El arte de cuidarnos
El cuidado está inmerso en cada una de las etapas de la vida. Ya en el vientre materno precisamos del atento cuidado de nuestra madre para sobrevivir en el útero. Tras el parto, como es lógico, precisamos de la delicada atención de nuestros padres que nos guíen a través de la educación y el aprendizaje. En la adolescencia, aunque pensemos que no necesitemos a nadie y que nos valemos por nosotros mismos, seguimos precisando del consejo y la atención de nuestros progenitores para convertirnos en los hombres y mujeres del mañana. De adultos no sólo tenemos que cuidar de nosotros mismos, pues la salud ya no es como antes, sino que nos empiezan a requerir nuestros mayores. Y ya en la vejez, tenemos que “dejarnos cuidar”, tarea a veces nada fácil porque nos cuesta admitir que ya no somos como antes.
Y muchas veces nos encontramos de sopetón con la necesidad del cuidado, como le sucedió a Isabel Sánchez, autora del libro Cuidarnos, en busca del equilibrio entre la autonomía y la vulnerabilidad (2024, Ed. Espasa), mientras libraba la batalla de un cáncer en primera persona.
Atenta y observadora, a través de las primeras páginas de su obra, Sánchez desglosa las distintas fases de su enfermedad mientras percibe que detrás de un mal diagnóstico se genera una concatenación de factores que mucho tienen que ver con el verdadero arte del cuidado.
De hecho, gracias a una anécdota tan personal como es la elección de una peluca tras los efectos indeseados de la quimioterapia, la autora establece lo que ella llama como “las 5 C del cuidado”: compasión, competencia, confidencia, confianza, conciencia; siendo éstas las cinco patas de todo un mundo fascinante por explorar y que la autora ahonda desde un punto de vista muy personal.
A lo largo de “Cuidarnos”, la escritora narra diversas vidas de gente muy diversa, hombres y mujeres, y su relación con el cuidado hasta en las peores circunstancias, destacando como un simple gesto puede cambiar el curso de la historia. En todas ellas destaca la virtud de la resiliencia, como la que es capaz de sobreponerse ante la adversidad y sacar algo bueno del sufrimiento y el dolor.
Sin embargo, dentro del inabarcable mundo del cuidado existe otro un poco más concreto: el autocuidado. Ese mantra que se oye tanto ahora como es el de “cuidarse para poder cuidar” tiene mucho de cierto, y así lo explica Sánchez cuando escribe sobre cuidarse a uno mismo de forma integral que englobe acciones físicas, pero también mentales y espirituales.
La propuesta de la autora es ejercer algunas prácticas como la meditación, una alimentación consciente, la gratitud, una comunicación efectiva, establecer unas rutinas y hábitos o llevar una vida lo más ordenada posible.
Sin embargo, incide mucho en la idea del autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es protegerse y blindarse de lo que nos hace daño, no solo a nuestro cuerpo sino también a nuestra alma. Pero para reflexionar sobre cómo somos, antes es preciso aceptar que somos seres vulnerables y dependientes.
Sánchez se adentra en los siguientes capítulos en los estragos que la falta de cuidado ejerce en nuestra sociedad. Las familias cada vez están más desmembradas, no nacen niños o la soledad son temas que traen cola porque detrás de todos ellos se vislumbra un eje común y es que nos creemos seres independientes, que no nos necesitamos unos a otros y, por tanto, personas un tanto egoístas, pendientes únicamente del placer, dando la espalda al sufrimiento y al dolor. La superficialidad de la industria del bienestar tampoco ayuda ya que tarde o temprano la cruz llegará a nuestra vida y es mejor estar entrenados.
Como sociedad apostamos en gastar más en muerte que en vida porque queremos evitar a toda costa el problema que nos genera lo que exige el cuidado. Y no nos damos cuenta de que si buscamos el bienestar de forma individual también a la hora del dolor y el sufrimiento nos toparemos con la soledad.
La idea de sociedad que plantea Sánchez se parece más a lo que ella denomina “tribu”, donde hay un apoyo comunitario y se alivia el padecimiento del otro. En este sentido, la escritora se adentra en las entrañas del hogar, lugar de los primeros cuidados y espacio que nos acoge en nuestra vulnerabilidad, dándose la paradoja de que anhelamos el abrigo del hogar sin el esfuerzo que supone cuidar de los nuestros. Quizás es debido a esto que no se le da al hogar el valor que le corresponde, pero éste ya es otro tema.
Practicar el cuidado con nuestras familias pasa en la actualidad por estar alerta con la tecnología. No es ningún secreto que ha llegado para quedarse, pero eso no significa que debamos obviar sus inconvenientes. Sánchez habla sin tapujos de las redes sociales y el daño que ejerce a la autoestima y la salud mental especialmente de los más jóvenes. Como padres debemos poner límites también en este campo y presentar de forma atractiva otras formas de emplear el tiempo libre. Para eso los papás debemos dar ejemplo primero.
Otro asunto que Sánchez saca a la palestra es la conciliación de la vida familiar y laboral. Actualmente aún queda mucho camino por recorrer para facilitar a las familias medidas reales que les ayuden en ese delicado equilibrio entre empresa y familia. La autora sugiere una serie de propuestas para que las compañías se involucren en cuidar a sus empleados y sean familiarmente responsables, ya que esto beneficia a ambos.
Tras este abordaje integral del mundo del cuidado, Sánchez no se olvida de nombrar al gran cuidador, Dios, quien nos ha dado un cuerpo y una tierra para que los mimemos. Y destaca la figura de Jesús de Nazaret y sus enseñanzas, llenas de amor y paz que siguen vigentes después de más de dos mil años y que mucho tienen que ver con el cuidado. Destaca además todo el bien que ha hecho la Iglesia a lo largo del tiempo a través de diferentes iniciativas dirigidas especialmente a ayudar al prójimo.
Además, Sánchez dedica un capítulo para profundizar en el perdón, que actúa como bálsamo que lima asperezas tanto del ofensor como del ofendido. La autora aclara que perdonar no significa olvidar o justificar el daño recibido, sino que consiste en ir un paso más allá olvidando el rencor y los deseos de venganza.
Las últimas páginas son una llamada a la acción, lo que ella llama la “revolución del cuidado”, en la que todos tomemos conciencia de la gran responsabilidad que tenemos de cuidarnos los unos a los otros, aprovechando la ventaja de que éste es inherente al ser humano. De hecho, la autora remarca que somos responsables de la continuidad del hombre.
¿Y cómo concretar esa responsabilidad? Pues estando disponibles, tendiendo una mano siempre, huir de pensar en nosotros mismos, ya que así también seremos más felices ¡Así que manos a la obra!