Hace unos meses tuve la oportunidad de encontrarme con un grupo de adolescentes de dieciséis años, en un instituto, durante un encuentro organizado sobre el tema de la afectividad. El profesor había utilizado una novela mía, «Non lo sapevo, ma ti stavo aspettando» (Mimep Docete, 2016) para tratar con ellos temas como el enamoramiento, el noviazgo, el respeto del cuerpo, y se había dado cuenta de que en esa clase prevalecía una visión reduccionista de la sexualidad humana. Ciertamente – reconocía el profesor – la “culpa” no es solo de los chicos, que se asoman tímidamente a la vida adulta. El problema reside, ante todo, en la constante contaminación que respiran. Y lo que contamina su visión del amor es la pornografía, que prolifera en Internet, pero no solo. Y si Internet tiene tanto poder sobre ellos es porque hemos dejado un vacío educativo. Yo misma me quedé sorprendida al escucharlos hablar. Me impactó especialmente que tuvieran una opinión positiva sobre las plataformas virtuales donde personas comunes pueden vender imágenes de su propio cuerpo o, incluso, servicios sexuales. No veían nada de malo, por ejemplo, en sitios como Onlyfans.

Alarma: los adolescentes pueden vender sus propias fotos desnudos

Que el sexo ‘vende’ siempre se ha sabido, pero si antes eran sobre todo personas de la industria del espectáculo las que ‘vendían sus cuerpos’, con las nuevas plataformas de streaming online es posible hacerlo para todo el mundo. Gracias a Internet y a las distintas plataformas disponibles, la posibilidad de ganar dinero «desde la comodidad del propio hogar» vendiendo la propia intimidad está al alcance de todos. Ya abordamos este tema en un artículo titulado Only fans y Twich.

Onlyfans nació en 2016 como un portal en el que las personas pagan por contenidos (fotos y videos, transmisión en vivo) a través de una suscripción mensual. Una especie de pay-per-view en pequeño. Recientemente, se ha puesto de moda vender también contenidos de índole sexual o violenta, prohibidos por las normas de conducta y de derechos de autor, pero que persisten y contribuyen a la creciente fama de la plataforma, hoy conocida principalmente por este aspecto.

El problema mayor es que los adolescentes no están suficientemente protegidos. Un documental de la BBC “#Nudes4Sales” investigó el aumento de la venta de contenidos explícitos por parte de menores de 18 años, que demuestran que un gran número de creadores menores de edad utilizan las redes sociales y las plataformas de streaming para vender sus imágenes o actuaciones a cambio de dinero o regalos. A pesar de que las plataformas intentan censurar ciertos tipos de contenidos -¡es obviamente ilegal que un menor se muestre desnudo en línea! – no siempre lo consiguen, o al menos no a tiempo. Esto hace que circulen contenidos inadecuados, aún más considerando la edad del sujeto. En otras palabras: los usuarios menores de edad logran crear sus cuentas eludiendo las verificaciones de seguridad impuestas por las plataformas, y las plataformas no siempre logran identificar a los usuarios que evaden estas reglas.

La adolescencia: la fase más delicada de la vida para la educación en la afectividad

La soledad aumenta el riesgo de abuso de la pornografía. Según los datos del Global Digital Report 2020, durante el periodo de confinamiento debido a la pandemia de Covid-19, las personas intensificaron de manera vertiginosa no solo su relación con los dispositivos digitales sino también con la pornografía. Sin embargo, estas plataformas se convierten en nuevas fuentes de soledad. Los jóvenes que se acercan a la sexualidad a través de estas modalidades impersonales corren el riesgo de perder la riqueza de las relaciones auténticas, de no comprender el valor añadido – e intrínseco a la intimidad – de la ternura. Y cuando los seres humanos se tratan como bienes de consumo, aumenta la percepción de vacío interior.

La fase adolescente es una de las etapas de la vida más complejas y delicadas: se está perturbado por los cambios, se tiene incertidumbre sobre el futuro, se vive mendigando la aprobación de otros que pueda demostrar el propio valor. Esto puede llevar a ver con buenos ojos incluso la idea de que alguien pague por tener nuestra imagen desnuda.

Por eso, algunos adolescentes, si no han recibido una formación y educación adecuadas sobre el respeto a su propio cuerpo y el cuidado de su afectividad, pueden caer fácilmente en trampas como las que tienden plataformas como OnlyFans.

Incluso si los jóvenes no están directamente involucrados en estas prácticas (es decir, no venden ni compran imágenes eróticas), estos instrumentos influyen de manera clave en su relación con la sexualidad, moldeando inevitablemente su manera de ver el cuerpo y la intimidad. Los jóvenes corren el riesgo de crecer con la idea de que es lícito hacer cualquier cosa, siempre que haya consentimiento, causándose así heridas.

«Nacimos para amar»: los jóvenes necesitan escucharlo

Volviendo a mi encuentro con los chicos del instituto, cuando hablé de «donarse a uno mismo», de «cuidar el cuerpo», y de la «importancia de una intimidad vivida en pureza», las primeras en levantar la mano para mostrar su desacuerdo fueron tres chicas. «El cuerpo es mío, hago lo que quiero con él«; «Tú haces lo que crees, pero ¿yo no soy libre como tú de hacer lo que quiero?»; «Tus palabras me hacen sentir juzgada: si yo quisiera poner mis fotos en OnlyFans, ¿sería una mala persona?«

 Una tras otra, se pusieron a la defensiva. Levantaban la mano para replicar antes de que yo terminara de hablar. Su objetivo era defender un supuesto bien (la libertad de hacer todo), sin saber, probablemente, que existe otra vía.

Una chica me preguntó: «Si marido y mujer viven la intimidad y deciden filmarse para ganar dinero, ¿qué hay de malo en eso?«

Me gustaría volver a compartir la respuesta que les di y que me gustaría dar a todos los jóvenes que quizás no han recibido una alternativa a la que ofrece el mundo de la pornografía, cada vez más omnipresente: «Cuando un marido y una mujer viven una intimidad auténtica, ya tienen todo lo que les satisface. Si buscan satisfacción en otra cosa, quizá falte algo en esa relación. Si vives una intimidad tan pobre que puedes ponerla en venta, simplemente no tienes ni idea de lo que es el amor…»

Por primera vez, después de una hora de discusión, esa respuesta los dejó en silencio. En ese silencio, vi renacer un poco mi esperanza. Al final de la hora, todos se dispersaron. Me quedé con el profesor, mirándonos perplejos.

De repente, veo acercarse a un chico, tímido. Siempre había estado atento, pero nunca había hablado. Quién sabe lo que pensaba. «Solo quería darle las gracias por haber venido…», me dijo. Luego se despidió.

Sus ojos agradecidos fueron la señal de que hay corazones abiertos, solo hay que encontrarlos y darles un mensaje diferente, un mensaje que aporte valor a las relaciones, en lugar de vaciarlas.

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