Siempre supone un enriquecimiento encontrar en la escuela a los padres de los niños y de los adolescentes en espacios de formación pensados para ellos.

Se puede captar la ansiedad, las preocupaciones, las esperanzas… sentimientos que crean agitación interior cuando se habla del uso de las nuevas tecnologías. «¿Mi hijo? Siento que se me escapa de las manos, encerrado en su mundo virtual.

Como siga así dejaremos de hablar. Me pregunto con quién chatea, qué hace todo ese tiempo en el ordenador, qué ve en las páginas web… ¿Qué será de él?». Este es el típico comentario de una de tantas madres deseosas de mejorar la relación con su hijo, de unos 13 años, pero que siente una profunda incapacidad para hacerlo. Muchos padres, cuando se paran a reflexionar sobre el hecho de que sus hijos viven en un mundo tecnológico diferente al que vivieron ellos, se dan cuenta de que no se trata de quitar el ordenador a sus hijos, sino de renovarse ellos en primer lugar, para saber moverse e interactuar con la realidad que sus hijos viven hoy.

En efecto, es fundamental conocer el mundo y el lenguaje de los jóvenes. No se trata de demonizar las nuevas tecnologías, sino de dominarlas: el objetivo es hacer sentir a los hijos que son comprendidos y acogidos con sus gustos y pasiones. Esta toma de conciencia empuja a muchos padres a seguir cursos de informática para aprender a usar el Pc e Internet. Y no sólo eso, sino que a menudo los padres se activan para crear redes entre ellos, para poder ayudarse y enseñar a los hijos las consecuencias de un mal uso de Internet, sobre todo en aspectos relacionados con la dependencia psicológica que crea y con las consecuencias de la posible exposición a sitios de pornografía para pedófilos. La reflexión sobre el riesgo de encontrar este tipo de páginas empuja a los padres a profundizar en temas de educación sexual y a prepararse en el plano científico y emocional, para poder saber cómo afrontar con los hijos, de una manera profunda y no despectiva, los temas del amor, de la fecundidad y de la procreación.

Cuando los padres de los adolescentes hablan con ellos, estos temas se convierten en algo muy trabajoso, sobre todo porque los adolescentes, en cuanto tales, desafían las reglas y las figuras de autoridad. «A veces, la ira que me provoca mi hija es tal que no quisiera hablarle más y preferiría dejarla ir. Después, me siento culpable y tiendo a doblegarme a sus caprichos, a sus provocaciones. De este modo, muchas veces acabo dejándome abrumar por ella, y es capaz de enfrentarnos a mi marido y a mí. Al final acabamos discutiendo él y yo. Mi marido, como castigo, le quita el ordenador. Entonces, ella se va enfadada a su habitación y el ambiente se transforma, llenándose de rabia y dolor». También ésta es una típica situación contada por muchos padres.

Un buen número de ellos de ellos comprende que tienen necesidad de aprender el lenguaje de las emociones porque la clave de las relaciones con lo hijos, siempre pero aún más en los adolescentes, está precisamente en reconocer y “gestionar” las propias emociones y las de los hijos.
Manifestar una aceptación incondicional de su modo de ser y una comprensión de sus gustos es importante, especialmente con los adolescentes, para mantener fuerte y viva la unión con ellos. No se trata de abandonar la propia capacidad lógica y crítica, sino de combinarla con una necesidad fundamental del adolescente, que es la de sentirse aceptado sin condiciones: «va bien como eres, te quiero como eres, lo que te interesa a ti también me interesa a mí» son expresiones que forman la base segura de la unión, del afecto, especialmente cuando el cuerpo crece, con todas sus consecuencias.

Cuando un adolescente se siente comprendido y escuchado de forma incondicional, entonces se siente seguro para poder abrir su corazón a la madre o al padre. Entonces abandona con gusto el ordenador para hablar con ellos, según sus propios ritmos y tiempos de la vida de cada día, marcados por la rabia, el miedo, la alegría, la tristeza.

Esta idea puede ilustrarse con un claro ejemplo de hace algunos meses: Paolo era un chico de 11 años que desde hace algún tiempo pasaba tardes enteras delante de la televisión, la play-station y el ordenador.
La madre concertó una cita conmigo porque no soportaba más que su hijo no hablase con ella y ocupase su tiempo de esta forma, pero no sabía cómo hacer para que cambiase. Hacía dos años que la mujer estaba separada de un hombre que la engañaba con otra mujer desde hacía tiempo y que había comenzado a pegarla cuando ésta descubrió la infidelidad. El hombre se fue de casa dejándola con Paolo, el cuál se negó a relacionarse con su padre, como estaba previsto por el acuerdo de separación. La madre de Paolo trabajaba todo el día y volvía a casa muy cansada y con poca energía para dedicarse a su hijo, tan cerrado con ella. Poco a poco, la mujer descubrió el profundo dolor que tenía dentro de sí por la infidelidad y la violencia de su marido. Ella misma se sentía como paralizada al preguntar a su hijo sobre cómo se sentía por todo lo sucedido. Poco a poco, la madre se dio cuenta del dolor de Paolo y comenzó a desarrollar ella misma una cierta seguridad para poder sostenerle en el dolor, para escucharle y ayudarle.
Aprendió a tener empatía y a la vez a sintonizar con sus intereses de pre-adolescente, a participar en ellos. La comunicación entre Paolo y su madre comenzó a afrontar los sentimientos relacionados con todo lo sucedido en familia y las necesidades de reparación que Pablo tenía respecto a su padre por lo que había hecho, tanto a su madre como a él. Después de un periodo de preparación, tuvo lugar el encuentro entre la madre, Paolo y su padre. El chico, después de algunas conversaciones con el padre, obtuvo la petición de perdón que necesitaba y una cierta reparación emocional. El chico descubrió que tenía una madre con la que podía contar y un padre dispuesto a escuchar y a hablar de sus propios errores. Su vida cambió, retomó sus actividades sociales y el baloncesto, que tanto le gustaba. Internet se convirtió en un instrumento más para aprender y comunicar, pero las relaciones reales pasaron a ser la parte más importante de su vida.

By Isabella Nuboloni, psicoterapeuta, presidenta de la Asociación «Espacios de Diálogo-Aspadia»

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