razonamiento, especialmente porque se tiene la impresión de que todas esas fuentes, siendo muy heterogéneas, vienen tratadas del mismo modo.
Por otro lado, hay tantas referencias particulares a episodios históricos y literarios concretos o a estudios científicos, que algunas importantes ideas de fondo quedan como relegadas a un segundo lugar, aunque el autor las repita a lo largo del libro desde distintas perspectivas. En este sentido, la primera parte, que es más histórica, proporcionalmente es quizá excesivamente larga para la aportación que realiza.

Se podría afirmar quizá que, en realidad, Carr no realiza ningún descubrimiento novedoso, pero la verdadera aportación de la obra es que ofrece, en forma de ensayo, argumentos convincentes para entender que los efectos de Internet son mucho más profundos de lo que aparentemente se piensa. Es un autor que tiene la valentía de ir contracorriente y, a partir de los efectos que empiezan a constatarse a nivel educativo, afirmar que una cierta concepción de la tecnología actual, absolutista y agresiva, puede empobrecer el género humano.

El libro nos parece muy interesante para todos aquellos que estudian temas de familia y educación relacionados con Internet porque las ideas que se proponen valoran la profundidad antropológica de la persona, subrayando al mismo tiempo las dimensiones biológicas y neuronales del cerebro humano. Carr recoge algunas ideas y citas muy interesantes de autores literarios y profesores de comunicación, así como estudios importantes de centros de investigación universitarios que en el fondo describen esa dualidad material-espiritual de la persona aunque no la nombre explícitamente. En el fondo el autor es consciente que los adelantos tecnológicos tienen un precio y se pregunta cuál es el precio que estamos pagando por Internet. Si delegamos en la tecnología actividades propias del hombre el precio será demasiado alto y se producirá un empobrecimiento intelectual.

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