Editado por Maria Giovanna Ruo y Beatrice Toro. Adolescencia y adultescencia. Ed. CISU, 2011, pp 188

¿Los adultescentes? Se encuentran en todas partes. En el trabajo, por la calle, en el cine o en el autobús. Y quizás hasta dentro de casa. Se trata de esos adultos tan poco adultos en actitudes y comportamientos que parecen adolescentes. Esos padres que, por su estilo de vida y sus intereses, se parecen demasiado a esos hijos –frágiles y al mismo tiempo omnipotentes– que han dejado de ser niños pero que todavía no son adultos y luchan por una identidad que aún no han definido completamente. Esos jóvenes adultos que, dejando de lado las dificultades económicas, no quieren oír hablar de separarse de mamá y papá. En definitiva, se trata de hombres y mujeres para quienes la adolescencia tiende a prolongarse en una zona intermedia sin claros límites, definida justamente como «adultescencia». Se trata de un neologismo que funde en uno los términos adulto y adolescencia para identificar una dimensión existencial como suspendida en el aire e indefinida, que nuestros abuelos desconocían y que se ha convertido en un rasgo distintivo de la sociedad contemporánea.

El libro – A este fenómeno –y en especial a cómo se refleja en la vida cotidiana y familiar– se dedica un libro que acaba de publicarse, titulado Adolescencia y adultescencia. El volumen recoge los textos presentados en dos congresos organizados por la asociación Camera Minorile in CaMmiNo y por la FederPsi-SCINT del Tribunal de Menores de Roma. Se trata de una reflexión profunda que examina con detalle los diversos aspectos del tema a través de una aportación multidisciplinar de abogados y psicólogos, psiquiatras y psiquiatras infantiles, sociólogos y antropólogos. Una alternancia de voces y competencias que gira en torno a la pregunta: ¿la adultescencia debe ser considerada como un estado regresivo o una «nueva normalidad», un nuevo hábito de comportamiento?

El escenario – la pregunta no es en absoluto banal, pues remite a una sociedad que envejece a simple vista, aparentemente desinteresada por la suerte presente y futura de sus cada vez más «indignados» jóvenes. Además, se refiere al límite que se encuentra entre patología y normalidad, en sí mismo inestable, debido a la influencia ejercida por los factores socio-culturales dominantes y por la compleja singularidad del ser humano.
Más que en las muchas luces, que también caracterizan este tercer milenio, las diversas aportaciones del volumen prefieren centrarse en las sombras de una época en la que pesan, y no poco, la crisis de las pautas tradicionales y las promesas incumplidas de la modernidad. Nos encontramos ante un desierto de valores en el que los modelos imperantes –al exaltar la primacía del consumo y la tecnología– influencian actitudes y comportamientos, transmitiendo una idea des responsabilizada de libertad: ilimitadas posibilidades de respuesta a los instintos y deseos. Un tsunami que arrasa todos los diques y límites, que altera el orden habitual de la acción personal y colectiva, obstaculizando el proceso de crecimiento (consciente y autónomo) de los jóvenes y que convierte la identidad de los adultos en frágil y ambigua.

El fenómeno – Los efectos del problema están a la vista: la actitud de eludir los pequeños y grandes retos de la vida, la inmadurez al afrontar responsabilidades educativas y de padres, la dificultad para asumir roles afectivos estables. Son fenómenos que describen a individuos y núcleos familiares envueltos en una maraña de contradicciones e incertidumbres, afectados por los cambios que han complicado las relaciones entre las generaciones, demostración de una sociedad que rezuma narcisismo y que encuentra dificultades para reconocer certezas que no sean individualistas.
Se han modificado profundamente los mecanismos de confluencia o unión –los llamados «ritos de iniciación o de paso»– que desde siempre nos acompañan en el tránsito de una etapa de la vida a otra y que actualmente presentan una reducción potencial en su función de valorización y promoción del «cambio». Una vez perdida su función social y de reconocimiento, tienden a ser evitados por las generaciones más jóvenes que prefieren recorrer caminos paralelos menos exigentes y visibles porque no comprenden su significado más profundo. Es una cita con la madurez del yo que se retrasa constantemente, también por culpa de la acción parcial de guía y acompañamiento de adultos que cada vez son menos conscientes de la función educativa de su rol y que cada vez son más eternos adolescentes influidos por los tic y las modas del momento, centrados en los aspectos externos y superficiales de la vida con una tendencia obsesiva ampliamente difundida.

Paternidad frágil – Se trata de adultos que son eternos indecisos, con una baja autoestima y temerosos del juicio de los demás. Adultos que persiguen el éxito y la carrera a toda costa, dispuestos a sacrificar en el altar del individualismo a sus hijos y sus parejas, siguiendo la consigna «dos corazones y dos cabañas». Adultos que no cortan el cordón umbilical con la familia de origen, fomentando una relación de dependencia y de intrusión que genera fricciones peligrosas en sus relaciones de pareja. Adultos que confunden el amor incondicional a sus hijos con la indulgencia y la permisividad, abdicando de su papel de padres y proclamándose «amigos de corazón”, “de igual a igual», en una confusión de roles y responsabilidades que niega las diferencias generacionales. Adultos que no se comprometen a vivir su propia paternidad bajo la forma de autoridad compartida, ejercicio educativo colegial, que al mismo tiempo es diferente y complementario, pues les llama como padres o madres a trabajar por el interés de los hijos.
Estas manifestaciones son suficientes para entender la crisis actual del eje padres-familia, dominado –en el ámbito conceptual y en de las actitudes por uniones libres, inestabilidad matrimonial, familias alargadas, modelos de un cambio profundo que vacía ese eje de contenido, bajo la sombra inquietante de una adolescencia que no se acaba. Los que pagan el precio más alto, no hay ni que decirlo, son precisamente ellos: los chicos y chicas adolescentes, protagonistas legítimos de esta etapa delicada de la vida, que están expuestos al peligro de una construcción incompleta de su identidad y a desarrollar condiciones disfuncionales acompañadas de malestar, psicopatologías y desviaciones del comportamiento. No es de extrañar, entonces, que –como en este libro– en la «cabecera del enfermo» dialoguen jueces y abogados junto a expertos de las profundidades de la psique: las repercusiones de las cuestiones relacionadas con los conflictos dentro de la familia, que ya son traumáticos y dolorosos para cada una de las partes involucradas, pueden ser devastadoras para la estructura psicológica de los menores.

Viejos y nuevos medios – Adolescencia y adultescencia ofrece una lectura en profundidad de todo esto y mucho más, en un viaje que apunta al corazón del fenómeno, señalando las características y perspectivas como parte de una evaluación del macro-contexto, al que no escapa el análisis del papel central que han adquirido los medios de comunicación. En la era del parecer y de la virtualización de las relaciones humanas, se dedica un amplio espacio al universo digital, cruz y deleite de grandes y pequeños, contexto en el cual la carrera del adulto contra el adolescente tecnológicamente cualificado se hace más evidente, alimentándose de las mismas dinámicas fluidas y narcisistas. Adultos capturados por una telaraña mundial que, al igual que los adolescentes, actualizan su perfil en las redes sociales, persiguiendo viejas amistades y amores nuevos, en un juego que cancela la frontera entre lo público y lo privado. Padres que toquetean constantemente las pantallas táctiles de sus smartphone y tablet, imitando a sus hijos. Madres sedentarias o hiper-competitivas ocupadas en agotadoras sesiones de fitness doméstico, ante consolas y pantallas digitales, en busca de la forma perdida.

Pero que no cunda el pánico. Si entre la PlayStation, sesiones en el gimnasio y ropa «cool» os viene la duda de haber exagerado un poco, no significa necesariamente que pertenecéis al incurable grupo de los «anti-edad» o «niños grandes». Después de todo, libros como éste sirven también para conocerse mejor y comprender qué hacer consigo mismo y con la propia vida.

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