Nathanson y Rasmussen, de la Universidad estatal de Ohio (Estados Unidos), han demostrado en un estudio empírico que la actividad más enriquecedora para un niño menor de tres años, en su relación con la madre, es leer juntos, seguida de cerca de jugar juntos.

En cambio, ver la televisión empobrece la respuesta comunicativa de la madre con el hijo: “TV Viewing Compared to Book Reading and Toy Playing Reduces Responsive Maternal Communication with Toddlers and Preschoolers”, en Human Communication Research 37 (2011), pp. 465-487.

Hasta ahora, muchos estudios han probado efectos negativos (cognitivos, académicos, sociales e incluso físicos) del exceso de exposición a la televisión por parte de los niños. También hay, por supuesto, otros estudios que encuentran efectos positivos de determinados programas educativos de televisión. En los últimos años, algunos estudios se han empezado a ocupar de los efectos de otras formas de entretenimiento, como jugar con juguetes o leer libros, mostrando que los efectos de esas actividades son casi siempre positivos. El estudio que resumo es el primero que compara esas tres formas de entretenimeinto desde el punto de vista del entorno comunicativo de aprendizaje que crean entre madre e hijo cuando se realizan juntos.

Los parámetros o índices que miden la “respuesta comunicativa maternal” en el experimento de laboratorio de los autores son: afirmación (affirmation) que aprueba las acciones del niño y le estimula a proseguir en lo que hace; imitación ( imitation) de las verbalizaciones del hijo por parte de la madre, lo que le reasegura en su uso del lenguaje; descripciones de los objetos, actividades o sucesos, lo que aumenta las cogniciones del niño; preguntas, que mueven a dar respuestas y, por tanto, al “diálogo” por simple que sea; y, finalmente, “respuestas adecuadas” (contingent responses) de la madre a las expresiones del niño que le animan o desaniman a “continuar juntos la actividad”. Por ejemplo, un chitón de la madre ante un comentario o expresión verbal del niño en una escena de un programa de tv o un cambio de tema serían respuestas inadecuadas, en cuanto desicentivan la comunicación entre los dos.

Cabría esperar, al menos intuitivamente, una mayor interacción y comunicación entre madre e hijo en el juego; sin embargo el estudio demuestra que el mayor grado de interrelación se da en la actividad de leer juntos un libro apropiado a la edad del pequeño. Ya se sabía, y se ha confirmado con estudios empíricos, que la lectura favorece la adquisicón de vocabulario y de estructuras gramaticales y sintácticas más complejas en la vida ordinaria de los niños. La novedad del estudio de Nathanson y Rasmussen es que prueba que la lectura compartida de libros provoca una mayor respuesta maternal y reduce el desinterés comunicativo de la madre con el niño. Dicho en otro modo, la lectura no aísla a quienes leen juntos, a diferencia de lo que sucede con la televisión.

¿Hasta qué punto la respuesta comunicativa de la madre no dependerá de la “competencia linguística” del niño más que del hecho de leer, jugar o ver la televisión juntos? Es decir, se puede presumir que cuanto menor es la habilidad linguística del niño, más difícil resultaría para la madre “mantener el hilo de un discurso”, o sea menor es la “maternal responsivenes”, dicho en los términos técnicos de los parámetros del estudio. Sin embargo, los autores, controlando esa variable, la “competencia linguística” del niño, hallan una evidencia parcial del influjo de ese factor: influye solo en algunos supuestos, y de modo distinto entre los “toddlers” (infantes) y los “preschoolers” (niños no escolarizados aún).

Nota metodológica

El estudio se ha llevado a cabo en laboratorio y con todas las garantías sociológicas habituales sobre la fiabilidad de los resultados, no sólo en la selección de las 73 parejas de madre-hijo/a menor de 3 años, filmados y no advertidos sobre la finalidad del estudio, o en la imparcialidad de la codificación de los registros filmados con ayudantes entrenados, o en la selección a través de pruebas estadísticas de los indicadores de la “maternal responsiveness”. También el tratamiento estadístico de las relaciones entre las variables estudiadas y sus resultados es excelente. La única pega, advertida por los mismos autores en el artículo, es si las condiciones “artificiales” de un experimento, por más que se intente faciliitar un comportamiento espontáneo en los sujetos del experimento, no induzcan una respuesta determinada, en este caso más positiva de lo que se daría en condiciones naturales, de la vida cotidiana.

Los resultados de este estudio, pionero en su ámbito, debería estimular a los orientadores familiares, y sobre todos a los padres, a aconsejar, y a limitar el uso de la televisión como forma de entretenimiento compartido y a buscar fórmulas más enriquecedoras para la comunicación entre padres e hijos, como son la clásica lectura y jugar juntos.
Desafortunadamente, no conocemos aún estudios sobre el posible efecto de los videojuegos en esta relación, quizás por la novedad y por el gap generacional.

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