Resulta gratificante encontrar de vez en cuando en el panorama televisivo actual, tan saturado de programas insustanciales, una serie de ficción como Perdidos (Lost), que por lo menos ha tenido el mérito de traer a la pantalla cuestiones tan interesantes como el destino y la identidad del hombre, su responsabilidad ante los actos libres, el sentido de culpabilidad, la posibilidad de redención (con una dimensión religiosa bastante explícita, si bien políticamente correcta).

Desde 2004 hasta 2010, esta producción de la Walt Disney para la cadena norteamericana ABC, ha tenido “atrapados” en una isla del Pacífico, junto a los 48 supervivientes de un accidente aéreo, también a millones de espectadores de más de 200 países, y ha originado innumerables debates o artículos -en Internet, congresos, etc.- e incluso más de una docena de libros monográficos, firmados no sólo por aficionados o críticos profesionales de televisión, sino también por sociólogos o filósofos.

Algunos de estos estudios han mostrado su decepción ante el elevado número de cuestiones que los guionistas dejaron sin respuesta. Y no precisamente por falta de tiempo, ya que la serie se alargó mucho más de lo previsto en el proyecto original, sino de modo totalmente voluntario, como ellos mismos han explicado en distintas entrevistas.
Otros estudios han alabado la genialidad y la abundancia de decisiones creativas, e incluso han buscado conexiones y referencias a las temáticas míticas, religiosas o antropológicas más variadas.

Los mismos títulos de los libros publicados hasta ahora ayudan a valorar el tipo y el tono de las reacciones a este fenómeno mediático:

The myth of Lost, Lost and Philosophy, The search of meaning, The Gospel according to Lost, Lost e i suoi segreti, La filosofia di Lost, Pensare Lost: l’enigma della vita e i segreti dell’isola,
por citar sólo algunos. No menciono los artículos en revistas del sector o de cultura, aún más numerosos.

Añado al conjunto una reflexión más acerca de este fenómeno global por varios motivos. Por una parte, porque la serie aún se sigue viendo: tanto a través de internet, como de los DVD de recopilación puestos a la venta, como de los nuevos canales de televisión digitales, ansiosos de contenidos (de hecho, numerosas cadenas en todo el mundo siguen retransmitiendo segundos o terceros pases de los distintos episodios de la serie, con audiencias discretas). Por otra, porque muchas de las cuestiones planteadas tocan de cerca asuntos relacionados con la familia. También, por último, porque se trata de una de las pocas series de calidad, dirigida tanto a jóvenes como a adultos (no se recomienda, en cambio, para un público infantil).

Se ha elogiado frecuentemente el atractivo que presenta esta serie gracias a su originalidad estilística y narrativa: el recurso habitual, pero bien dosificado, a los flashbacks de la vida pasada de los náufragos (con los errores que han cometido en su vida), así como la mezcla de géneros que contiene (es un thriller-mystery, pero con bastantes elementos dramáticos y románticos, junto con toques de comedia y aventuras). Pero junto a estas cualidades, no se debe pasar por alto que, a diferencia de la mayoría de las series de éxito internacional, en ésta no abundan los contenidos sensuales, a excepción de alguna escena breve aislada, a partir de la tercera temporada. Y además, en general, el mal moral (las infidelidades conyugales, la mentira, el egoísmo, etc.) es presentado como mal, como algo perjudicial para la persona y para la sociedad.

El mérito, lógicamente, hay que buscarlo en el buen hacer de los autores, sobre todo de los creadores y principales guionistas: Jeffrey Jacob Abrams, Damon Lindelof y Carlton Cuse. No resulta fácil mantener
un nivel alto de calidad y coherencia narrativa cuando se han visto obligados a escribir 120 episodios de casi una hora cada uno. Además, me parece interesante señalar que esos mismos autores han reconocido sin ninguna vergüenza las influencias que sus vivencias personales han tenido en su tarea creativa: sus convicciones religiosas (judeo-cristianas), sus propios conflictos familiares, etc.

Remito a este respecto a las entrevistas recogidas en Carlo Dellonte e Giorgio Glaviano, Lost e i suoi segreti, Dino Audino Editore, Roma, 2007.

Así, resulta interesante que una de las interpretaciones recurrentes, ofrecidas por los fans de la serie, haya sido que la isla donde los náufragos han pasado estos seis últimos años es una metáfora del purgatorio: ahí las culpas pasadas reaparecen o se ponen en evidencia, junto con otros peligros no menos angustiosos. O, igualmente, la isla podría ser una metáfora del mismo Dios (o de una divinidad compatible con las religiones monoteístas), que ayuda a los protagonistas a aprovechar su aislamiento para afrontar sus errores y sus complejos, para abandonar su excesiva racionalidad o su individualismo radical. Los autores no han querido pronunciarse acerca de estas y muchas otras elucubraciones en busca de sentido. Han declarado que preferían que cada espectador reflexionase por su cuenta y que sacara las consecuencias oportunas. Pero es indiscutible que la serie ha planteado con una cierta hondura estas cuestiones, y lo ha hecho de un modo agradable y eficaz: mediante la puesta en escena de historias humanas fuertes, verosímiles, con personajes muy variados y de carácter bien definido. Este último aspecto, según los autores-guionistas, es fundamental para el éxito de una serie de larga duración, porque de esta forma se implica más fácilmente al espectador: no sólo se interesa por lo que ocurrirá (o ha ocurrido) sino que tiende a identificarse con alguno de esos personajes, a solidarizarse con sus defectos, a admirar sus esfuerzos por superarlos, a convertirlo en una especie de héroe moderno.

Con la peculiaridad de que las acciones que se representan -sobre todo en los flasbacks que recogen la vida reciente de los náufragos- pertenecen, por desgracia, a una realidad muy presente en la sociedad actual: discusiones graves en familia, faltas de honradez en el trabajo, hábitos de insinceridad, avidez, violencia y egoísmo, complejos de inferioridad, perturbaciones de la personalidad o similares. Pero, junto a estos defectos, no faltan actuaciones virtuosas, que se observan durante las mil peripecias que padecen los náufragos en la isla, y siempre ofreciendo al espectador algunas pistas que permitan establecer conexiones de causa-efecto respecto a los problemas planteados en paralelo, en el presente, en la isla: gestos de generosidad para compartir recursos escasos, trabajo en equipo, confianza en los demás, actos de reconciliación, ofrecimiento de consejo o palabras de ánimo, manifestaciones espontáneas de sinceridad, e incluso la puesta en juego de la propia vida para salvar a los compañeros.

En este sentido pienso que ha sido justamente subrayado que la serie sigue estructuras clásicas de carácter mitológico, y que incluso tiene una clara dimensión filosófica, porque la cuestión de fondo se centra en la búsqueda del sentido de la vida, de la visión del mundo; tarea que resulta más fácil cuando se mira desde el absoluto aislamiento geográfico (o, aún peor, desde una isla poblaba por peligros de carácter aparentemente sobre-humano). Así lo manifiesta abiertamente Simone Regazzoni en el libro La filosofia di Lost (Adriano Salani Editore, Milán, 2009). Precisamente por la ambigüedad con que los guionistas plantean y dejan sin resolver algunas cuestiones importantes (qué hacemos aquí, por qué sufro estas penalidades, etc.), asegura Regazzoni, se puede concluir que la serie es el mejor reflejo de la sociedad actual, de la complementariedad de perspectivas individuales ante el dolor y ante el problema de la verdad última. Cada personaje principal ve su situación, su vida pasada y futura, con una perspectiva distinta, y esa pluralidad de perspectivas empuja al espectador a buscar sus propias respuestas a las cuestiones últimas, todas legítimas.

En mi opinión, el planteamiento realizado por Regazzoni es interesante, pero sus conclusiones son excesivamente relativistas. De hecho, intenta leer toda la serie desde los escritos existencialistas y nihilistas propuestos por Jacques Derrida y otros autores deconstrucionistas. Así, parece decir Regazzoni, la serie demuestra que no existe ninguna verdad sobre el mundo, sobre el hombre, sobre el sufrimiento. Cada uno tiene su propia opinión, como los protagonistas de la serie. Opinión que debe ser respetada, pues responde a unas vivencias concretas.

Me parece que se trata de una interpretación forzada. Con todo, considero un acierto, al menos, el interés de este y de otros autores por analizar con profundidad las cuestiones antropológicas que plantea una serie televisiva como Lost, guiándose a partir de lo que se ve en la pantalla: de las acciones y decisiones de sus protagonistas. Aun consciente de que existe siempre el riesgo de exagerar, de inventar significados que quizá los autores no han querido poner, de querer simplificar en pocas páginas asuntos que se han desarrollado durante muchas horas (a veces, por “exigencias del guión”), de ser criticado por exceso de optimismo en la búsqueda de valores positivos, creo que este es un buen ejemplo para demostrar que merece la pena estudiar los contenidos de algunos programas de televisión, pues son manifestación clara del modo de ser y de pensar actual, al menos de un modo de pensar de una minoría creativa, la de los profesionales de Hollywood, que influye tanto en realidad social más general.

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