No es un misterio el hecho de que el cine, en los últimos decenios, da mucha importancia a la esfera de la sexualidad, la cual a menudo es contada y mostrada sin velos, sin pudor. Parafraseando a Gustave Thibon, filósofo y ensayista francés, hoy parece que la sexualidad ha perdido su centro, se presenta como una circunferencia “ex-céntrica”, sus rayos llegan por doquier, pero el centro no está en ningún sitio. Ha perdido su significado, y con este su valor. Puede utilizarse como una mercancía de intercambio, como un gesto afectivo que no compromete, como una palanca persuasiva para vender el lujo y lo que a él va asociado… Se encuentra por todas partes, y el cine no hace otra cosa que ampliar este problema de ex-centricidad.

El sentido del pudor, que en tiempos ya lejanos obligaba a los directores a evitar “escenas hard”, en el cine actual parece superado: ver protagonistas  si por normalidad entendemos “lo habitual”.

Hay que constatar, además, que se muestra una sexualidad privada de su misterio; no se tiene en cuenta el hecho de que sólo puede ser vivida plenamente con la condición de que se acepte convertirse una sola cosa con la persona amada para el resto de la vida.

La sexualidad es presentada como una forma de autoafirmación, más que como un don

Hay películas cuyo tema principal es la pérdida de la virginidad. Entre los abanderados de este género, hay filmes como American Pie, de 1999, dirigido por Paul Weitz y Cris Weitz.

¿Tema central de la historia? Cuatro jóvenes quieren perder la virginidad y “hacer experiencias” con chicas; quieren satisfacer sus instintos, no crecer en una pareja. La sexualidad se convierte entonces en un capricho y no en un camino para donarse.

La pérdida de la virginidad ocupa un lugar central en 40 años virgen (“The 40 Year-Old Virgin”), de 2005, dirigido por Judd Apatow. El protagonista, interpretado por Steve Carell, es inmaduro e infantil y viene descrito como un torpón. Según sus amigos, el mayor problema de este hombre es que todavía es virgen, y buscan en todos los modos conseguir que se “emancipe”.

“Actividad sexual” y “madurez afectiva” se identifican: ser todavía vírgenes a una “edad avanzada” es visto como un problema y cuenta más “haber hecho experiencias” que haber encontrado una mujer a la que amar y cuidar de ella.

Son sólo dos ejemplos de cómo la sexualidad puede ser degradada en el cine y de cómo se inculca a los más jóvenes la idea de que perder la virginidad es más importante que encontrar el amor.

La sexualidad en pareja es vivida “pronto” y fuera del matrimonio

Otro aspecto que emerge en el cine de hoy es que la intimidad es vivida entre personas no ligadas por el vínculo matrimonial. Lejos de ser custodiada e integrada en un proyecto de vida común consolidado, la sexualidad viene “consumida” por los protagonistas, a menudo después de pocas semanas o incluso después de pocos días de trato, sin que se haya
tomado un verdadero compromiso. La decisión definitiva de pasar el resto de la vida juntos, en la mayor parte de los casos se toma después de que la unión física ya se ha realizado y, sobre todo, a raíz de una serie de vicisitudes compartidas por los enamorados durante un tiempo.

No escasean ejemplos de películas en que está presente esta dinámica, pero podemos citar algunas películas famosas, completamente diferentes entre sí.

Autumn in New York, film dramático del 2000, dirigido por Joan Chen es el ejemplo clásico de historia nacida por juego que luego se transforma en el “amor de la vida”. Will, interpretado por Richard Gere, es un empresario incorregible en el plano sentimental: goza de la pasión mientras dura para luego dejar la novia de turno precisamente cuando la relación está empezando a ser importante. Charlotte, interpretada por Winona Ryder, es una joven espontánea y solar, pero gravemente enferma, que antes de morir consigue hacer madurar a Will y le enseña qué significa amar en serio a alguien.

Bridjet Jones. Sobreviviré (Bridget Jones: The Edge of Reason), una comedia del 2004, dirigida por Beeban Kidron, muestra dos novios que se unen a pesar de que se conocen desde hace muy poco tiempo. Bridget y Mark, interpretados por Renée Zellweger y Colin Firth, son víctimas de incomprensiones y malentendidos que los separarán. Al final, sin embargo, una vez comprobados recíprocamente los sentimientos y las intenciones de uno y de la otra, los dos deciden casarse.

El viaje más largo (“The Longest Ride”), película del año 2015, dirigida por George Tillman, presenta dos jóvenes, interpretados por Scott Eastwood y Britt Robertson, muy diferentes entre sí, que se enamoran sinceramente el uno del otro pero que antes de poderse acoger de forma total deben aceptar adaptar cada uno su vida a las exigencias del otro.

Aunque estas historias tienen un final feliz (en los tres casos los enamorados se unen más después de haber superado las dificultades), la sexualidad precede cronológicamente la fase de la elección madura y consciente.

El mensaje que pasa es que la sexualidad puede ser insertada dentro de una relación en cualquier momento, incluso antes de haber tomado la decisión de unirse el uno al otro en forma definitiva.

La castidad como premisa para el don auténtico de sí

Aunque existen excepciones – véase Un paseo para recordar (“A Walk to Remember”), de 2002, dirigido por Adam Shankman, del que ya hemos hablado en un artículo anterior-, las tendencias del cine no parecen ir a favor de la castidad, entendida como virtud que permite al hombre y a la mujer entregarse en cuerpo y alma sólo a la persona elegida para toda la vida.

La sola palabra “castidad” es hoy un tabú, se asocia a “castigo”, “privación”: se cree que es un sufrimiento inútil, porque se piensa que la sexualidad hay que vivirla sin vínculos ni restricciones. A pesar de esto, muchos jóvenes están redescubriendo su valor: empiezan a verla como la consideran “la sal que impide la corrupción del amor”, y reconocen que el amor como tendencia o pasión se puede corromper en la posesión egoísta (que genera celos) o en la fría indiferencia // Ya la mera palabra “castidad” es hoy un tabú, se asocia a “castigo”, “privación”. Se piensa que es un sufrimiento inútil, porque se considera que la sexualidad hay que vivirla sin vínculos ni restricciones. A pesar de esto, muchos jóvenes están redescubriendo su valor; empiezan a verla como “la sal que impide la corrupción del amor”, y reconocen que el amor como tendencia o pasión se puede corromper en la posesión egoísta -que genera celos- o en la fría indiferencia.

El cine puede educar a la castidad

El cine tiene el poder de educar, de transmitir valores y hacerlos atractivos a través de las historias que relata. ¿Por qué no poner estas potencialidades al servicio de la castidad? ¿Por qué no relatar historias en las que se dé espacio a la ternura y en donde los protagonistas decidan vivir la sexualidad sólo después de haberse donado el uno al otro para toda la vida?

Usar escenas de sexo para hacer más interesante un filme es un estratagema que indica falta de profesionalidad. Todos sabemos que son la historia, el guión, trama, la elección de los lugares, la pericia de los actores, lo que lo hace verdaderamente interesante, y uno de los factores que hacen la diferencia en el cine es la originalidad de la historia. Y una historia de amor casta, hoy, sería sin duda muy original. Queridos directores: ¿por qué no intentarlo?

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