Levante la mano quién, al menos en una ocasión junto con sus familiares, no ha experimentado una profunda soledad descubriéndose en otro lugar respecto al resto de la familia.

Una escena, más acá de la pantalla, que hoy se ha convertido en lo habitual, paradójicamente podríamos decir “familiar”, en nuestros hogares, como sugiere la amarga ironía de la viñeta de Faro en la portada: un padre que, desconsolado y descorazonado, añora los “tiempos perdidos” cuando toda la familia al menos se reunía alrededor de la misma pantalla. Hoy, con las nuevas tecnologías y las nuevas formas de comunicación y entretenimiento estamos asistiendo a una verdadera fragmentación de la audiencia y de la comunicación familiar. También en la mesa, a la hora de la cena. Y el padre de familia de nuestra viñeta parece estar allí para decirnos que así la cosa no va bien para nada.

Una opinión que seguramente comparte Carlos Cachán, profesor en Periodismo y Comunicación Institucional de la Universidad Nebrija de Madrid, y autor de un sugerente artículo sobre la naturaleza de la comunicación televisiva y sus efectos en ámbito educativo y escolar, titulado La naturaleza de la televisión dificulta la comunicación de calidad. Para presentarlo a los lectores de Family&Media empezaré de las palabras clave elegidas por el mismo Cachán, y que preceden el ensayo, así como suele hacerse cuando se publican artículos en revistas especializadas.

En efecto, es precisamente de las palabras que principió todo, y es desde allí donde todo siempre y necesariamente ha de volver a empezar. En principio era el Verbo, dijo algún día alguien que sin duda manejaba bien el asunto.

Naturaleza de la televisión – contenidos – tiempo – receptor – veracidad – comunicación de calidad De estos seis términos me quedaré con dos –televisión y comunicación– y plantearé otros tres que considero igualmente “clave” en argumentación del profesor Cachán: idea, video, educar.

Todos sabemos perfectamente qué es una televisión. Asimismo, muchos podrían explicar de forma muy apropiada qué es la televisión. Pero, ¿nos hemos detenido alguna vez en el significado de la palabra televisión? Literalmente significa “visión desde lejos” o “visión a distancia”, donde ese tele, que hallamos desde el telescopio al teléfono pasando por el telégrafo, evoca precisamente esta idea de lejanía. Entonces, ver la TV es una experiencia que necesariamente lleva nuestra mirada hacia lejos, en otro donde. Justo lo que parece lamentar el padre desconsolado de la viñeta de Fato a quien, para remediar a la fragmentación del diálogo a la hora de la cena, tal vez le sean útiles algunos trucos para fomentar la comunicación en familia.

Damos un paso atrás y volvamos al “ver”. En el Español coloquial cuando queremos expresar acuerdo con la idea de nuestro interlocutor a menudo usamos la locución “lo veo”. Ya, porque antes de ser pensada una idea, en primera instancia y literalmente, es “vista”. De hecho, su prístino origen indoeuropeo, idêin, indica el acto de “ver” y sólo después, con el griego, acabó adquiriendo el significado que le damos hoy. Aún más interesantes, a mi parecer, es la continuidad semántica que existe entre las palabras idea y video, ésta última que es nada más que la sustantivación del presente del verbo latín videre, que corresponde a nuestro “yo veo”.

Visto lo visto –otro coloquialismo que cabe perfectamente aquí– podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿qué pasa con nuestras ideas, adónde van a parar mientras vemos la televisión? Imaginemos preguntarle a alguien en qué está pensando mientras lo hallamos inmerso en una película o un reality show. A excepción de los telespectadores más críticos y activos, ¿cuál es la respuesta más obvia que nos esperaríamos? “En nada”, o “en lo que estoy viendo”. Traducido, sus ideas en ese momento tienden a suspenderse o alinearse con las del discurso (logos) vehiculado por el video.

En principio era el Verbo, dijo alguien algún día. Mucho más recientemente, y no por casualidad, otro que era igualmente ducho en palabras, definió los medios de comunicación masivos en términos de “aparatos ideo-lógicos del Estado”. Y tal vez ambos dieron en el blanco. A buen entendedor…

… Pocas pero extremadamente valiosas palabras.

Palabras cuya relación semántica, por así decirlo, es el núcleo duro alrededor del cual se desarrolla la argumentación del profesor Cachán quien, con eficacia argumentativa y una considerable bibliografía de apoyo, nos enseña como «el actual predominio e influencia de la TV y su naturaleza […] dificultan el desarrollo de una comunicación de calidad en la enseñanza». Se trata de un ensayo teórico que brinda numerosos pistas de reflexión sobre los medios de comunicación y la televisión en particular, además de valiosas referencias a estudios y obras de distintas orientaciones disciplinarias (desde la psicología a la pedagogía, desde la ciencia de la comunicación a la literatura). Asimismo, el autor proporciona muchos datos estadísticos comparados que se refieren al consumo de televisión por parte de los niños entre 6 y 12 años, con una atención particular sobre los efectos que provoca en los procesos de aprendizaje, además que en la comunicación de calidad en el entorno escolar.

Pero, ¿a qué se refiere Cachán cuando nos habla de “comunicación de calidad”? Citando a Alberto Gil, la define como un tipo de comunicación que se caracteriza por la presencia de rigor argumentativo, el respeto al otro, el interés por ayudar, el rechazo de la vanidad, de la adulación y del pragmatismo que busca únicamente el propio interés por encima de todo y a cualquier precio. La educación de calidad en el ámbito educativo –sigue Cachán– exige que el discurso del profesor sea eficaz y logre mover a sus alumnos y motivarlos a la acción. Si hasta aquí coincidimos totalmente con Cachán, disentimos sobre lo que dice apenas después: sobre el hecho de que la comunicación entre profesor y alumno ha de prescindir de un lenguaje emotivo (típico de la comunicación televisiva) y abogar, en cambio, por el rigor y la frialdad conceptual, y sobre el hecho de que el profesor debe valerse de un discurso persuasivo basado en el razonamiento y finalizado a la búsqueda de pruebas, ejemplos y datos que avalen los argumentos presentados.

Si nos detenemos en la etimología de las palabras marcadas en cursivas descubrimos que “motivar” y “emocionar” tienen la misma derivación latina: ambas remiten a mòtus, participio pasado del verbo movère , “mover”. Pero, en lo específico, “emocionar” viene de emovère, donde el prefijo e- insiste en la dirección de ese movimiento desde dentro hacia afuera. Por lo tanto, “emocionar(se)” literalmente significa “mover(se) hacia afuera”. Por esto es que las emociones se realizan plenamente cuando se expresan, porque se mueven hacia fuera, mientras que acaban produciendo frustración cuando elegimos guardarlas adentro, reprimirlas. Ahora bien, para cerrar nuestro razonamiento, relacionemos esta pareja de significados –motivar y emocionarse– con nuestra última palabra clave, “educar”. Ésta viene del latín ex-ducere que significa “sacar desde dentro” o “traer hacia afuera” que, contrariamente a lo que solemos pensar y hacer padres y profesores, debería ser la misión principal de un buen educador. De hecho, quien educa es quien sabe traer afuera lo que «ya reside medio aletargado en el albor del conocimiento», como decía el Profeta Khalil Gibran. Un buen maestro es quien sabe emocionar a sus alumnos, hacer que afloren sus inquietudes emotivas. Por decirlo con Miguel de Unamuno, «maestro de escuela que leyendo sepa hacer llorar, y reír, y sentir, e imaginar, y pensar a párvulos es maestro de enseñanza maestra, de obra maestra y prima». Esto nos lleva a creer firmemente que para sermotivadora una educación tiene que ser emocionante además de emocionada.

Esto no perjudica en absoluto a la validez global del artículo, en el que el autor logra expresar toda la complejidad de los temas tratados con un lenguaje simple y totalmente asequible. Una referencia muy valiosa para quien quiera comprender los fenómenos mediáticos. Un compendio de recursos muy útiles para aquellos padres o profesores que quieran reorientar su labor de educadores y mejorar la comunicación con sus hijos y alumnos. Al respecto sugiero también la lectura de nuestro artículo Televisión, familia, infancia: que la televisión no sea una “niñera”.

Vale realmente la pena dedicarle un poco de vuestro tiempo… para reencender bombillas… apagando durante un tiempo alguna “luz” de sobra.

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