ELINA GIANOLI y un poco de historia….
Hace dos años que se nos iba al Cielo (sin poder creerlo) una mujer de raza, elegida por Dios, diría irrepetible, inolvidable para quienes tuvimos la suerte de conocerla. Quiero recordar los últimos momentos que pasé con ella, con mi amiga del alma, mi confidente, mi sostén, mi maestra y mi elegida. Y aquí van algunos:
El último día que la visité en su casa de calle Austria, en Buenos Aires, me atendió super elegante y sin barbijo (era la época de la pandemia). Me dijo, “No lo usemos, total estamos a menos de 2 metros…”
Sin hablar de su cáncer terminal me dijo, mirando hacia la ventana:
-“No lo podía creer cuando me lo dijeron, creo que me resistí a escucharlo… pero después pensé: ¿Y por qué a mí no…?” (de esas palabras no me olvidaré nunca…)
Yo, que la conocía desde hacía tantos años, siempre energía, motor, centinela y aventurera, mujer eterna, pensé que al escuchar el veredicto del médico habrá pensado:
-“Señor, me quitas del camino, pero yo aún tengo mucho sendero por recorrer, muchas almas por llevar al reino, muchas risas para contagiar alegría, mucha esperanza para desparramar en la angustia, mucha fuerza que de ti he recibido y aún no he repartido…. Pero si Tú lo quieres Señor… yo también lo quiero.”
Me alentó a que siguiera escribiendo, le gustaban mis escritos. Me conectó con gente de su Cátedra en Roma y al final (aunque lo he contado otras veces) se sacó de su mano un anillo y me dijo: “Quiero que te lo lleves”. Era un anillo rosario, raro y bellísimo como nunca he visto igual. Se lo había regalado su hermana. Me di cuenta que se estaba despidiendo.
Tomamos el té y al salir me mostró unos libros que se vendían. Yo, poco lectora, preferí entregarle un dinero equivalente en su mano y le dije “Para las flores de la Virgen”. Y al día siguiente recibo una foto con flores sobre el altar donde decía: “Tus flores dan gloria a Dios…”
En agosto del 21 me había escrito y mandado una foto con sombrero, muy de ella, muy jocosa, contándome que se lo había puesto y así apareció en la tertulia de su casa, regalando caramelos, que (según ella…) venían de Europa. Ella misma se divertía y hacía divertir al resto, como queriendo que su enfermedad, quedase en el olvido
Así era Elina. Una mujer donde los pequeños detalles eran su mundo. Exquisita, sencilla, fuerte y necesaria. Por donde anduvo, dejó su huella, su impronta, su sello, su exigencia:
“Tú puedes…!!! Hazlo…!!!”
Aún conservo sus wasap. No he querido borrarlos. Y de vez en cuando los escucho. Su voz, la de siempre, chispeante y llena de vida. Y en cada mensaje, una enseñanza, una reflexión, una sabiduría infinita.
Pocos días antes de su partida le escribí diciendo si podía ir a visitarla (yo a 500km de ella) y me respondió textualmente:
“Por supuesto que sí, si no me enojo. Esta semana he estado con pocas fuerzas. Ayúdame a pedir. Pero muy llena de los dones del Espíritu Santo, paz y alegría. Tengo para ti un abrazo de la Virgen de la Sonrisa. Es chiquita, pero divina…”