El pasado 4 de abril, la Familia Paulina celebró la memoria del nacimiento de su fundador, el beato Giacomo Alberione, un hombre que supo abrir espacios de futuro. Sus intuiciones y sus propias obras fueron profecía para la historia que vendría, en particular, aquella que toca la condición de la mujer en referencia a su papel en la Iglesia.

Desde 1911, como se puede ver en su libro La mujer asociada al celo sacerdotal, Don Alberione es consciente de la importancia del papel de la mujer: reconoce que los tiempos están maduros para que la mujer esté presente en la vida eclesial, además de en la social, económica y civil.

Como un observador atento de su tiempo, advierte con interés la efervescencia que vive el mundo femenino al comienzo del siglo y no teme disociarse de ese clero que condena el movimiento feminista y no sabe leer un claro signo de los tiempos. Don Alberione cree en las poderosas energías de la mujer y no duda en alentarla a ser plenamente «apóstol con los apóstoles», en todos los campos posibles, y no dejar pasar ninguna oportunidad para integrarse donde se le abren las puertas.

¿Cómo no encontrar entre estas intuiciones proféticas esos espacios de futuro que la Iglesia comenzó a reconocer sólo más tarde en el tiempo? La cantidad y calidad de trabajos serios y comprometidos en todos los campos (estudios bíblicos, historia, teología, ética, psicología pastoral y ministerios…) realizados por mujeres en los últimos treinta años ya son una prueba de ello.

Es justo reconocer que durante muchos años la Iglesia ha relegado a la mujer a posiciones marginales, limitando su acción a menudo al ámbito del hogar o al cuidado de los más débiles, renunciando a su contribución en cuestiones de mayor relevancia eclesial.

Me atrevo a decir que, aunque a muchos años de esas primeras intuiciones de Alberione, algo está comenzando a cambiar realmente, también para las mujeres.

Hoy, especialmente con el pontificado del Papa Francisco, el papel de la mujer en cargos institucionales del Vaticano ha alcanzado los niveles más altos de su historia. Francisco por primera vez ha dado a las mujeres puestos de responsabilidad en la curia romana; por primera vez, en algunos casos, están en el organigrama de la curia vaticana en posiciones superiores incluso a algunos obispos. La Iglesia parece estar reconociendo que necesita a las mujeres también para su acción de gobierno.

Creo que el Papa Francisco ha reconocido un grito presente en el pueblo de Dios, un grito que pide a la Iglesia más: le pide ser más dialogante, menos perentoria, dispuesta a escuchar; una Iglesia amiga de la vida, esa vida que por naturaleza la mujer es portadora. El Papa Francisco está tomando decisiones que reconocen este deseo y quizás dicen, implícitamente, su pensamiento: la Iglesia necesita la sensibilidad femenina.

Ya en el Concilio Vaticano II se había abierto una brecha en su visión hacia la mujer y Juan Pablo II había comprendido toda la importancia de su «genio femenino». Pero hoy la Iglesia está fuertemente llamada a reconocer cómo es necesario un liderazgo femenino. El gobierno eclesial requiere, hoy más que en otros tiempos, ser interpretado de manera original en la toma de decisiones y en su ejercicio: atento a las personas, disponible para escuchar, capaz de acompañar procesos de participación, e involucramiento, de maduración y en todo esto no podemos sino admitir que las mujeres tienen una intuición particular.

Se podría decir que el Papa Francisco está implementando uno de los criterios que ha enunciado en Evangelii Gaudium: la realidad viene antes que la idea. El paso dado por el Papa no es una meta alcanzada, sino más bien el punto de partida desde el cual iniciar un nuevo camino. Por lo tanto, creo que el trabajo principal a realizar se encuentra en el ámbito de la comunidad cristiana local concreta: es allí donde en primer lugar deben buscarse e identificarse presencias y servicios más amplios, incluso de toma de decisiones y gobierno, de las mujeres. Se trata de promover y activar una nueva autoconciencia eclesial, que dé espacio a la mujer. La profecía de Alberione está llamada a cumplirse hoy en la realidad.

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